Mucho se ha escrito sobre el Tánger crápula y canallesco de mediados del siglo XX, cuando la ciudad estaba bajo el control de varias potencias internacionales, entre ellas, España, Francia y el Reino Unido. En la leyenda de aquel Tánger que el periodista Eduardo Haro Tecglen definió como “un estado de ánimo” participaron las plumas de Paul y Jane Bowles, Truman Capote, Patricia Highsmith o Jack Kerouac. Sin embargo, y a pesar de haber perdido cierta pátina de misterio, los procesos en los que está inmersa la ciudad actualmente siguen arrojando jugosas anécdotas para una, o varias, sagas de literatura negra.
Al género noir y a Tánger ha regresado el periodista Javier Valenzuela en su segunda novela, Limones negros (Anantes). En esta ocasión, Sepúlveda, profesor del Instituto Cervantes que también protagonizó su debut en la narrativa de ficción, se ve inmerso en una investigación sobre los tejemanejes tangerinos del sospechoso presidente de BankMadrid. Bajo la excusa de esta trama, Valenzuela ofrece una crónica del desembarco al otro lado del Estrecho de los empresarios españoles del ladrillo y corruptos de todo pelaje y condición. “En la última década, sobre todo tras el estallido de la burbuja en España, se ha producido en Tánger un renacimiento urbano promovido por el rey Mohamed VI y en el que participan muchas empresas españolas”, explica el también colaborador de infoLibre y tintaLibre.
Entre los benefactores de este boom inmobiliario también se encuentran los países del Golfo que “generosamente –dice Valenzuela con sorna— han donado dinero para la construcción de obra pública” y los saudíes, que han promovido nuevas mezquitas a través de las que difundir su visión conservadora del islam, el wahabismo. De ello, da cuenta el perspicaz Sepúlveda en sus paseos por las calles de Tánger: bares cerrados, hombres con frondosas barbas, mujeres vestidas con niqab. “Se estaba haciendo cada vez más difícil tomarse un trago en Tánger. No era una persecución oficial, era todavía peor: la sociedad se reislamizaba desde abajo”, barrunta el profesor en Limones negros. “El islam marroquí es muy tolerante. De hecho, el rey y la élite intentan frenar la creciente influencia del salafismo”, cuenta Valenzuela. “Aun así, casi todo sigue siendo posible en Tánger. Es la ciudad más abierta, liberal y divertida de Marruecos”.
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Es posible, todavía, que persigan a Jason Bourne por las angostas calles tangerinas en El ultimátum de Bourne (2007) o que el James Bond encarnado por Daniel Craig recale allí en una misión (Spectre, 2015). “En el pasado”, explica Valenzuela, “el contrabando, el tráfico de drogas o el espionaje eran actividades económicas clave en la ciudad”. Y la que tuvo, retuvo, seguramente pensará Sepúlveda, testigo de lo que se mueve en las cloacas y, sobre todo, ávido lector de la literatura noir radicada en Tánger noir, aquella que ofrece en código de ficción los chanchullos y corruptelas que no se pueden demostrar en la vida real. Tanto en Tangerina (Martínez Roca, 2015), como en esta ocasión, el profesor ofrece una excelente guía cultural de la ciudad.
Durante el festival BCNegra de 2016, la escritora estadounidense Donna Leon, autora de la serie negra del comisario veneciano Brunetti, defendió la existencia de un subgénero de novela negra a orillas del Mediterráneo. “Existe una novela negra mediterránea y la prueba es la gastronomía, la comida; mientras que en las nórdicas los personajes no comen, no saben comer, pero sí beben y mucho”, dijo. ¿Están Tangerina y Limones negros dentro de esta corriente? “La llamada novela negra mediterránea, la de Vázquez Montalbán, Petros Markaris o Andrea Camilleri, tiene mucho de costumbrista y entre sus características destaca la abundancia de recetas”, opina Valenzuela. El periodista prefiere encuadrar su obra de ficción en la tradición de sus admirados Raymond Chandler, Dashiell Hammet y James Ellroy, es decir, la literatura hardboiled, caracterizada por una narración más visceral en la que prima la atmósfera sobre la trama policiaca.
En su caso, la atmósfera es el Tánger actual, con reminiscencias de aquel Tánger más gamberro. Una ciudad que sigue mirando por el rabillo del ojo a España, a la liga de fútbol y a las series de televisión, que habla castellano con fluidez y ofrece tapas en los bares. En un artículo publicado en 2012 con el título Tánger la andaluza, el periodista y escritor defendía la fuerte relación cultural que unía a ambas riberas del Estrecho. Durante el periodo internacional, a finales de los cincuenta, llegaron a vivir 60.000 españoles. “El mundo, y muy en particular España, necesita a Tánger”, decía entonces. “Tánger simboliza las ramas y las hojas africanas de la cultura y lengua españolas”, argumenta a día de hoy. Y los tiburones del ladrillo ya se han dado cuenta de ello.
Mucho se ha escrito sobre el Tánger crápula y canallesco de mediados del siglo XX, cuando la ciudad estaba bajo el control de varias potencias internacionales, entre ellas, España, Francia y el Reino Unido. En la leyenda de aquel Tánger que el periodista Eduardo Haro Tecglen definió como “un estado de ánimo” participaron las plumas de Paul y Jane Bowles, Truman Capote, Patricia Highsmith o Jack Kerouac. Sin embargo, y a pesar de haber perdido cierta pátina de misterio, los procesos en los que está inmersa la ciudad actualmente siguen arrojando jugosas anécdotas para una, o varias, sagas de literatura negra.