En el otoño de 2016, en Washington, las temperaturas fueron inusualmente altas. Calabazas y esqueletos de Hallowen penden de los árboles de hojas rojizas de los jardines de Georgetown, un barrio exclusivo de la capital federal donde transcurre la tranquila jubilación de John Rizzo, ex abogado general de la CIA. Cada mañana, antes de salir a pasear por las bonitas callejuelas bordeadas de viviendas unifamiliares de ladrillos de colores, se preocupa por combinar los calcetines con el polo elegido ese día. Hace 14 años, este dandi que peina canas formó parte del reducido grupo que, en secreto, en la sede de la CIA, convirtió en legal un nuevo método de interrogatorio: las llamadas técnicas reforzadas dirigidas a “acabar con la resistencia” de los prisioneros de la guerra contra el terror.
De Guantánamo a Abu Ghraib, dichas técnicas iban a transformar el rostro de Estados Unidos y a abrir la puerta al empleo de varias formas de tortura. Si bien los medios de comunicación han presentado estas técnicas de ahogamiento simulado como símbolo de la tortura de EEUU, las agresiones y las humillaciones sexuales a las que se somete entonces a los presos siguen manteniéndose en un segundo plano. Sin embargo, la violencia sexual como técnica de interrogatorio “reforzado” se empleó metódicamente para derrotar a los individuos.
Este 20 de octubre de 2016, el que fuera abogado general se muestra afable y relajado. “Una palabra mía y todo se habría paralizado antes incluso de haber dado comienzo”, dice con una media sonrisa. No la dijo y lo asume: “En modo alguno podíamos permitirnos que se nos reprochara [a la CIA] un segundo 11 de septiembre”. Para comprender el origen de las “técnicas de interrogatorio reforzadas” (Enhanced Interrogation Techniques, EIT), según la terminología, púdica y oficial, elegida por la Agencia, hace falta remontarse a la situación traumática por la que atravesaba Estados Unidos en los albores del nuevo milenio: los atentados del 11 de septiembre de 2011. Los agentes de la inteligencia no pudieron impedir nada, erraron. “Estábamos terriblemente avergonzados por no haber descubierto lo que se tramaba”, comenta John Rizzo.
producto de la CIA
El 17 de septiembre, seis días después de los atentados, el gabinete del presidente otorgaba plenos poderes a la CIA para aprehender a los potenciales terroristas y dar forma a un nuevo sistema de interrogatorios. John Rizzo lo recuerda como si fuese ayer: “Nunca habíamos hecho nada parecido. Esta vez, se trataba de un programa que no se había aplicado con anterioridad... y mantener en el secreto a un reducido número de personas era un error”. Sobre el terreno, acorralar a los terroristas no es tarea fácil. Los agentes tienen dificultades para llegar hasta los cerebros del 11 de septiembre. Después de largos meses, por fin caía en manos de la CIA, en Pakistán, un primer detenido supuestamente “valioso”. Corría el mes de marzo de 2002.
A Abu Zubaydah, un saudí treintañero, se le considera uno de los responsables de los ataques, incluso una persona del entorno de Osama bin Laden. “Si alguien estaba al corriente de un eventual nuevo ataque, ese debía de ser Zubaydah [...] pero a decir verdad, no era el pez gordo que esperábamos”, explica el exabogado. Ante el tradicional modus operandi de pregunta-respuesta, Abu Zubaydah guarda silencio. “[Nuestros interrogadores] estaban convencidos de que ocultaba cosas, así que teníamos que hacerle hablar”, recuerda John Rizzo.
“Sucias obligaciones internacionales”
En ese momento, la Agencia decidió recurrir a dos psicólogos, James Mitchell y Bruce Jessen. A día de hoy demandados por la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU). Estos hombres nunca habían participado en un interrogatorio real. Improvisarán, fingiendo que se inspiran en la psicología conductista. De hecho, adaptan casi punto por punto el programa de entrenamiento militar SERE [1]. Dicho plan, basado en los métodos de tortura norcoreanos, busca “incomodar [al detenido] para derrotarlo”, explica John Rizzo. Al abogado, le presentaron una lista de técnicas, que incluían “desvestirlos”, el “recurso a fobias individuales”, la “utilización de posiciones de estrés” o “interrogatorios de 20 horas”.
