Modernizarse o morir. La llegada a librerías del último álbum de Astérix y Obélix, La hija de Vercingetórix, proporciona un ejemplo más de la vitalidad de una serie que, con el paso de los años, se consolida como fenómeno editorial, cultural, sociológico e incluso político, gracias en gran parte a su increíble habilidad para el aggiornamiento.
La fórmula estaba ya en las historietas primigenias. Tras rechazar su idea inicial, cuyo escenario era la prehistoria, Albert Uderzo y René Goscinny tuvieron la habilidad de crear un universo pseudohistórico trufado de referencias a la actualidad del momento, protagonizado por unos galos imbatibles que en poco o nada se ajustaban a su referente en la vida real.
El especialista Bernard-Pierre Molin recuerda que, cuando nace Astérix, la Galia que evoca era apenas conocida: "Los Galos tenían tres defectos principales: no escribían, por lo que no dejaron rastro: construían en madera, por lo que no han dejado vestigios; y perdieron la guerra contra los romanos". Es decir, no fueron ese pueblo invencible recluido en un rincón, al contrario: hoy sabemos que constituyen un ejemplo de adaptación y asimilación, no quisieron ser aniquilados, sino que se acomodaron al nuevo modo de vida.
A pesar de lo cual, desde el nacimiento de la serie en 1959, los analistas la vienen interpretando como una alegoría de la resistencia, es decir, como espejo deformante (embellecedor) de una Francia que se creía más fiera de lo que era frente al invasor sea éste romano o alemán; y defensora de sus peculiaridades, en la línea de lo apuntado por estudiosos como André Stoll o Nicolas Rouvière, para quienes la pequeña aldea gala es una metonimia perfecta de la excepción cultural y política francesa. En definitiva, la Francia del general De Gaulle.
Atrás quedan lejos esos tiempos, y es sabido que los que hoy imaginan y dibujan las aventuras de Astérix no son sus padres originales. De hecho, la pareja se rompió pronto por la prematura muerte de Goscinny, y Jean-Yves Ferri y Didier Conrad tomaron el relevo en 2003. Pero el espíritu se mantiene: en su nueva entrega, los guerreros de la pócima han de enfrentarse a una adolescente que se rebela contra el hecho de ser siempre vista como "la hija de". En concreto, hija de Vercingétorix, un personaje real, el guerrero galo derrotado por los romanos en la batalla de Alesia, un héroe de la resistencia avant la lettre.
Renovarse o morir
En su 60 cumpleaños, los añosos galos se han regalando una inyección de juventud. La creación de Adrenalina, que así se llama la teenager rebelde que todo lo cuestiona, permite a los autores no sólo abordar las preocupaciones de las nuevas generaciones sino actualizar los personajes femeninos de la serie que, con salvedades, siguen respondiendo "a la visión estereotipada de la mujer en los 50", tal y como señaló Didier Conrad cuando anunciaron el nuevo álbum.
Es un empeño al que deben mantenerse fieles. "El lector pide que Astérix coja algo del color de la época, pero siguiendo siempre una fidelidad, una tradición —explicó Ferri con motivo de la presentación de un álbum anterior, El papiro del César (2015)—. Encontrar la forma de equilibrar las dos cosas es la única esperanza para la serie. Hay que ir a tratar los temas de la actualidad".
Sea como fuere, Astérix es parte del patrimonio emocional francés, y del mismo modo que sus aventuras buscan inspiración en la actualidad, la actualidad se nutre de él. No siempre para bien, como cuando el presidente Emmanuel Macron hace referencia al "Galo refractario al cambio" cuando critica a quienes se oponen a sus reformas.
"En el mercado francobelga es muy habitual, no sólo continuar durante muchos años con sagas iniciadas en los años cuarenta y cincuenta con otros autores, sino retomar con nuevas entregas a personajes clásicos" —nos dice Antoni Guiral, teórico de la historieta y divulgador de cómics—. Blake y Mortimer, creados por Edgar Pierre Jacobs en 1947 y realizada por él hasta 1972, es un ejemplo de ello; en 1996 se retomó la serie con otros autores, serie de gran éxito de ventas, por cierto, que sigue publicándose".
También ha ocurrido en España: aquí, Zipi y Zape fueron retomados y actualizados por Cera y Ramis en los años 2000 y 2001 con nuevas aventuras.
