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Aquí, el debate apenas ha suscitado interés, la noticia de que Marieke Lucas Rijneveld ha renunciado a traducir al neerlandés los versos de Amanda Gorman por su condición de persona blanca y no binaria ha provocado algún artículo, como este de Juan Soto Ivars, y algún tuit, como este de Sergio del Molino:
O este otro, de Milo J. Krmpotić:
Al leerlo, me puse en contacto con él: "Me parece una situación un tanto delirante. Si llevamos al extremo esa relación entre identidad y labor traductora, los hombres tendremos que dejar de traducir a mujeres y viceversa. De hecho, acabaremos por no traducir nada, porque a ver en qué se parece mi experiencia vital como ciudadano español de los siglos XX-XXI con, por ejemplo, la de un Dostoievski o la de un Goethe, por muy hombres blancos que seamos los tres. Es decir, que se está situando el eje en la raza, en el género, cuando el traductor tiene una sola preocupación: el texto. Todo está allí. No lo digo yo; lo dice la Nueva Crítica, entre otras corrientes que han estudiado bastante el asunto".
El caso recuerda a otros, aunque tiene sus particularidades. Marieke Lucas Rijneveld causó sensación hace un año al convertirse, con sólo 29 años, en la más joven ganadora del Booker Internacional por su novela La inquietud de la noche y fue elegida para traducir a Gorman, la poeta que brilló en la ceremonia de toma de posesión de Joe Biden, por el editor Meulenhoff. Pero la elección suscitó controversia, hubo quien, como la periodista y activista Janice Deul, criticó que no se optara por una traductora que fuera, como Gorman, artista de la palabra hablada, joven, mujer y negra. La designada sucumbió.
"Estoy conmocionada por el alboroto que rodea mi participación en la difusión del mensaje de Amanda Gorman y comprendo a las personas que se sienten heridas por la decisión de Meulenhoff de pedírmelo", escribió Rijneveld. "Me había dedicado felizmente a traducir el trabajo de Amanda…"
Esa tarea, en España, ha recaído sobre Nuria Barrios, escritora (en librerías está Todo arde) y traductora (su trabajo más reciente es Los muertos, de Joyce). Ella firma la versión castellana de La colina que ascendemos, que saldrá en abril; a ella pregunté y se mostró contenida: "La traducción ya está hecha y yo, como corresponde, desaparezco de la escena. Mi lema como traductora es homérico: Mi nombre es Nadie. Mi símbolo, el camaleón. Para poder ser todos, para que tu voz abrace todas las voces, has de ser Nadie".
Lo cual no significa, por supuesto, que no tengas criterio. "Entiendo que un profesional no desee hacer un trabajo que le encargan, por el motivo que sea (incluso la objeción de conciencia). Pero que un ser humano blanco (lo voy a decir así) estime que no puede sentir como otro ser humano con la piel de otro color es negar lo que todos los seres humanos compartimos: lo que está en nuestro interior, no lo que nos diferencia por fuera". Es Amelia Pérez de Villar, cuyas últimas traducciones son Cuentos, de Thomas Wolfe y El hombre que llegó a ser rey, de Rudyard Kipling. "¿Van a decir que he hecho bien la traducción porque soy imperialista? ¿O, al contrario, que la traducción no es buena porque no lo soy y tenía que haberlo rechazado?"
Sostiene Amelia que la labor de un traductor es comparable a la de un actor, un intérprete musical o un médium (si es posible dotar a este personaje de cierta seriedad). "El autor ha dejado una obra que quiere que llegue al público. El traductor, el actor o el intérprete musical tienen que ocuparse de transmitirla con sus mimbres. Cuando un profesional acomete ese encargo de transmisión, tiene que ser capaz de culminarlo. Punto. El resto es hojarasca". El trabajo ha de ser realizado lo mejor posible, a veces a costa de pasar mucho tiempo investigando, estudiando, ensayando. "Si por algún motivo, incluso de conciencia, no se siente cómodo, es algo legítimo. Ofrecer un argumento como el que nos ocupa (que como argumento es legítimo también, pero extraordinariamente sensible) es ir contra uno de los supuestos de nuestro trabajo: la discreción".