En esos momentos, el flemático abogado se sintió presa del pánico: “Me dije: '¡No es posible hacer algo así!”. John Rizzo sabía a la perfección que esas técnicas no se ajustaban a derecho. No en vano, Estados Unidos se encuentra entre los firmantes del Convenio de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra y de la Convención contra la tortura. “Sucias obligaciones internacionales”, como escribe entonces en un e-mail dirigido a un colega de la CIA. Decide hacer la vista gorda y se alinea con los supuestos expertos en psicología. “Siempre era mejor que correr el riesgo de sufrir un nuevo atentado y ver morir de nuevo a cientos o a miles de norteamericanos inocentes”, dice ahora.
Zubaydah se convierte así en la “cobaya” [2] de la agencia. Fue encerrado desnudo en una caja del tamaño de un ataúd, "alimentado" por vía anal, permaneció desnudo durante largas sesiones y fue sometido a técnicas de ahogamiento ficticio [3] en 83 ocasiones. Si se compara con el ahogamiento y el confinamiento en un ataúd, la desnudez puede parecer una forma de maltrato menor. No lo es y la CIA era consciente de ello. “Los expertos habían llegado a la conclusión de que Abu Zubaydah era una especie de pervertido. Según ellos, desnudarle le pasaría factura y lo avergonzaría tanto que acabaría con su resistencia”, expone tranquilamente John Rizzo.
El abogado es consciente de que cruzaba una línea roja: “Sabía que el día en que esto saliera a la luz, estaríamos jodidos”, explica. Así que se cuida a la hora de vincular a la Casa Blanca con la decisión. Las técnicas, según John Rizzo, fueron objeto de reuniones diarias en la oficina del director de la CIA, en presencia de algunos miembros escogidos del Gobierno [4] y con la notable excepción del presidente Bush.
“La historia habría podido ser otra”
Las técnicas se discuten una a una. Según siempre la versión de John Rizzo, la Consejera de Seguridad Nacional, Condoleeza Rices, se mostró muy contrariada por la desnudez que se impone a los detenidos en determinados momentos de los interrogatorios. ¿Comprendió las graves consecuencias que van aparejadas a una medida así? Quizás, pero no se opuso con firmeza. “Pese a las objeciones que presentaron Rice a la desnudez forzada y Powell a la privación del sueño, ambos simplemente dijeron ‘no me siento cómodo con eso’, nunca dijeron que no deberíamos hacer eso”, subraya el jubilado.
El reducido comité validó la técnica propuesta por los psicólogos. En julio de 2002, Condoleezza Rices, en nombre del Gobierno, daba luz verde a la CIA. La “desnudez forzosa” se aplica a aquellos individuos, sospechosos para la Agencia, de tener vínculos, cercanos o no, con la nebulosa de Al Qaeda.
La técnica se inscribirá en los memorandos que circularán por el Ministerio de Defensa. Junto con la de “jugar con las fobias individuales”, conducirá a lo que se puede denominar “tortura sexual”. A excepción de John Rizzo, ninguna de las personas citadas anteriormente han querido responder a nuestras preguntas. La CIA, a través de su portavoz Ryan Trapani, nos contestó el 7 de octubre de 2016 que la Agencia no tenía nada que “compartir” sobre la cuestión para, a continuación, desearnos “buena suerte”. Por su parte, el Ministerio de Defensa, preguntado por estos graves hechos, prefiere echar balones fuera. Su portavoz, la lugarteniente coronel Valerie D. Henderson, en un e-mail del 30 de diciembre de 2016, nos aseguraba que “el Ministerio trata a todos los detenidos con humanidad, conforme a la ley federal y a las obligaciones internacionales, lo que incluye el artículo 3 de la Convención de Ginebra. La ley norteamericana prohíbe la tortura y, como se estipula en el Detainee Treatment Act de 2005 [que pone fin oficialmente a la aplicación de los EIT], ningún individuo detenido por Estados Unidos o bajo su control físico [...] debe estar sometido a un castigo o a un trato cruel, inhumano o degradante”. Añade también que “el Ministerio investiga todas las alegaciones de abuso creíbles y toma las medidas necesarias, incluidas demandas penales”.
En los pasillos de la Casa Blanca, la mayoría de los altos funcionarios ignoraban por completo que la CIA trabajaba, a pocos pasos de allí, para que una democracia legalizase la tortura. Lawrence Wilkerson creía ser de los pocos que sabían de la deriva política de su país; no en vano, este veterano de Vietnam, entrevistado el 20 de octubre de 2016, era el jefe de gabinete de Colin Powell. Nos cita en una cafetería Starbucks, en un centro comercial de la periferia de Washington. Es un hombre educado que viste pequeñas gafas redondas y una chaqueta elegante de tweed con un pin del águila norteamericana. “En resumen, nos enteramos por la televisión de que habíamos perdido el debate [en lo que se refiere a obviar la Convención de Ginebra]”, señala, todavía escandalizado.
