Un relato anónimo hecho público por la periodista Cristina Fallarás prendió la mecha el pasado martes. La primera voz de alarma, en cambio, la dio otro testimonio compartido también a través de las redes sociales hace poco más de un año. Los dos denunciaban la misma historia: la de la violencia machista que el hasta este jueves portavoz de Sumar en el Congreso, Íñigo Errejón, había ejercido sobre las dos mujeres que se atrevieron a contarlo. "He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona", señaló él mismo en la carta con la que anunció su dimisión y su retirada de la vida institucional. Pocas horas después llegó la primera denuncia formal ante la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) de la Policía Nacional.
Fue la actriz y presentadora Elisa Mouliaá la que dio el paso hacia delante. Quiso hacerlo con su nombre y apellidos para, dijo, demostrar que no se trata solo de "denuncias anónimas y, por tanto, falsas". "Que se vea que más mujeres hemos sido acosadas", señaló este viernes en declaraciones a RTVE. Su relato, de cinco páginas y en el que se describe lo que puede entenderse como un delito de agresión sexual cometido por el que también fuera cofundador de Podemos, ya está en manos del Juzgado de Instrucción número 47 de Madrid.
No ha sido fácil. La denuncia ha llegado más de tres años después de lo ocurrido, y precidida por otros relatos. Y también por un mensaje en redes sociales. "Hola, yo soy víctima de acoso sexual por parte de Iñigo Errejon y quiero denunciarlo", escribió en X. Tomó la decisión sobre la marcha, viendo cómo se desdeñaban los relatos de estas dos mujeres anónimas. "Estaba viendo la tele, vi que se estaba empezando a decir que estas denuncias anónimas podían ser falsas y que podía ser una artimaña política. Y pensé: 'No, no, aquí va a haber alguien con nombre y apellidos que diga que no", contó en una entrevista en elDiario.es. "No me he atrevido hasta ahora", confesó. Ese es el quid de la cuestión.
De Harvey Weinstein a Carlos Vermut: el contagio del relato
Enero de 2024. Seis mujeres denunciaron la violencia sexual sistemática que sufrieron por parte de Carlos Vermut, ganador de la Concha de Oro de San Sebastián con Magical Girl (2014). Ocurrió igual que ahora. Lo que para cada una de las víctimas era una vivencia personal terminó siendo un relato colectivo. En esa ocasión no usaron las redes, pero tampoco los juzgados o las comisarías. Fue el diario El País el que sirvió de altavoz. Primero de tres víctimas; luego, de otras tres. También como ahora.
Octubre de 2017. The New York Times destapó en un artículo décadas de agresiones sexuales a manos del reputado productor Harvey Weinstein. Era otro país, otro momento y otros protagonistas. Pero la historia, en esencia, era la misma. #MeToo, utilizaron las víctimas entonces. Pasó del mismo modo. A las voces de actrices como Alyssa Milano, Rose McGowan o Angelina Jolie les siguieron los gritos de eurodiputadas, periodistas o artistas que dieron un paso al frente para destapar la violencia sufrida.
No ocurre así porque sí. Y por eso tampoco es casualidad una de las frases que aparecen en el relato publicado por Fallarás: "Si alguna mujer se lo topa quiero que sepa que no está loca". Dicho de otro modo: no es sencillo autoidentificarse como víctima. "El patriarcado sabe cómo confundir sobre la percepción de la violencia. Consigue que ellas mismas cuestionen si son culpables de haberla sufrido", explica Bárbara Tardón, doctora en Estudios Interdisciplinares de Género (UAM) y especialista en violencia sexual.
Se multiplica cuando la relación es desigual. Y lo fue en el caso Vermut, en el caso Weinstein y en el caso Errejón. En todos los casos ellos ostentaban una posición de poder: el primero era un reputado director de cine; el segundo, un productor reconocido; el tercero, una de las figuras más importantes de la izquierda española. "Todos han utilizado su posición para crecerse y hacer pequeña a su víctima", explica Alba Alfageme, psicóloga experta en violencia machista. Así dificultan que las víctimas nombren lo que ocurre. Más en una institución.