Y sin embargo...
Cuando lancé, en Twitter, una petición de ayuda, alguien respondió admitiendo que la cosa no es tan sencilla como parece: Moisés Barcia, traductor y editor.
"Vivimos en un tiempo de opiniones muy polarizadas en todo lo relativo a feminismo, género, etc. Por un lado, en España se ha avanzado muchísimo en cuanto a concienciación sobre estas cuestiones (incluso comparándonos con otros países más avanzados en otros aspectos, como Francia, Reino Unido o los nórdicos), pero al mismo tiempo hay una serie de voces que se han erigido en representantes del tema y no vacilan en excomulgarte públicamente, lo cual puede resultar problemático si trabajas en una empresa cultural, que necesita mantener su buena reputación ante un público susceptible y pronto a la crítica".
Barcia asegura que ha renunciado a traducir obras con enfoques específicamente femeninos u homosexuales. "Traduje al gallego algunas obras abiertamente feministas, como Todos teriamos que ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie o como Como ser muller, de Caitlin Moran, sin sentir por ello ningún reparo. Pero a la hora de traducir Coraxe. Poemas audaces para rapazas afoutas (Courage: Daring Poems for Gutsy Girls, Karen Finneyfrock et al.) o una antología de poesía LGBT+ desde los tiempos de Safo hasta el presente, me pareció que no era oportuno ni estético que fuesen traducidos por un hombre heterosexual, y que descodificar determinadas vivencias de mujeres jóvenes y de personas homosexuales siempre les resultaría más fácil y más certero precisamente a mujeres jóvenes y a personas homosexuales". Teniendo a mano traductoras mujeres y traductores homosexuales, la solución era fácil. "Aquí los escrúpulos venían del propio editor, y antes de que se hubiese tomado ninguna decisión al respecto. No es algo comparable al caso de Amanda Gorman y la persona a la que ella misma había designado para que se encargase de traducirla al neerlandés".
Ver másVetado el traductor al catalán de Amanda Gorman: "Quieren una traductora mujer, activista y preferiblemente negra"
¿Dónde está, entonces, la línea roja? Barcia me responde preguntando: "¿En el sentido común? ¿En las ganas que tengas de evitar ruido innecesario alrededor de tu trabajo? Las redes sociales son un hervidero de gente insuficientemente informada dispuesta a indignarse por cualquier cosa. Quizá la línea roja sea la controversia indeseada, ya que al final tú mismo contribuyes a magnificar lo que no habría debido ser más que una anécdota, y que suele perjudicar a la obra con connotaciones extraliterarias".
Al cabo, episodios como este dicen mucho de la sociedad en la que vivimos. Según Krmpotić, "dicen que vivimos en una sociedad pendular. A muchos siglos de dominio de unas cualidades asociadas a la normalidad sigue un período de cuestionamiento justo y necesario, pero ese desplazamiento a menudo conduce a situaciones extremas. Hay muchas cosas que debemos corregir, pero también deberíamos evitar que en el proceso se estropeen otras".
Para Pérez de Villar, lo que sucede es que, en un afán de defender una serie de derechos legítimos y válidos, estamos perdiendo la perspectiva. "La literatura está por encima de todo esto. La literatura nos salva de nosotros mismos. La literatura no es crónica, no es periodismo, no es historia. Es una creación humana, como la música o la pintura, que tiene la capacidad de elevarnos sobre ese fondo ruin que tenemos los seres humanos. Flaco favor hacemos a un recurso que nos permite vivir una igualdad verdadera, una universalidad total. Estamos cediendo tanto a estos enfoques reduccionistas y, a la postre, empobrecedores, que a veces me asusta pensar adónde vamos a llegar".
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