“Golpe de estado”
El alto funcionario comprendió que había sido apartado. Todo esto, explica ahora, no fue sino un “golpe de Estado” por iniciativa de Dick Cheney. “De 2001 a 2005, el día a día del vicepresidente era tomar decisiones e ir al Despacho Oval a convencer al presidente para que lo apoyase. Después presentaba su decisión al resto de gabinete”. Cuando entendió que la CIA recurrió al programa SERE para crear sus técnicas, entró en cólera. “Fui corriendo a ver a Powell a decirle: ‘tú, que eres militar como yo, ¿eres capaz de entender cómo esos salvajes del nivel del secretario de Defensa se han creído todas esas gilipolleces?' Es una locura que cayeran en la trampa”.
Lo que Lawrence Wilkerson temía era que las técnicas de la CIA proliferasen en el Ejército. Militar e hijo de militar, el hombre conoce bien a los soldados y sabe de lo que son capaces cuando se les da carta blanca. El peor de los escenarios imaginado no tardaba en producirse. En el otoño de 2002, el Ejército hacía suyas las técnicas de excepción ideadas por la CIA.
El oficial de mando de la Sección Joint Task Force Guantánamo, el general Michael Dunlavey (reemplazado por el general Miller el 9 de noviembre de 2002), quiso entonces romper las defensas de un detenido especialmente duro, el detenido 63. Este joven saudí de 22 años, llamado Mohammed Al-Qahtani, había sido capturado en noviembre de 2001 en Afganistán y permanecía en Guantánamo desde hacía meses. El general solicitó, y consiguió, a fuerza de persuasión, la autorización del ministro de Defensa Donald Rumsfeld para aplicar también él “técnicas de interrogación reforzadas” al detenido 63. Durante 49 días, 20 horas al día, el preso fue torturado y regularmente agredido sexualmente. Los interrogadores del Ejército le adherieron en el cuerpo desnudo fotos pornográficas, le amenazaron con violar a su madre, le hicieron desfilar en sujetador, tal y como se puede leer con todo lujo de detalles en los informes desclasificados posteriormente.
En abril de 2033, Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, iba aún más lejos al dar carta blanca formal a los soldados. En un documento (página 6) que recoge la manera en que deben aplicarse estas técnicas, precisaba que “es importante que los interrogadores tengan libertad para variar las técnicas aplicadas en función de la cultura del detenido, sus debilidades y sus fortalezas [...] teniendo en cuenta [...] la urgencia a la hora de obtener informaciones que el detenido tiene sin duda”. De modo que la humillación puede ir bastante más allá de la desnudez forzosa. Y los militares harán uso de esa carta blanca.
Violados por turnos
El cielo pesa sobre Lyon, donde el otoño se va abriendo paso poco a poco. Desde la autovía se ven los bloques de viviendas de los barrios de Vénissieux. Allí nos cita Nizar Sassi, en una cafetería Brioche Doréé, en un centro comercial venido a menos. “No es algo de lo que se habla fácilmente por teléfono”, avisó cuando le llamamos. Este hombre, de 37 años y padre de 3 hijos, se dedica a la reparación de ascensores en Lyon. Su físico de actor y su día a día tranquilo no permiten adivinar su agitada vida anterior, sí quizás su mirada profunda: es uno de los seis “franceses de Guantánamo”. Nizar Sassi tiene ganas de hablar de los abusos sexuales, “lo peor” que sufrió en la prisión cubana. Es la primera vez que habla del asunto en detalle, para romper el tabú.
Influido por un chico de su barrio, cuando tenía 22 años, el joven Nizar acabó en un campo de entrenamiento de Bin Laden con un amigo, Mourad Benchellali. Corría el verano de 2001. Capturado en Pakistán cuando trataba de volver a Francia, fue conducido al campo de Kandahar, en Afganistán. “Fuimos de los primeros apresados. Fuimos golpeados, maltratados, pero lo que viví peor son las violaciones [5]”, confía.
Tras ser duramente golpeado, le llevaron, en compañía de otros 30 hombres, a una tienda. “Nos pusieron en fila india. Nos bajaron los pantalones y nos violaron por turnos. No sé lo que nos metieron por detrás, pero era muy violento. Me desgarró. Después, nos lavaron con agua a presión y formaron con nosotros una montaña de hombres desnudos. Mientras, nos hacían fotos”. Pese a que está acostumbrado a expresarse en público, Mourad Benchellali, su compañero de infortunios, con el que nos entrevistamos en París el 11 de septiembre de 2016, no consigue hablar del tema. “¿Recuerdas las fotos de Abu Ghraib de las pirámides de detenidos? Pues igual, pero más que humillante”.
