IGUALDAD
Fiestas, alcohol y cultura de la violación: las mujeres quieren un verano (y una vida) sin violencia
Un siete de julio de hace catorce años perdía la vida Nagore Laffage, víctima de una agresión machista. Unos años después, un grupo de agresores violaría a una joven en un portal de Pamplona, también un siete de julio, en plenos Sanfermines. Son quizá dos de los casos de violencia sexual extrema más destacados de la última década en un contexto de festejos populares. Pero no son los únicos: la llegada del verano hace saltar las alarmas de las mujeres y las instituciones.
¿Por qué? ¿Contamos con datos que avalen un pico de violencia en verano? La información al respecto no es determinante, pero sí existen nociones que arrojan luz al problema. Lo explica Bárbara Tardón, asesora del Ministerio de Igualdad y experta en violencias sexuales. “No existe ninguna evidencia científica” ni tampoco “ningún estudio académico” que establezca una relación entre verano, festejos y violencia sexual. Pero “es una época en la que se producen otras dinámicas relacionales que pueden desencadenar un aumento de las agresiones sexuales”, concluye la especialista. En todo caso, enfatiza, “la cultura de la violación es el único riesgo que existe en todas las épocas del año”, un fenómeno que “normaliza la violencia sexual, que la minimiza y que la ampara”.
Sí existen, no obstante, algunas aproximaciones que sugieren una explosión de violencia en los meses estivales. Por ejemplo, según la estadística oficial, julio es el mes con un mayor número de asesinatos machistas (116 desde el año 2003), seguido de agosto (104). A su vez, el tercer trimestre es el periodo en el que más denuncias se presentan: 497.873 desde que hay registros. En el año 2019, el Ministerio del Interior publicaba una monografía sobre criminalidad sexual, en la que subraya la estacionalidad de la delincuencia sexual y confirma un aumento significativo en los meses de mayo a octubre, con agosto a la cabeza.
La Macroencuesta sobre violencia de género publicada en 2019 hace la siguiente reflexión: “Puede ser que en la sociedad actual las mujeres jóvenes sufran más acoso sexual que el que se sufría hace años, bien sea porque la sociedad haya retrocedido en este plano o, por el contrario, porque las mujeres tengan hoy en día más independencia y libertad de movimientos que sus antecesoras, lo que puede hacer que estén más expuestas a situaciones de acoso sexual (por ejemplo, si salen más de fiesta que las mujeres hace algunas décadas, si viajan solas u hacen otro tipo de actividades como ir a correr a un parque sin compañía). Pero también puede ser que no es que haya más acoso sexual sino que debido a los cambios sociales las mujeres lo identifiquen más claramente”. El mismo estudio determina que el 13,7% de las españolas de más de dieciséis años ha sufrido violencia sexual por parte de alguna pareja o expareja, mientras que el 6,5% la ha sufrido por parte de otros hombres.
“El hecho de que los adolescentes tengan más vida social en verano” es en sí un factor de riesgo, apunta Diana Díaz, directora de las Líneas de ayuda de la Fundación ANAR. Especialmente en un momento en que los jóvenes “necesitan más libertad” tras las estrictas medidas nacidas al calor de la pandemia. “Eso incita a que se reúna más gente y por tanto estamos en un escenario diferente al resto del año, hay más posibilidad de que sucedan situaciones de riesgo”, advierte.
Coincide Ada Santana, presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes. “Hay más aglomeraciones, más concurrencia de estos espacios de ocio, un ambiente más desenfadado y más tiempo libre, el entorno perfecto para llevar a cabo estas violencias”, asiente. Cabría pensar, entonces, que el principal problema reside en la concepción de ocio que tienen los hombres jóvenes: a más tiempo libre, más diversión y… ¿más violencia sexual? Santana tiene claro que esa es, precisamente, una de las cuestiones en las que hay que incidir. “Las campañas tienen que poner a los hombres en el centro”: en lugar de lanzar un “protégete” dirigido a ellas, insistir en un “no ejerzas violencia”, dirigido a ellos. “Que te acuestes con una chica porque le has dado cinco copas gratis es una violación”, pone como ejemplo.
"Nada justifica una agresión"
Un total de 1.200 mujeres se aproximaron a los puntos violetas colocados por el Ayuntamiento de Logroño durante las pasadas fiestas de San Bernabé. Este año, los consistorios vascos contarán con una guía que dicta una serie de pautas para prevenir la violencia sexual contra las mujeres en fiestas. Se trata de un documento elaborado por Emakunde, el Instituto Vasco de la Mujer. En Navarra, la institución análoga propone “reescribir las fiestas” a través de una campaña institucional confeccionada para el inicio de la época estival. “No mires para otro lado” o “con miedo, no hay fiestas” son algunos de los lemas que recorren los barrios y pueblos de todo el país. Hoy, es casi inimaginable pensar en un verano sin campañas institucionales y puntos morados contra las agresiones sexistas.
