EXPOSICIÓN
Poéticas del mundo contra el maltrato
En una de las múltiples salas adyacentes que conforman el centro de exposiciones de la Fundación Canal de Madrid, un vestido de novia concentra la atención como epicentro de los múltiples objetos que pueblan el espacio. Con sus brocados, con sus brillos y sus transparencias, podría evocar algo muy lejano a lo que realmente quiere reivindicar. Quizá una muestra de moda nupcial. O sobre costura en general. Son las motas rojas que lo cubren, y el alambre que rodea el torso del maniquí sobre el que se expone, los que ponen sobre aviso al espectador: algo ocurre. Una distorsión tiñe esa imagen tan alusiva del universo femenino. Creado por la artista paquistaní Maimuna Feroze-Nana, el traje -con el sugestivo nombre de No- quiere hablar de la práctica, ilegal pero extendida también en India, de quemar o arrojar ácido sobre las esposas que no resultan ser lo que el marido quería que fueran.
Solo por su cualidad biológica, tan humana como todo lo humano, miles, cientos de miles, millones de mujeres en todo el mundo sufren la violencia, una absurda y vergonzante aberración milenaria que se manifiesta no solo en forma de palizas o violaciones, sino de muy diversas maneras y con diferentes resultados -siempre perniciosos-, para las que la sufren, y en muchas ocasiones, para sus allegados. El arte, dice la comisaria Randy Rosenberg, posee la capacidad no solo de llamar la atención sobre estas cuestiones, sino también de ejercer de remedio y medio, tanto de educación como de concienciación. De ahí la exposición que ha comisariado, Contraviolencias, (del 8 de mayo hasta el 21 de julio) una colectiva con piezas de 28 artistas y mujeres, 28 miradas diferentes y divergentes, provenientes de todos los rincones del planetaContraviolencias, que busca, en sus palabras, “abrir un debate sobre un problema que no es algo aislado, sino global”, y que no pretende ser un alegato feminista, sino, simplemente, en favor de los derechos humanos.
Con piezas de reconocidísimas artistas como la serbia Marina Abramovic, la japonesa Yoko Ono o la francesa Louise Bourgeois, y otras tantas más desconocidas, procedentes de distintos puntos de África, Asia o América Latina, la exposición, ha señalado su comisaria, ha evitado conscientemente convertirse en un muestrario de la violencia en su más cruda y sangrienta expresión. “Las obras que hemos seleccionado son muy poéticas”, ha explicado Rosenberg, que es directora ejecutiva de la ONG Artworks for Change, dedicada a difundir el arte que promueve el cambio a mejor, “porque nuestra intención es infundir vida a las historias que se cuentan”.
Dividida en cinco secciones, resultantes de las conjugaciones de la violencia con el individuo, la familia, la comunidad, la cultura y la política, la exposición se construye a través de lenguajes expresivos completamente diferentes entre sí, que se valen de pinturas, dibujos, fotografías, vídeos o instalaciones para difundir su mensaje. A pesar de esa voluntad de no abundar en la violencia flagrante, una de las salas, la que contiene obras de Abramovic, Gabriella Morawetz o Joyce J. Scott, avisa al visitante antes de que se adentre. “Por su crudeza, algunas de las obras contenidas en la sala pueden herir la sensibilidad”, reza un cartel a la entrada. Dentro, se ve un vídeo de la famosa artista bálcanica, la reina de la performance, golpeándose el pecho desnudo con una calavera, con el pelo cubriendo el rostro, borrando su identidad. También una pequeña escultura hecha de cuentas de semilla, que da forma a una mujer desnuda, atada de pies y manos, humillada en su impotencia, obra de Scott y llamada El día después de la violación. “Hemos querido huir del sensacionalismo”, asegura la comisaria, “pero también queríamos representar la violencia desde sus múltiples interpretaciones”.