Mostra de Venecia
Fin de Semana en la Mostra Veneciana: la fuerza de la actuación y las ideas
El sábado la Mostra de Venecia volvió a recibir a uno de sus invitados más redundantes, George Clooney, que pasa muchos meses en Italia cada año, de nuevo a Matt Damon, al que ya vimos con el film inaugural, y a Julianne Moore, para el lanzamiento de Suburbicon, un descarnado retrato de la América que no cambia, y al israelí y ya ganador del León de Oro Samuel Maoz, con la antimilitarista Foxtrot. Al día siguiente, le tocó el turno al cine europeo de la mano de dos cineastas consagrados, el francés Robert Guédiguian, y el italiano Paolo Virzi, de la mano de los astros Helen Mirren y Donald Sutherland, en su primera película en EEUU, quizás lo menos reseñable de este paquete del fin de semana.
El evento de estos días del que más se ha hablado y se seguirá hablando, al estrenarse tarde o temprano en casi todas partes, es Suburbicon, la nueva película de George Clooney como director, que de la mano de su amigo Matt Damon, rodeado de otras figuras como Julianne Moore o el guatemalteco Oscar Isaac, convierte en imágenes un viejo guión de los hermanos Coen, próximo a sus inicios, y cuyo acción se desarrolla en un barrio residencial a finales de los años 50.
Ya saben eso de que la historia se repite, o puede que en concreto en Estados Unidos haya problemas endémicos que la evolución de los tiempos –como en este caso la ambición y el racismo– no mitiga. Son como esos hongos rebeldes que tarde o temprano vuelven a salir, una especie de maldición bíblica. En Suburbicon, Clooney y su habitual cómplice Grant Heslov, aderezan un texto de Joel y Ethan Coen que pese a ser previo en el tiempo a Fargo la anticipa, con personajes movidos por la avaricia y el "todo vale", al que añade otra trama sobre la "acogida" que dispensan los burgueses blancos a una familia afroamericana que recala en sus dominios. Hay humor negro, una intriga criminal para entretener, y sobre todo, un descarnado retrato social de brocha gorda, a través del cual intuímos que 60 años después, esa América no es muy distinta de la de Trump.
El planteamiento de Clooney mira al pasado, y coincide con otra reciente metáfora -esta vez televisiva- The Handmaid's Tale, que paradójicamente se ubica en un futuro distópico y cercano en el que EEUU está controlado por un gobierno religioso integrista que lapida los derechos de las mujeres hasta convertir a algunas en meros vientres "para dar hijos a la patria". Ambas, distantes en el tiempo, están hablándonos del hoy, con todos los mensajes entre líneas que quieran, y de nosotros mismos, o al menos de parte de nosotros.
Suburbicon estará muy probablemente en el paquete de títulos que habrá que salvar de esta irregular edición de la Mostra veneciana.
Para algunos seria candidata al León de Oro, Foxtrot es la tardía nueva –y segunda– película del israelí Samuel Maoz, cuya opera prima, Líbano ganó el León de Oro por su claustrofóbica propuesta de una historia que se desarrolla dentro de un tanque. Ahora, de nuevo sus propios conocimientos y experiencias en las fuerzas armadas de su país inspiran probablemente el film con el que regresa al Lido, cuya puesta en escena, que combina realidad con surrealismo, amenaza con alejar a parte de su potencial audiencia. Dividida en tres partes, la cinta comienza cuando un padre de familia recibe la noticia de que su hijo, en el servicio militar israelí, ha muerto. Este hecho permite a Maoz hacer una reflexión sobre los caprichos del destino sin por ello dejar de apuntar con el dedo a las responsabilidades de su gobierno (o si lo prefieren su estado) en el uso y abuso de jóvenes inmaduros en el ejército.
Es en los festivales donde sin duda más se aprecian los riesgos en la puesta de escena, los virtuosismos visuales y los experimentos narrativos. Foxtrot tiene tal vez demasiados, y al cineasta israelí parece haberle preocupado más la forma que el fondo, sorprender e impactar con su realización al espectador más que arrastrarle en la emocionalidad de la historia. Puede que algunos lo valoren positivamente. No es nuestro caso.
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La Mostra de Venecia, como le suele pasar con frecuencia a Cannes, tiene diferentes varas de medir. Son festivales que muestran una sospechosa benevolencia hacia películas de consagrados directores locales, a los que se valora más por el nombre y la trayectoria que por la calidad intrínseca de los trabajos que presentan. Un buen ejemplo lo hemos tenido con The Leisure Seeker, una road movie sobre dos ancianos –ella con un cáncer terminal y él con algún tipo de naciente demencia senil o Alzheimer– que emprenden con una caravana un último viaje de pareja entre el norte de Estados Unidos y Florida, tras los pasos de Hemingway.
Se trata del debut en inglés del italiano Paolo Virzi, al que muy bien podían haberle dado una honrosa presencia fuera de concurso, pero que por el capricho de Alberto Barberta compite por el León de Oro. La sobrevalorada anterior cinta de Virzi, Locas de alegría, tuvo una exitosa andadura, y coincide con The Leisure Seeker en la sobresaliente presencia actoral (aparte de ser ambas road movies) y en ser cintas de viaje. Si en aquella fue Valeria Bruni Tedeschi, en su nuevo trabajo son dos figuras tan veteranas y admiradas como Helen Mirren y Donald Sutherland las que justifican el esfuerzo de estar sentado casi dos horas en la butaca para seguir esta historia que aparte de ser muy poco original carece de sustancia, a pesar de sus cuatro guionistas. Los diálogos suenan falsos y teatrales, y el esfuerzo desplegado por los descomunales talentos de los actores anglosajones deviene inutil a la postre. Mirren podría optar al premio de interpretación (Copa Volpi), pero con buenas actuaciones no se compensa un mal guión.
Finalmente, como la anterior este domingo, el francés Robert Guédiguian, vuelve a reunir a sus fieles actores, encabezados por Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin, en La Villa, otro de sus dramas familiares y sociales al borde del Mediterráneo marsellés. Lo bueno de Guédiguian es que no defrauda, maneja casi siempre los mismos temas, en el mismo escenario y con el mismo elenco, pero una y otra vez lo hace con talento. Sus fans no quedarán defraudados por esta historia sobre un anciano que sufre un ataque que le deja paralizado, y genera el regreso de sus tres hijos al pequeño pueblo costero que nunca abandonó el patriarca. El del marsellés es un cine militante, que reivindica los valores de la izquierda, esos que ahora parecen obsoletos ante el poder del individualismo neoliberal y su declaración de muerte de las ideas. Tal vez no aporte mucho de nuevo, pero sigue siendo necesario.