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El monstruo es el racismo

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En la escena inicial de Déjame salir, un joven camina por las calles de un tranquilo barrio residencial mientras habla por teléfono. Nada terrorífico, en principio. Pero ocurre que es afroamericano, y ocurre que se ha extraviado en un barrio que no conoce y que, presupone, está habitado mayoritariamente por gente blanca. El chico comienza a desesperarse, y un coche con las luces apagadas entra misteriosamente en escena: la imaginación del espectador se dispara. Pero, ¿piensa el público en las convenciones del terror, que anuncian sangre? ¿O está recordando a Trayvon Martin, a Walter Scott, a Tamir Rice, a los adolescentes negros asesinados por caminar solos en una calle desierta, lejos de su barrio, quizás empuñando un peligroso smartphone? ¿De dónde procede el miedo? Dependerá, claro, de si el espectador es negro o blanco. 

Así es como Jordan Peele, el guionista y cineasta que ha convertido una ópera prima de 4 millones de dólares en un taquillazo de más de 170 solo en Estados Unidos, incrusta la crítica social dentro de una brillante película de género. La trama del "thriller social" que llega este viernes a las salas españolas no hace presuponer ninguna tragedia: Rose (Allison Williams, de la serie Girls, Girls, que parece encarnar en sí misma lo que aquí se conocería como pijoprogre) invita a su novio Chris (el británico Daniel Kaluuya) a visitar a sus padres, aparentemente progresistas, cercanos y hasta enrollados. Ella es blanca, él es negro. ¿Pero de qué habrían de preocuparse, cincuenta años después de Adivina quién viene a cenar esta noche? ¿Acaso no estamos en un mundo post-racial en el que un afroamericano puede ser presidente de los Estados Unidos? Spoiler: no. Y las consecuencias de esta creencia pueden ser más terroríficas que una sierra mecánica en manos de un psicópata. 

La idea de una sociedad que había sido capaz de trascender el color de la piel fue defendida tanto por conservadores como por liberales con la llegada de Barack Obama a la presidencia. Mientras, la enorme mayoría de los 42 millones de afroamericanos luchaba contra el sistema racista que hace que el 47% de los crímenes de odio se cometan por ese motivo (datos de 2015) y en el que es siete veces más probable morir por disparos de la policía si se es negro que si se es blanco. Como explicaba el escritor y periodista Touré en un artículo publicado en el New York Times en 2011: "El concepto se convierte en un escudo ante incómodas pero necesarias discusiones, permitiendo que la gente diga o piense: '¿Por qué se quejan del racismo? Somos post-raciales".

Pero entonces llegó Trayvon Martin, tiroteado a los 17 años cuando caminaba por la calle armado con una bolsa de caramelos. Y luego llegó Donald Trump, que como empresario fue acusado de discriminar a clientes y trabajadores negros y como presidente no ha dudado en rodearse de supremacistas blancos. "Lo que empezó siendo una película para combatir la mentira de que América es post-racial se transformó en una película en la que las cartas están sobre la mesa", ha dicho Peele en una entrevista. Déjame salir ha llegado en el momento justo, y ha resonado especialmente entre los menores de 25 años, la mitad de los espectadores que llenaron las salas de Estados Unidos en el primer fin de semana de proyección. No hay un solo periódico generalista o publicación cultural que no haya escrito sobre ella y sobre el debate que ha suscitado. "Déjame salir y la muerte de la inocencia racial blanca", tituló el New Yorker

Pero el éxito de Déjame salir no tiene solo que ver, ni mucho menos, con el momento de su estreno. Jordan Peele, hasta ahora dedicado a la comedia, ha jugado magistralmente con las convenciones del cine de terror —y del humor— para explicar la experiencia de una minoría racial. En primer lugar, el filme juega con el límite entre la paranoia, la manipulación mental conocida como "hacer luz de gas" y la hipnosis. (Extrañamente, la promoción del filme en España ha decidido explotar este elemento y no el debate sobre la raza.)  Un recurso habitual del género en películas como La semilla del diablo, Las mujeres perfectas o la propia Gaslight, de la que procede el término. Pero también una experiencia cercana a la que puede vivir el integrante de una minoría discriminada al que la sociedad trata de convencer que lo que él percibe como una amenaza no es tal cosa.

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"Como hombre negro, a veces no puedes decir si lo que están viendo es racismo soterrado, o es una conversación normal y estás siendo paranoico. Esta dinámica es inquietante en sí misma", ha explicado Peele. El título original de la película, Get out, podría traducirse como Sal de ahí. "¡Sal de ahí!", gritan los espectadores a la pantalla cuando el único personaje negro de un filme de terror se adentra solo en un bosque —la pésima representación de las minorías en el cine de terror es un fenómeno largamente estudiado— o cuando el amable vecino de al lado comienza a tener un comportamiento sospechoso. Es lo que Rod, el mejor amigo de Chris, le repite una y otra vez por teléfono. Pero Chris no quiere enfrentarse al hecho de que, pese a las caras sonrientes de sus invitados, pese a la ilusión de la igualdad, su vida está en riesgo. Ignorar un peligro, nos dice Peele, equivale a entregarse a él sin defensa. Un mensaje válido para esa parte de la sociedad que sostiene que "en España no hay racismo".

En Déjame salir hay suficientes sustos como para satisfacer a quien vaya al cine solo para sentir escalofríos. Hay también carcajadas —no deja de ser una sátira social—, como la escena en la que Chris ofrece su puño a otro afroamericano como gesto de camaradería en medio de una fiesta de blancos... y este no responde chocando el suyo, sino que le agarra la mano como si jamás hubiera visto tal gesto. Y también hay un poso de tristeza e impotencia. En uno de los mejores momentos del filme, tan aterrador como emocionante, Chris se sincera con Georgina, la criada negra de sus suegros: se siente algo nervioso cuando está entre un montón de gente blanca, comenta casi disculpándose. Georgina le regaña como a un niño malo: "No, no, no, no...". Mientras lo dice, luciendo una sonrisa congelada, llora a borbotones. 

 

En la escena inicial de Déjame salir, un joven camina por las calles de un tranquilo barrio residencial mientras habla por teléfono. Nada terrorífico, en principio. Pero ocurre que es afroamericano, y ocurre que se ha extraviado en un barrio que no conoce y que, presupone, está habitado mayoritariamente por gente blanca. El chico comienza a desesperarse, y un coche con las luces apagadas entra misteriosamente en escena: la imaginación del espectador se dispara. Pero, ¿piensa el público en las convenciones del terror, que anuncian sangre? ¿O está recordando a Trayvon Martin, a Walter Scott, a Tamir Rice, a los adolescentes negros asesinados por caminar solos en una calle desierta, lejos de su barrio, quizás empuñando un peligroso smartphone? ¿De dónde procede el miedo? Dependerá, claro, de si el espectador es negro o blanco. 

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