Alquileres que se comen el sueldo y contratos más cortos: el peregrinaje de los inquilinos de piso en piso

Personas durante una manifestación por el derecho a la vivienda en Valencia.

De piso en piso y cada vez pagando un poco más de alquiler. Es la historia de Sara Torrijos y la de muchas personas que viven en grandes ciudades como Madrid o Barcelona. Torrijos se independizó hace ocho años y se mudó con su pareja a Sevilla la Nueva (Madrid), de ahí se fueron al centro de Madrid y, después de vivir en un local adaptado "lleno de humedades", decidieron probar suerte en Vallecas. Cuenta que empezó pagando unos 400 euros en su primer alquiler y ahora supera los 800. “Yo me mato a trabajar de lunes a domingo y cuando me cobran el dinero del alquiler, los suministros y los gastos del niño, soy pobre”.

Es el mismo círculo al que están condenadas miles de personas en España y que ha puesto la vivienda como la principal preocupación en 2024. Una de las causas —además de la poca oferta y la especulación— está en la alta rotación y la escasa duración de los contratos, según recoge un estudio del Instituto de Investigación Urbana de Barcelona en colaboración con varias universidades europeas. Porque cuanto antes vence el contrato, antes se puede renegociar el precio.

Casi la mitad de quienes viven de alquiler en Madrid y Barcelona no tienen claro si seguirán en la misma casa en los próximos seis meses. Deshacer del todo las maletas cuando se es arrendatario en una gran ciudad cada vez es más difícil. De hecho, más del 60% de los inquilinos en Madrid y del 80% en Barcelona afirman haberse mudado en los últimos cinco años. Esta rotación, que se deriva de contratos por pocos años o de temporada, es un factor decisivo en el aumento de los precios y de la precariedad entre las personas que viven de alquiler, resaltan los expertos.

"A mis 35 años he pasado por unas nueve viviendas. Piso arriba, piso abajo", bromea Celia Deus, que viven en la capital. Cuenta que el motivo de su última mudanza fue una subida del alquiler. "Yo pagaba 900 euros viviendo sola y me subieron 30 más. Intenté hablar con mi casera porque creía que para ella no era un dinero significativo y mi salario no había subido".

No hubo acuerdo, así que Deus volvió a la vorágine de visitar portales inmobiliarios y buscar a amigos de amigos que quizá, con suerte, necesitarían compañera de piso. "A mi casera le vino bien, porque a los siguientes inquilinos les cobra 1.000 euros", concluye.

Nos vemos abocados a una mudanza constante o a ceder a unas condiciones cada vez más abusivas por miedo a no encontrar otra cosa

Esta dinámica va más allá de la incomodidad que supone no tener un lugar estable al que llamar casa. Para los autores del estudio, la alta rotación aumenta los precios, ya que al vencer los contratos, se renegocian las rentas al alza. “No podemos olvidar que los contratos de cinco o siete años también son temporales”, explica Enric Aragonès, portavoz del Sindicat de Llogateres de Barcelona. “Tal como están ahora, nos vemos abocados a una mudanza constante o a ceder a unas condiciones cada vez más abusivas por miedo a no encontrar otra cosa”, explica.

De hecho, la experiencia del sindicato es que la gente prefiere cambiar de casa antes de pleitear con un casero. La mitad de los inquilinos ha aceptado subidas en sus rentas por encima del IPC (el 45,5% en Madrid y el 61,1% en Barcelona), según recoge el documento. "En general, las personas no quieren ser malos inquilinos, en contra de lo que muchos discursos quieren hacer creer", afirma Aragonès. Un hecho que corrobora otro dato del informe: solo un 8,5% de personas se han retrasado alguna vez en el pago de la mensualidad.

Las familias con hijos, como la de Sara, se dejan de media en el alquiler y los suministros alrededor del 40% de sus ingresos. Un poco peor están quienes viven solos, en esos casos el esfuerzo económico supera el 50% de lo que ganan. Finalmente, son las personas que viven únicamente con su pareja, las que tienen un margen más desahogado: lo que se va en pagar una casa ronda el 30% de sus ingresos.

Mudanzas forzosas

Joan Álvarez (50 años, Barcelona), su pareja y su hija, saben bien lo que es quedarse sin casa cuando finaliza el contrato. Tras 25 años viviendo en la misma finca, en el barrio Gótico de Barcelona, los gestores de la propiedad les comunicaron que debían marcharse. Son parte de ese 30% de mudanzas forzosas que se producen de media en las dos grandes ciudades españolas. “Nosotros seguimos pagando, como hemos hecho siempre, pero no hay manera de que ellos se quieran sentar a negociar”, explica. Su residencia de transformará en apartamentos para alquilar por habitaciones.

“Supongamos que nos vamos de aquí, buscamos otro alquiler que nos podamos pagar, ¿y luego qué?, ¿nos volvemos a mudar a los cinco años?. Tenemos una hija adolescente a la que esto no le va muy bien", lamenta. “No es que no podamos encontrar otra cosa, es el hecho de no poder echar raíces, de no sentir que un sitio es tu casa”, concluye.

“Hay una incertidumbre absoluta cuando finaliza el contrato”, explica Aragonès, que cree que la solución pasa por implantar contratos indefinidos en los que se reserve el derecho del propietario a disponer del piso en determinado supuestos justificados, pero que evite tener que renovar las cláusulas cada pocos años. Además, explica que esto debe ir aparejado a una política de intervención de precios efectiva.

Mejor malo conocido

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Torrijos cuenta que en su casa actual comenzó pagando mucho menos de lo que paga ahora, pero con las renovaciones de contrato y las tasas extras, el precio pasó, en poco tiempo, de alrededor de 600 euros a más de 800 al mes. "Aceptamos porque ahora no nos podemos mudar a ningún lado. Desde que estamos aquí los alquileres han subido muchísimo", concluye.

Mejor malo conocido, que navegar en la jungla de portales inmobiliarios y precios imposibles. De hecho, en Madrid y Barcelona solo el 7,65% de los contratos son de renta antigua o de alquiler social, los únicos que brindan protección contra las fluctuaciones del precio en el mercado libre.

Celia Deus cuenta que para evitar mudarse vivió en un piso en malas condiciones durante un tiempo. Explica que era una casa bien situada, pero que las humedades empezaron a ser insostenibles. "Había moho y los cristales chorreaban agua", explica. Tras notificárselo al casero, la única acción que consiguió fue que limpiasen las paredes de ven en cuando. "Al cabo de dos años decidí marcharme".

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