Ramón Barea (Bilbao, 1949) se niega a jubilarse. Uno de los últimos proyectos de este actor con decenas de películas a sus espaldas (como Siete mesas de billar francés, Obaba o La buena estrella) es Un otoño sin Berlín, ópera prima de la cineasta vizcaína Lara Izagirre que se estrena en el Festival de San Sebastián, en la Gala del Cine Vasco del certamen, dentro de la sección Zinemira. Barea habla para infoLibre sobre su papel en el filme, Aita, padre de June (Irene Escolar), una joven que vuelve a casa tras una temporada en el extranjero, teniendo que afrontar que muchas cosas han cambiado en su familia y en su primer amor, Diego (Tamar Novas).¿Qué destacaría del personaje protagonista, June?
Irene Escolar ha entendido muy bien al personaje y lo que oculta, lees en los ojos de June lo que quiere decir. No responde al cliché clásico de guion, ni hay final feliz, ni es una historia de amor al uso. Encierra relaciones complicadas, con pequeños atisbos de felicidad. He salido impactado, porque funciona y la he visto con distancia. Aunque conocía la historia, parece tener vida propia.
Pregunta. ¿No se reconoce en la pantalla?
Respuesta. No reconoces la emoción que produce hasta que ves la peli. Puedes recordar qué pasó en el rodaje ese día, pero la magia que produce el montaje y el cine la vives como un espectador casi normal. Extrañas el impacto que puede tener un abrazo, que durante el rodaje lo puedes vivir como algo mecánico.
P. La vida no es perfecta, ¿quizás por eso el espectador sale tan conmovido?
R. Sí, reconoces situaciones o la acción te lleva a situaciones paralelas. Desde la llegada, me parece precioso el momento en el que June llama al telefonillo. Las escuchas, las esperas, marcan la tónica de la peli. ¡Tiene tanto valor esa escucha y ese respeto que imprime!
P. ¿Es una historia de amor en la que se quiere sin verbalizarlo?
R. June refleja una gran capacidad para empatizar con los demás y, al mismo tiempo, hace ver lo difícil que resultan las historias de amor.
P. ¿Y qué opina del protagonista masculino?
R. Despierta ternura y ella instintivamente le protege, pero tiene unas fobias complicadas.
P. Hay demasiadas historias de escritores que se encierran, como Diego (Tamar Novas). ¿No es una contradicción cuando después publican su obra?
R. Julio Verne me llamaba la atención en este sentido. Tuvo un período demasiado grande en el que tuvo demasiados líos en su mundo interior. Es curioso que un escritor de aventuras viviera encerrado, con problemas para relacionarse.
P. ¿Y Lier Quesada, el niño de los grandes ojos azules que interpreta a Nico?
R. Es una maravilla. Sobre el guion decías: 'No hay niño que diga esto con solvencia', y ¡qué va!, te lo crees todo. Es un niño normal de casting, un flechazo. Tiene que ser él y no otro.
P. Amorebieta, donde se desarrolla la acción, es el pueblo de la directora, ¿tiene la película algo de autobiográfico?
R. Imagino que la parte que tiene sentimientos lo es, aunque nunca se lo he preguntado a Lara. La película es sobre todo muy femenina, no sé si un tío hubiera hecho una historia igual. Ha mimado todas las escenas de riesgo emocional y están muy bien resueltas. Ella arropa muy bien en el rodaje a Irene Escolar.
P. He leído que Lara Izagirre escucha a los actores, sus propuestas, ¿cómo sucede esto?
R. No tiene prisa, el rodaje ha transcurrido de una forma impensable en una producción acelerada. Lara repite una toma por un matiz muy sutil. Es una producción muy cuidadosa, muy delicada, una peli de festivales y premios, aunque quizás no sea demasiado comercial.
P. Es su ópera prima, su primer largo, ¿cómo la definiría?
R. Es una peli dura pero tierna, una obra madura que tengo la sensación de que será muy bien acogida. No parece, desde luego, una ópera prima.
P. A todos lo personajes les falta algo, ¿no le parece?
R. La vida está llena de carencias y sobrevivimos de esa manera.
P. Usted tiene establecida su residencia en Bilbao. ¿Cómo organiza su vida profesional desde aquí?
R. He hecho toda mi vida profesional desde Bilbao. Esta temporada es la primera vez en mi vida profesional que renuncio a un montón de proyectos profesionales por quedarme en Bilbao. Te estoy hablando de ofertas importantes que cualquier actor aspira a conseguir para vivir bien, con sueldo fijo durante unos meses. Ofertas del Centro Dramático Nacional o la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Tenía ganas de quedarme en Bilbao porque la experiencia de Pabellón 6 [la sala de artes escénicas de la que es promotor] es apasionante.