Después de Kandahar, los dos compañeros de infortunios fueron transferidos a Guantánamo, en enero de 2002. En la prisión cubana, donde permanecerá hasta el verano de 2004, los tactos rectales serán, con la excusa de la seguridad, violentos y repetidos. “Cada vez que nos hurgaban en las partes íntimas, se deleitaban palpando, insistiendo”, precisa Nizar Sassi. “Los golpes se van, pero eso permanece”, confía. Mientras que en las mesas vecinas las familias hablan en torno a un chocolate caliente, Nizar, algo incómodo, susurra lo que le sucedió. Le faltan palabras, recurre a los gestos. Levanta tres dedos para representar la mano del soldado que le penetró sin previo aviso.
El mayor escándalo de la medicina de EEUU
Según los cuatro exprisioneros con los que nos entrevistamos, estos tactos rectales abusivos se practicaban bajo la atenta mirada de los médicos. “No nos tocaban, pero estaban detrás del estrado, con los oficiales, mientras que los soldados nos violaban”, recuerda el exreo. En las prisiones clandestinas de la CIA, los médicos fueron más allá de la mera observación. Participaron en el empleo de supuestos procedimientos médicos para permitir modificar los comportamientos de “los peces gordos” que se supone habían caído en sus redes. Dado que diferentes informes del Ejército siguen estando clasificados, los nombres de los médicos todavía no han trascendido.
Sospechoso de financiar los ataques del 11 de septiembre, Mustafa al Hawsawi durante durante 13 años pasó por cárceles secretas [6] de la CIA y por Guantánamo, donde sigue preso. Acaba de ser operado del recto; Estados Unidos ha costeado la intervención. Hasta la intervención, padecía de hemorroides crónicas, fisura del ano y de prolapso. “Concretamente, una parte del intestino se le salía y debía reintroducírselo con la mano después de ir al baño [7]”, cuenta su abogado, Walter Ruiz.
El detenido, que carecía de antecedentes médicos particulares, ha desarrollado estos problemas desde que permanece en prisión, lo que permite deducir que las secuelas –según su abogado– se deben a la “rehidratación rectal”, una especie de lavativa, y a otra forma de “nutrición por vía rectal”. “El informe del Senado sobre la tortura subraya además que se emplearon los tubos más grandes disponiblestubos más grandes”, [8] subraya el abogado. “Fueron sodomizados y los médicos que insertaron tubos en el ano de esa gente siguen ejerciendo la medicina”.
“Esos métodos no existen en los procedimientos médicos salvo si la persona carece de intestino grueso o se encuentra en estado vegetativo”, subraya Sarah Dougherty, especialista en la cuestión de la tortura norteamericana de la asociación de médicos y científicos Physicians for Human Rights, que proporciona peritaje médico a las organizaciones que documentan crímenes contra la humanidad. La médica se muestra visiblemente molesta: “Es uno de los mayores escándalos de la historia de la medicina y ha habido muy pocas tentativas por parte de la profesión para que los culpables rindan cuentas ante la Justicia”.
“No fue un accidente”
En los pasillos de Guantánamo, los relatos de agresiones sexuales avanzan por los pasillos de las celdas. Las narraciones de saudíes, yemeníes y argelinos son los peores. Se les grapaba en el cuerpo fotos sacadas de revistas pornográficas y las interrogadoras no se muestran tiernas o, más bien, lo son demasiado. Se frotan contra ellos, se desvisten, emplean ropa interior y compresas para hacerles hablar. “Recurren mucho a técnicas de humillación sexual con presos procedentes de Oriente Medio”, explica Nizar Sassi. “Estos hombres nunca en su vida se han relacionado con una mujer occidental y aún menos con una mujer desnuda que simula que se les entrega. Estaban traumatizados tenían más miedo de eso que de los golpes”.
¿Mujeres que se desvisten en las salas de interrogatorios de la bahía de Guatánamo? Mourad Benchellali recuerda a una de ellas, situada contra la pared, completamente desnuda y muda durante el tiempo que duró uno de los interrogatorios. Según los informes internos del Ejército, relativos a las prisiones de Guantánamo y de Abu Ghraib, [9] estas mujeres eran militares. En el informe Schmidt, un oficial al frente de Inteligencia confiesa que le pidió a una de sus subordinadas que comprase un perfume de mujer barato, que se embadurnarse las manos y las frotara sobre un detenido que estaba rezando para romper su resistencia [10].
