Las brujas que no pudisteis quemar viven ahora en el museo de Zugarramurdi

Museo de las brujas, en Zugarramurdi (Navarra).

No son pocos quienes llegan a Zugarramurdi (Navarra) atraídos por viejas historias y leyendas. El Museo de las Brujas de Zugarramurdi es un lugar donde perpetuar una memoria histórica que contiene muchas respuestas, pues en él se muestra al visitante cómo era la vida cotidiana de los habitantes de estas zona hace 400 años. El lugar más conocido de la localidad y el más atractivo para los visitantes es la famosa Cueva de Zugarramurdi, donde la leyenda sitúa la celebración de los aquelarres, las fiestas rituales que la Inquisición juzgó como culto demoníaco a comienzos del siglo XVII.

Caminando por esta amplia gruta, que alcanza una longitud de 120 metros y que se formó por una vía de agua denominada infernuko erreka –la corriente del infierno– es fácil dar rienda suelta a la imaginación y vislumbrar las historias fantasiosas que se cuentan de este sitio. Brujas, rituales, pactos con el diablo. Miles de imágenes nos inundan la mente. Desde el museo, sin embargo, cuentan a infoLibre la historia como lo que fue: una persecución basada en acusaciones inverosímiles.

El recinto cuenta con tres plantas en las que no solo se abordan cuestiones relacionadas con la brujería, sino que también se trata de conformar un retrato de cómo era la sociedad vasca en el siglo XVII. De esta manera, se da a conocer el proceso inquisitorial que sufrió la localidad a través de elementos audiovisuales, escenografías y pantallas interactivas. Una propuesta que llama la atención de los muchos visitantes, que llegan a ser hasta 150.000 anuales (si bien la mayor afluencia se produce, como es natural, en períodos vacacionales de Semana Santa o verano).

En esta visita, se explica la historia de Zugarramurdi en un ámbito más general, desde las primeras referencias escritas en 1154. Pero lo que más suele atraer, explican a infoLibre desde el museo, es la narrativa del delirio que llevó a falsas acusaciones entre vecinos, que derivaron en torturas y que concluyó con la quema de once personas. Todo esto tiene su inicio en el año 1608 cuando María de Ximildegui llega a Zugarramurdi. María, que había vivido en Labort, en el sur de Francia, afirma haber participado en aquelarres al otro lado de la frontera, donde las autoridades desarrollaban en ese momento una vasta caza de brujas. Arrepentida, confiesa que conoce en Zugarramurdi a brujas que ha visto en esos aquelarres. Y da nombres. Los primeros juicios se concluyen de forma pacífica, pero esto cambia con la llegada de la Inquisición a la localidad. En España se condenó a la hoguera por brujería a 59 personas, y de estas, 11 fueron vecinas de Zugarramurdi. En los años posteriores, la Inquisición se volvió mucho más cauta con las acusaciones y España, a diferencia de otros países europeos, no volvió a quemar brujas.

Pese a que el delito de brujería no estaba explícitamente asociado a un género, y así se establece en la visita al museo, cabe destacar que la mayor parte de las personas ajusticiadas eran mujeres. Aunque desde el museo nos cuentan que no se adentran en detallar los sucesos socioeconómicos que influenciaron la persecución, sí que creen que el momento histórico-político, cultural, social y también económico creó la atmósfera propicia para que este proceso se llevase a cabo. La cacería de brujas se explica desde el cristianismo, el patriarcado como orden social y cultural, y un momento histórico de transición hacia el capitalismo.

Orden patriarcal

El concepto de bruja tiene una fuerte connotación misógina. En una sociedad en la que los roles sociales de las mujeres estaban determinados de forma muy rígida, aquellas que no entraban en los órdenes establecidos, eran señaladas como tales. Ancianas solas o mujeres jóvenes que no contaban con la protección o el acompañamiento de algún hombre eran brujas, así como mujeres con conocimientos sobre el uso medicinal de algunas plantas, parteras, las que evitaban la maternidad o que vivían su sexualidad de una forma subversiva. En definitiva, toda mujer que pudiese suponer una amenaza al orden establecido.