P. ¿Qué me puede decir de Pabellón 6?
R. Está en Zorrozaurre, un barrio todavía bastante apartado y muy pequeño, aunque pronto se comunicará con el centro de la ciudad porque en él está previsto la última gran operación de regeneración de Bilbao. Pabellón 6 es un proyecto que solo trabaja artes escénicas. Tenemos una actividad permanente, con 200 socios activos, que comprende un grupo destacado de autores, directores y gente de la calle. Consigue llenar las producciones que organiza, con 170 espectadores permanentes por función, algo que no es fácil de conseguir.
P. ¿Qué proyectos tiene a corto plazo Pabellón?
R. Hay un curso de versos de Karmele Aranburu y Gonzalo Polanco y estamos preparando una coproducción que se llama Teatro Mohicano, destinada a los jóvenes. En octubre empiezo un proyecto de compañía joven, Romeo y Julieta, con actores noveles que han pasado por escuelas privadas de teatro. Es una adaptación de Pablo Neruda que mantiene la medida y las sílabas originales. El curso de versos se reconvierte en la obra La cena de Don Juan Tenorio, con un grupo de catorce personas que participará en la obra. Ya ves que hay un montón de gente detrás, aunque se me vea solo a mí como la cara visible de Pabellón. Un proyecto que evoluciona y es apasionante.
P. ¿Se quedaría una larga temporada en Zorrozaurre?
R. Sí, pero también me quedaría en Bilbao, en cualquier otra zona, porque, aunque parezca lo contrario, en nuestra ciudad sí hay público de teatro, solo hay que conseguir interesar a muchos sectores del mismo.
P. Usted es un hombre de teatro. ¿Cuáles son su primeros recuerdos escénicos?
R. Arrancan con la fundación, junto a mi amigo Álex Angulo, de las primeras compañías de la escena vasca, Cómicos de la legua y Karraka. Toda la vida con Álex, desde los setenta, actuábamos donde podíamos, en la Universidad, cuando estudiaba Magisterio, o en una Iglesia de un cura rojo. Esto era un desierto, no existían compañías profesionales.
P. ¿Cómo era él entonces?
R. Era muy dejado con su aspecto físico y nos hemos reído tanto con él de eso. Decíamos: '¡Qué tío tan feo, no tiene pinta de actor!'. La aventura de empezar con veinte años, despegarse de la familia, en el País Vasco, donde no había ninguna compañía profesional, transformó el vínculo con Álex en una vida compartida, casi de pareja. Todavía le tengo metido en la cabeza, hay cosas que digo o hago que son suyas y los planes de futuro cambian cuando pasa algo así, tan jodido e inesperado.
P. ¿Cómo ve la escena artística nacional?
R. El enorme recorte de presupuestos destinados al teatro es algo conocido. Han bajado el número de actuaciones en las giras y la red de teatros española ha reducido su número de representaciones, lo que hace que muchas compañías se estén replanteando la vida porque ya no tienen tantas funciones al año. Creo que se van a asentar cada vez más proyectos como Pabellón 6, para impulsar las clases de teatro y promover contactos con las escuelas.
P.¿Cuál es la salida?
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R. No hay ningún teatro que tenga una dirección artística, ni producciones propias, salvo el Arriaga de Bilbao. Estoy encantado con Pabellón, por lo que supone de aglutinar a la profesión y que ese espacio sea nuestro. Todo está centralizado y allí se exhibe, se atrae al público. Los actores somos materia contratable, no tenemos nada que ver con los teatros municipales.
P. ¿Cómo le cayó el Premio Nacional de Teatro en 2013?
R. Fue una sorpresa porque no era un actor en la cresta de la ola. Al principio me sorprendió muchísimo, creí que era una broma cuando recibí la llamada de la secretaria del ministro. Es algo que no te esperas, se decide en un comité en Madrid y no hay nominaciones previas. Me alegró mucho porque era considerar una forma de estar en la profesión, de trabajo permanente y entrar en proyectos como Pabellón 6, cuando ya me hablan de jubilación. Ahora pienso en mi próximo proyecto, en el presente, nunca en el futuro.
Ramón Barea (Bilbao, 1949) se niega a jubilarse. Uno de los últimos proyectos de este actor con decenas de películas a sus espaldas (como Siete mesas de billar francés, Obaba o La buena estrella) es Un otoño sin Berlín, ópera prima de la cineasta vizcaína Lara Izagirre que se estrena en el Festival de San Sebastián, en la Gala del Cine Vasco del certamen, dentro de la sección Zinemira. Barea habla para infoLibre sobre su papel en el filme, Aita, padre de June (Irene Escolar), una joven que vuelve a casa tras una temporada en el extranjero, teniendo que afrontar que muchas cosas han cambiado en su familia y en su primer amor, Diego (Tamar Novas).¿Qué destacaría del personaje protagonista, June?