Las redes y el feminismo como único espacio seguro
Los datos hablan por sí solos. Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, el 39,9% de las mujeres que sufren violencia sexual fuera de la pareja cuentan lo sucedido a una amiga. El 26,6% de ellas, a nadie. Y a denunciar sólo llega un 8%. "Eso es un síntoma de lo que está pasando. Las instituciones no están preparadas para acompañar en un proceso de reparación y recuperación a las víctimas", señala Tardón.
La primera razón es que se las cuestiona. "Tomar la decisión es complicado porque sabes que cuando lo hagas los prejuicios y estereotipos de género van a empezar a actuar en tu contra. La cultura de la violación hace que este delito no se trate como los demás", explica la experta. Ejemplos hay de sobra. Para la víctima de La Manada de los sanfermines, "lo peor no fue la situación vivida, sino todo lo que vino después". El fiscal del caso de otra agresión grupal ocurrida en Sabadell (Barcelona) llegó a preguntar a la víctima si "intentó escapar o salir de la habitación" en la que se produjeron los hechos. A la víctima de Dani Alves la defensa del futbolista la acusó de tener una "conducta abiertamente sexualizada". "Entiendo que las víctimas de violación no denuncien, porque tienen que pasar un examen humillante", lamentó la francesa Gisèle Pelicot. Hay, en síntesis, una revictimización de las mujeres.
El único remedio, han señalado las expertas en multitud de ocasiones, es la correcta formación de todos los eslabones de las cadenas de denuncia. "Las leyes 1/2004 —de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género— y la 10/2022 —del sólo sí es sí— señalan que debe haber una formación y una sensibilización que impida el cuestionamiento de las víctimas, pero no siempre está garantizado", señala Tardón, que lo reclama en el sistema sanitario, en el judicial y en el policial. "Hay recursos especializados que sí funcionan, pero hay otros que no", lamenta.
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Contra eso decidió luchar la periodista Cristina Fallarás. "Acuden a mí porque yo sí las creo. Sin matices, sin ambages. No pregunto, no pido datos, no pido pruebas. Cojo su relato, lo doy por bueno y lo publico", cuenta desde el otro lado del teléfono. Lleva un año haciéndolo a través de las redes sociales, ofreciendo en su muro de Instagram un espacio seguro donde hacerlo anónimamente. "No importa que no haya nombres porque lo que quieren las mujeres es compartir un relato, no una denuncia", explica.
Y ahí todas las expertas coinciden. "El sistema judicial no es el sitial de la verdad y tampoco es el único lugar donde una víctima se puede sentir reparada. Hay otros espacios donde se puede desvelar la violencia que también son necesarios y reparadores", señala Tardón. No todo pasa por obtener un castigo penal hacia el agresor, sino también acabar con otras formas de violencia que no suponen necesariamente un delito pero que igualmente son una forma de ejercer ese poder patriarcal que daña a las mujeres. "Lo que buscan muchas veces las víctimas haciendo públicos sus relatos en redes es ayudar a identificar a ciertos personajes y alertar sobre distintos modus operandi. Hay cosas difíciles de demostrar y que no son delito, pero que igualmente son violencia", añade Alfageme.
Son relatos reparadores, pero también pueden llegar a cambiar el Código Penal. "Hasta hace nada una agresión sexual era una penetración vaginal. Ahora una agresión sexual es una tipología más amplía. Eso se ha conseguido a través del relato de las mujeres. De leernos unas a otras", dice Fallarás. "¿Qué es más útil: ir a un juzgado, denunciar y que te revictimicen o contar lo que pasa para que otras mujeres se sientan comprendidas? Yo lo tengo claro", sentencia.