La caza de brujas es definida por algunas teóricas feministas como una guerra contra las mujeres, una persecución para controlar, aterrorizar y disciplinar. Una práctica que no solo tuvo consecuencias entre las mujeres encausadas, sino que sirvió como un “toque de atención” para todas. En el museo se establecen las razones de este hostigamiento como variadas y complejas, y por eso explican que "no responde tanto a una persecución organizada contra las mujeres, sino a la tópica consideración de la mujer como más débil, crédula, irracional, carnal y más proclive a la tentación demoníaca".

La persecución de estas mujeres se dio bajo una fuerte corriente religiosa

La religión judeocristiana, así como la grecorromana antes, atribuye el pecado original a la figura de la mujer –Pandora en el caso grecorromano, Eva en el judeocristiano–. En estos siglos se mantiene esta asociación entre la mujer y el “mal”, lo cual se evidencia aún más con la caza de brujas. Ellas eran consideradas más proclives a asociarse con el diablo, por esta “maldad innata" y por una supuesta mayor debilidad con respecto a los hombres.

La caza de brujas se debe contextualizar en un período de transición al capitalismo

Aunque en principio se asocia con la Edad Media, esta persecución proliferó en siglos posteriores y se debe entender como un elemento necesario para la instauración del sistema capitalista moderno. Las primeras víctimas de la caza de brujas fueron las parteras, ancianas y mujeres que vivían su sexualidad de una forma más “libre”. Al criminalizar estos grupos, el Estado estaba, entre otras cosas, ampliando el control que tenía sobre el cuerpo de las mujeres.

Al poner el foco en parteras y mujeres que rehuían la maternidad o que vivían su sexualidad de forma subversiva, se demonizaba el control de la natalidad y las prácticas sexuales que no tuvieran fines reproductivos, ya que se buscaba un crecimiento de la población, y por ende un crecimiento de la mano de obra.

Por otro lado, hay que entender que la caza de brujas en Europa se estaba produciendo en un momento de redefinición de las relaciones económicas y sociales. Un momento de desposesión de tierras y eliminación de las formas comunales de agricultura, lo cual afectaba sobre todo a las mujeres mayores, que al no tener tierras que cultivar dependían del Estado para sobrevivir.

La resignificación del término como eslogan feminista

El carácter subversivo de la figura de la bruja ha sido muy reivindicado por el movimiento feminista en los últimos años, así como también se ha criticado la invisibilización de estas prácticas, que se nos han presentado como prácticas relacionadas con la “oscura” Edad Media y no como una forma de control y sometimiento de las mujeres.

No es raro escuchar cánticos como “somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar” en concentraciones feministas o de ver representaciones de brujas como mujeres rebeldes que desafían el orden establecido. Desde los años 70, la caza de brujas como proceso histórico ha sido revisitado por teóricas feministas que han reivindicado su carácter patriarcal.

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Todas tenemos una imagen muy concreta cuando nos hablan de “brujas”. Viejas, feas, solitarias, narigudas, rencorosas. La autonomía de la bruja se traduce en soledad, el poder en maldad, la vejez en fealdad. Y así se crea una imagen que todavía perdura en cuentos infantiles y que sirve como advertencia para las niñas. Desde el museo nos cuentan que tratan de romper con la imagen folklórica de las brujas: "Se quiere dar paso a esa otra realidad de unas mujeres y unos hombres acusados de cosas inverosímiles, envueltos en relatos fantasiosos, y finalmente quemados en una hoguera".

El museo, que se apoya en trabajos de investigación como los de Florencio Idoate, Julio Caro Baroja o Gustav Heninngsen, entre otros, trata de aunar en la necesidad de proteger el patrimonio local y divulgar sobre "un pasaje de la Historia que no debería repetirse".

El precio para visitar tanto el museo como la cueva es de 6 euros, aunque para los más pequeños (6-12 años) es de tan solo 4 euros. El horario varía según la época del año, pero desde el 15 julio hasta el 15 de septiembre se puede visitar todos los días en horarios de 10:30 a 19:30 horas.

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