Hablamos de series cuyos autores originales han fallecido, o cedido el testigo, dando paso a nuevos guionistas y dibujantes. En ocasiones, la decisión de continuar y el permiso para renovar es cosa de los propios creadores; en otras, queda en manos de los herederos.
"Si hablamos de personajes europeos, básicamente, los derechos de los mismos pertenecen a sus autores y, cuando estos fallecen, a sus herederos. Por tanto, sí son estos quienes han de decidir si quieren que haya una continuidad de los personajes", explica Guiral. En el caso de Estados Unidos, las circunstancias varían, "tanto de los personajes de serie de prensa como de muchos de los comic-books, los personajes y sus marcas pertenecen a syndicates y editoriales, por lo que son estos quienes deciden la continuidad de la series y sus autores".
Antoni Guiral es autor del monumental 100 años de TBO y director de la edición de coleccionista más ambiciosa de Mortadelo y Filemón, la pareja de aquí que más se parece a la del otro lado de los Pirineos.
De entrada, tienen una edad parecida, Francisco Ibáñez los creó en 1958 como parte de Pulgarcito, si bien su primer álbum se hizo esperar hasta 1969. Pero, sobre todo, constituyen otro ejemplo cabal de esa capacidad de adaptación de la que venimos hablando.
Siempre ha vehiculado una dosis de crítica social y política, bien es cierto que muy leve en sus aventuras durante la dictadura (la censura franquista ataba cortos a los creadores de tebeos), en sus primeras aventuras, el tono que predomina es el paródico de la realidad, con pinceladas surrealista. En los años 70, la llegada de la democracia soltó la mano de su autor. Es creencia de Guiral que, sin esa habilidad, no habrían sobrevivido.
"La primera gran renovación de Mortadelo y Filemón llegó en 1969, cuando Ibáñez los hizo agentes de la T.I.A. y creó a otros personajes secundarios (el Súper, el profesor Bacterio, posteriormente Ofelia), creando a partir de entonces aventuras de 44 o 46 páginas. La segunda empieza a inicios de los años ochenta, cuando la serie retrata temas referidos a la actualidad, tanto nacional como internacional, temas sociales, deportivos, históricos, políticos, económicos y culturales. Es ahí donde Ibáñez acertó, sabiendo actualizar de forma continuada a sus personajes y, sobre todo, a las situaciones en las que estaban envueltos".
Un caso de longevidad creativa extrema
Lo peculiar de esta saga es que su creador sigue vivo, no ha habido relevo. Ibáñez cumplió en marzo 83 años, 60 de ellos los ha vivido en compañía de sus estrafalarios detectives. El que este trío protagoniza es un fenómeno cultural sin parangón en España, aunque emparentado con el del galo alado y su compañero, el gordo del menhir.
"Si tomamos los álbumes de Mortadelo y Filemón en su conjunto, representan una verdadera historia del mundo. Desde la aparición de los primeros diplodocus hasta la Segunda Guerra Mundial. Hay muchos disparates, claro, pero también hay muchos personajes históricos y se cuentan cosas que pasaron", declaró Ibáñez recientemente. Al glosar su trabajo, asegura que extrae los temas "de lo que habla la radio y la televisión en el momento de escribir y dibujar la historia". Lo hace para no aburrir al respetable. "Al lector le doy lechuguita fresca, lo que ve cada día".
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Y así, hoja a hoja, llegó a su álbum número 200, El tesorero, el de Bárcenas, en cuya presentación admitió entre veras y bromas que "la gente se ríe más con los políticos que conmigo". Claro, que también aseguró que no es su intención hacer crítica política ni social, sino que el público se lo pase bien. "Yo no creo con la intención de que se vean trasfondos políticos, es el lector quien los ve. Uno me dijo que Mortadelo (con su tremenda habilidad para disfrazarse) es un político puro, porque se cambia de traje cuando le conviene".
Lo cual ha tenido una consecuencia paradójica: "Hubo un tiempo que el público que leía mis cómics era casi todo público infantil, pero esto ha ido cambiando hasta el punto de que hoy en día diría que mi público son más los adultos que los niños". El lector que ata cabos es el lector de cierta edad.
¿Nostalgia? Puede ser. También en el caso de Astérix. Pero las cifras de ventas les acompañan, y eso los protege más que cualquier pócima.