Gonzalo García Pelayo (Madrid, 1947), hombre conocido por sus muchas y muy variadas empresas, desde su hoy cinematográfico dominio del arte de reventar casinos a su labor como cineasta, presentador y locutor, se encontraba en 1975 alternando su trabajo televisivo y radiofónico con la producción de cantantes y grupos como María Jiménez o los sevillanos Smash. Se percibía entonces en la capital andaluza el runrún del cambio —aquel en el sentido musical—, propiciado por la influencia del rock anglosajón, de bandas y músicos como Steve Winwood y su Traffic o Jimi Hendrix que, como también hicieron otros en España con más o menos fortuna, Smash incorporaron a su sonido. “Yo creo que en aquel momento —y ahora también, porque de alguna manera sigue vigente— el rock nos representaba en cuanto a nuestro tiempo, pero no en cuanto a nuestro espacio”, recuerda a sus 67 años García Pelayo en el salón de su casa madrileña. “Ese espacio era California o Inglaterra, y nosotros éramos conscientes de eso”.
La idea de una fusión espaciotemporal entre el rock y el flamenco, entre la evolución y la tradición, lo de fuera y lo de dentro, lo del norte y lo del sur, empezó a así a cobrar cuerpo: "No queríamos hacer solo música americana, sino que queríamos hacer algo que tuviera que ver también con nuestras propias raíces”. Lo mismo pensaban Jesús de la Rosa, Eduardo Rodríguez Rodway y Juan José Palacios Tele, Teleque por aquel entonces participaban en diferentes bandas, y a quienes García Pelayo conocía por separado. “Cuando pasa un tiempo, yo estoy ya viviendo en Madrid y mi hermano Javier (quien sería manager de Triana) me dice que están ensayando los tres en su casa y que también está Manuel Molina (recientemente fallecido, mitad del dúo Lole y Manuel, que formarían poco después con las mismas aspiraciones de fusión). Me dice que están intentando hacer algo en torno a esa idea de mezcla, y yo en ese momento tengo bastante libertad de grabar lo que quiera, porque estoy en una compañía que me da carta blanca: la serie Gong de MoviePlay”.
Dicho y hecho: “Prácticamente no hace falta que mi hermano me diga nada más, pero además me enseña un single producido por Teddy Bautista en el que claramente se ve que están detrás de la misma idea de lo que queremos hacer. El sencillo me pareció muy bueno, y dije: en cuanto tengan el disco preparado, lo grabamos”. Y así, casi como quien no quiere la cosa, fue como se gestó El Patio, el primer álbum de Triana, la banda que acabaría por erigirse en estandarte del entonces nuevo y aún audaz rock andaluz y que, cuarenta años después, y con dos de sus miembros desaparecidos, se reedita en vinilo y en CD. “Recuerdo", agrega, "que terminamos el disco el día que entraba la primavera. Habíamos dejado para lo último la canción más fácil, que era Todo es de color, que decía Qué bonita es la primavera cuando llega. Y mágicamente, de madrugada terminamos el disco aquel 21 de marzo”.
Los miembros de Triana.
Esa perspectiva casi mística no resulta en absoluto superflua en la narración de los hechos. Al contrario, cree García Pelayo que tal cualidad es precisamente la que define la comunión de sonido y letras en la que fluye Triana, preñada de referencias cruzadas, contradicciones y claroscuros. "Triana siempre tiene dos aspectos: de viaje bueno y viaje malo”, dice su productor, en referencia también a las drogas. "Triana aportó por fin la fusión de la música española con el rock, y digo por fin porque se había intentado antes, pero no se había llegado a la fusión perfecta. Smash había hecho yuxtaposición, y Triana hace fusión, que es diferente: están fundidos los elementos poéticos y musicales. Triana hace que la música de un tiempo se ancle también en un espacio. Y esa afirmación de las raíces es muy importante porque casi no se ha hecho en ningún otro sitio de Europa, quizás también porque no tienen una música tan representativa ni tan metida en las entrañas como la española”.
Fallecido en accidente de tráfico en 1983, quien fuera el principal compositor y líder natural de la banda, Jesús de la Rosa, dejó tras de sí un legado de cinco álbumes, de los que García Pelayo participó en los tres primeros. Si el primer disco —que no llevaba nombre y acabó llamándose popularmente El Patio por la imagen de la carátula—, y el siguiente, Hijos del agobio, son prácticamente equiparables para el productor en cuanto a la calidad, “el tercero para mí sigue siendo un gran trabajo, aunque quizá con un leve toque menor que los dos primeros en cuanto a inspiración”. A pesar del estatus de clásico que ahora ostenta El Patio, no fue sin embargo hasta el segundo álbum que Triana comenzó a ganar adeptos, principalmente por el boca a boca que se generaba tras sus actuaciones; también por el camino que les abrieron, por ejemplo, Lole y Manuel. De 19 copias que vendieron del hoy reeditado álbum en los seis primeros meses de su lanzamiento pasaron a vender más de 150.000 con Hijos del agobio. Como productor, García-Pelayo, solo le puso un toque a aquellos trabajos: “El de abrirles las vías de que grabaran inmediatamente y de intentar promocionarlo lo máximo posible”.
Con seis películas en su filmografía —que tras décadas de olvido fue exhibida el año pasado en el Jeu de Paume parisiense, entre otras instituciones que han querido recuperarla en los últimos tiempos— García Pelayo se prepara para sumar una séptima, esta en torno a Triana. No tanto para contar su historia, sino para capturar “su ambiente”. “La quiero llamar Todo es de color, y creo que tiene que ser eso, todo de color”. Aunque “Tele y Eduardo vieron claro que Triana tenía que terminar cuando murió Jesús”, lo cierto es que la banda continuó con el empuje del batería hasta su muerte en 2002, si bien ya bifurcada de aquel camino del rock progresivo que marcó sus orígenes, para después reformarse con otros nuevos componentes. De los tres miembros originales, aunque reconoce a De la Rosa como el "alma" del grupo, dice García Pelayo que “todos tenían un valor, porque el sonido básico era el de la guitarra española y flamenca, que era el de Eduardo, y la batería era importantísima: Tele hace el solo de batería histórico que yo utilicé en Manuela, y es un solo que intentaré repetir en mi nueva película”.
Gonzalo García Pelayo (Madrid, 1947), hombre conocido por sus muchas y muy variadas empresas, desde su hoy cinematográfico dominio del arte de reventar casinos a su labor como cineasta, presentador y locutor, se encontraba en 1975 alternando su trabajo televisivo y radiofónico con la producción de cantantes y grupos como María Jiménez o los sevillanos Smash. Se percibía entonces en la capital andaluza el runrún del cambio —aquel en el sentido musical—, propiciado por la influencia del rock anglosajón, de bandas y músicos como Steve Winwood y su Traffic o Jimi Hendrix que, como también hicieron otros en España con más o menos fortuna, Smash incorporaron a su sonido. “Yo creo que en aquel momento —y ahora también, porque de alguna manera sigue vigente— el rock nos representaba en cuanto a nuestro tiempo, pero no en cuanto a nuestro espacio”, recuerda a sus 67 años García Pelayo en el salón de su casa madrileña. “Ese espacio era California o Inglaterra, y nosotros éramos conscientes de eso”.