¿Puede sobrevivir un producto con un arancel del 100% en el mercado?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sonríe mientras habla con los periodistas tras firmar una serie de órdenes ejecutivas en la Oficina Oval.

“Hemos entrado en una escalada de medidas arancelarias entre las dos mayores potencias del mundo, un escenario de empobrecimiento para todos”, sentenció el Ministro de Economía, Carlos Cuerpo, esta semana en su comparecencia ante el Congreso. Esas dos potencias son China y Estados Unidos y el tono entre ambas se ha ido elevando en las últimas semanas.

Washington comenzó imponiéndole al país asiático un arancel del 10% (a la vez que fijaba un 20% para México y Canadá). Tras este primer contacto, se desataron las tensiones. China amenazó con una reacción y, tras el denominado por Trump como “día de la liberación”, el arancel se elevó el pasado 2 de abril otro 20%. En respuesta a esto, Pekín puso en marcha una respuesta que implicaba aranceles del 34% a los productos estadounidenses. En el último capítulo de este pulso, Estados Unidos respondió este jueves elevando el porcentaje hasta el 125% (en algunos productos llega incluso al 145%) y China contraatacó con otra serie de incrementos que gravan sus importaciones desde EE UU con otro 125%. 

Para un exportador, una tasa del 100% sobre su producto equivale a doblar su precio y, aunque la empresa pudiese repercutir parte de este coste sobre sus márgenes, el aumento en el precio seguiría siendo considerable. “Un producto sale del mercado cuando es muy caro”, explica el economista de la Universidad de Navarra, David Echeverry. Pero matiza que si los productos de los competidores también se encarecen (y podría ser el caso, dado que los aranceles de Trump afectan a multitud de países, aunque este miércoles pusiese en pausa a algunos de ellos), el producto podría seguir en el mercado aunque perdiese cierta cuota de venta. “Se comprará menos, posiblemente, pero si es un producto necesario, lo seguirán comprando”, concluye.

Para Jan Jonckheere, profesor de OBS Business School los productos que se gravan con tasas tan altas quedan “claramente” fuera del mercado. “Los importadores podrían decidir asumir parte o el total de este coste extra, pero con un 80% o 100% es poco probable”, explica. Además, puede ocurrir que los exportadores desistan y busquen otros mercados menos hostiles, explica. Esto equivaldría casi a cancelar la relación comercial. “Uno de los objetivos de Trump es llevar la producción de muchos artículos de vuelta a EE UU, pero esto no es realista a corto plazo porque instalar una nueva fábrica puede tardar como mínimo dos o tres años, y necesita unas inversiones importantes que pocas empresas querrán hacer en un mundo tan turbulento”, concluye.

Los aranceles, una herramienta comercial que sirve para proteger la industria de una región frente a competidores extranjeros, ocupan ahora el centro de la política internacional y la pregunta es hasta dónde podrá llegar este pulso. “No hay techo específico. Es un juego de reciprocidades”, explica Echeverry. Hacer previsiones cuando es Donald Trump quien capitanea el barco es difícil y los analistas coinciden es que puede pasar cualquier cosa. “La lección que puede extraerse de este episodio, por muy surrealista que sea, es que lo importante para el presidente es la postura, no la realidad. La postura está clara: un presidente salva a EE UU de una situación de sumisión a las potencias extranjeras malvadas”, explica Alexis Bienvenu, gestor de fondos de La Financière de l’Échiquier (LFDE). “La realidad es que los consumidores estadounidenses van a sufrir inmediatamente un enorme aumento de los precios de los productos importados y, por extensión, un probable descenso del consumo”, remata el experto.

Las consecuencias ya se empiezan a asomar en el horizonte. “La espiral arancelaria dará lugar a presiones inflacionarias y con precios más altos baja el consumo”, explica el economista de la Universidad de Navarra. Es decir, los productos se encarecerán, los consumidores gastarán menos y la caída en las ventas y los márgenes empresariales comenzará a notarse en indicadores como el crecimiento de los países o el empleo. “Incluso si el gobierno de EE UU detiene la espiral, hay un daño irreparable en el grado de confianza con el cual operan los empresarios. Con el descenso en la inversión se puede dar una desaceleración económica que puede llegar hasta la recesión”, concluye. “Podrían llegar incluso a la recesión, por no mencionar las probables represalias, que afectan directamente a las exportaciones estadounidenses”, coincide el gestor de LFDE.

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En cualquier caso —y más allá de las variables macroeconómicas— es el consumidor el que terminará pagando (o dejando de comprar) los artículos, por lo que será en las estanterías donde se empiecen a confirmar lo que hasta el momento son solo previsiones.

¿Qué cabe esperar?

Incertidumbre es la palabra más repetida desde que el presidente Donald Trump dio un vuelco a la política comercial estadounidense. El propio Carlos Cuerpo se refería a esta situación incierta como “uno de los mayores males que puede sufrir la economía” y señalaba esto como uno de los factores culpables del descalabro que llevan sufriendo las bolsas mundiales durante toda la semana.

En el plano nacional, este miércoles el Banco de España ha tenido que rectificar y en este contexto ha rebajado las expectativas de crecimiento. “Nuestra última previsión era del 2,7%, que es un crecimiento alto. Lo lógico es que la revisemos a la baja”, apuntó el gobernador de la institución monetaria, Jose Luis Escribá. Sin embargo, no puntualizó la magnitud del recorte: “sabemos que lo que está ocurriendo puede generar efectos muy negativos sobre la actividad económica en el mundo de una forma asimétrica, pero también es verdad que todavía no tenemos elementos precisos de cómo se va a materializar, hasta qué punto y con qué secuencia temporal”, concluía. 

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