Laura ha pasado todo este fin de semana con un brazalete morado bien amarrado al brazo. Ambos, ella y su brazalete, se dejaron ver en el parque Javier de Miguel, en Puente de Vallecas (Madrid), en el marco de las fiestas autogestionadas del barrio, la autodenominada Karmela. "Es muy necesario que las mujeres tengamos espacios seguros a los que acudir sea cual sea el evento", dice a este periódico. Durante los cuatro días que han durado las fiestas, ella y sus compañeras han llenado el recinto con su seña violeta, a disposición de cualquier chica que lo necesitara. "Al final es algo que debe estar en todos los sitios, al menos por el momento hasta que el mundo sea un lugar más seguro para nosotras", añade. La clave, entiende la voluntaria, es que las jóvenes puedan sentir que "otras mujeres están ahí, aunque no las conozcas".
Izaskun Landaida, directora de Emakunde, ahonda en la idea de que “nada justifica una agresión”: ni el verano, ni la fiesta, ni el alcohol. Y por eso, dice, es fundamental “reforzar los protocolos” de cara a organizar unas “fiestas igualitarias” que desde el primer momento pongan en el centro las formas de “identificar, prevenir y combatir las agresiones”.
En todo caso, completa Tardón, la respuesta a la violencia sexual no debe beber exclusivamente de iniciativas puntuales, sino que debe partir de lo estructural: “En la escuela y en todas las etapas educativas enseñando a vivir bajo los parámetros de una cultura del consentimiento y de la libertad sexual”. Pero también desde las instituciones, “sensibilizando y concienciando a los hombres y jóvenes y a toda la sociedad en su conjunto para no perpetuar la cultura de la violación”. Todos los días del año.
Relato del terror
Sanfermines 2022. Las autoridades advierten de la identificación de una práctica que podría encajar en la denominada sumisión química: un pinchazo denunciado por una veintena de personas, cuya finalidad suscita dudas. Tras la alerta, la policía apunta en una dirección distinta de la sumisión química y el Ayuntamiento de Pamplona pide “calma” al no haber detectado sustancias en los análisis realizados. La semilla del miedo, sin embargo, ya está sembrada.
En su guía, Emakunde advierte precisamente de ello. “Las mujeres no nacen con miedo: se les enseña a temer las agresiones y a que crean que su manera de comportarse las provoca”, sostiene. Landaia completa que “la propia amenaza de la violencia coarta a las mujeres”, por lo que el camino debería ser el de “informar desde la responsabilidad y la cautela, pero sin alimentar ese miedo que limita las decisiones de las mujeres”.
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Coincide Tardón. “Visibilizar las violencias sexuales bajo el paradigma del peligro acechante o de la espectacularización de las agresiones sexuales, lo que hace es disciplinarnos y asustarnos”. El miedo resultante, reflexiona la experta, no es más que el “aliado de los agresores y de la propia cultura de la violación”.
Ocurre con las agresiones grupales, en lo que la red de investigación Sexviol ha dado en llamar “el mito de las manadas”. El estudio Aproximación al perfil criminológico de las agresiones sexuales en grupo, elaborado por la jurista y profesora Cristina Cazorna, determina que las agresiones en manada representan el 2,8% de un total de 244 sentencias analizadas. El propio grupo Sexviol estudió 178 dictámenes y concluyó que en la mayoría de los casos enjuiciados, el 92,1%, la agresión sexual se caracteriza por ser ejecutada por un único agresor. “De manera marginal encontramos aquellos casos donde existe más de una víctima o más de un agresor”, señalan las investigadoras.
La Fundación ANAR, por su parte, ha concluído que las agresiones sexuales en grupo representan el 10,5% de la violencia contra la libertad sexual. Un porcentaje nada desdeñable, introduce Diana Díaz, especialmente por su evolución sostenida en el tiempo. La experta sí considera importante mantener pulsado el botón de alerta. “Es cierto que hay que tener cuidado con el lenguaje, pero no puede faltar información en cuanto a lo que puede suceder y la prevención que hay que tomar”, señala. A su juicio, supone un “riesgo enorme” que los adolescentes no manejen información relativa, por ejemplo, a prácticas como el grooming –acoso y abuso sexual online–. En cualquier caso, las voces consultadas sí coinciden en algo: para acabar con la violencia sexual es clave transitar del mensaje aleccionador dirigido a las mujeres, al reproche social y unánime que debe calar entre los hombres.