En otros casos, con la presión de conseguir resultados, las mismas militares deciden convertir su propio cuerpo en un instrumento de humillación. En el libro Inside the wire, el extraductor del Ejército Erik Saar, relata los entresijos de un interrogatorio llevado a cabo conjuntamente con una soldado, Brooke. En un momento dado, ésta considera que el detenido gracias a la oración saca fuerzas para resistir. “Voy a hacerlo impuro e impedirle que rece” [11], explica. “¿No te gustan estas enormes tetas americanas, Fareek?”, le dice. “Veo que se te empieza a poner dura”. Por consejo de un vigilante, la mujer llega a hacerle creer al detenido, ya hundido, que le rocía con flujo menstrual. Erik Saar se acuerda de su colega, sorprendida por su propio comportamiento: “Me miró y se puso a llorar. Pensaba que había hecho lo mejor para obtener una información que sus jefes le pedían que consiguiera” [12].
Los militares no tenían que respetar las leyes
Mark Fallon, en Guantánamo, era el encargado de investigar a los detenidos para que fueran juzgados. Era el comandante adjunto de una sección criminal interna del Departamento de Defensa (CITF), que se creó para la ocasión. El 19 de octubre de 2016, en Washington, el jubilado rememora aquella época que no deja de atormentarle. Aquellos momentos en que trató de dar la voz de alerta, junto con un puñado de militares de alto rango [13], y denunciar actos “vergonzosos y lamentables”. Con una gran experiencia como interrogador como agente especial, este hombre de aspecto sobrio pasó años infiltrándose en redes criminales, disfrazándose de camello, cazador furtivo o de traficante de armas, según lo requería la ocasión. Investigaba a Al Qaeda desde los años 90. No es de extrañar por tanto que las autoridades norteamericanas acudieran a él cuando decidieron poner en marcha una sección de inteligencia especial para los detenidos de Guantánamo.
El comandante Fallon dirigía un equipo de 230 personas, que trabajaba codo con codo con los soldados del general Geoffrey D. Miller, comandante de la Joint Task Force Guantánamo, radicada en la prisión cubana [14]. Ambos militares se sitúan en las antípodas, por lo que no tardaron en pasar a ser rivales. Mark Fallon no tiene estima ninguna por este general de artillería sin experiencia en inteligencia militar. Por su parte, a Miller le molestaba la mansedumbre de Fallon. “Se veía venir: querían ahogar a la gente. Sus tropas desvestían a los detenidos, los regaban, era insultante y de aficionados”, recuerda el jubilado. Estaba preocupado porque el general Miller, como especialista en artillería, no conocía nada de inteligencia, de interrogatorios... le pidieron que hiciese el trabajo sucio y fue ascendido”.
Pirámides de hombres desnudos
Rápidamente, los hombres de Mark Fallon le dieron el relevo a su jefe a la hora de llevar a cabo estas prácticas inquietantes aplicadas bajo las órdenes del general Miller. Muy sorprendido, el militar envió el 28 de octubre al Consejo de la Marina, institución de la que depende la base naval de Guantánamo, un e-mail al que hemos tenido acceso: “Debemos asegurarnos de que el gabinete del abogado general de la Marina [Alberto Mora] está al corriente de las técnicas adoptadas por la sección 170 [dirigida por el general Miller]. Comentarios [que definen estas técnicas] del lugarteniente Diane Beaver como que “si el detenido muere es que lo habéis hecho mal” [...] o bien “el personal médico debe estar presente para tratar eventuales accidentes” parecen probar que se encuentran fuera de la legalidad [...] Alguien debe tener en cuenta la manera en que la Historia considerará esto”, escribe.
En septiembre de 2003, el general Miller fue enviado a Irak con la misión de guantanamizar la prisión de Abu Ghraib,guantanamizar es decir, importar los métodos de interrogatorios empleados en Cuba. “Cuando le vi marcharse para allá, envié a uno de mis hombres para hacerle frente. Temía que si Miller se dirigía allí, sería como un cáncer maligno que se extiende. Produciría graves abusos”.
Apenas un año después, en abril de 2004, Mark Fallon comprende que su pesadilla se había hecho realidad. Fotos de la prisión iraquí de Abu Ghraib dan la vuelta al mundo. Prisioneros desnudos amontonados en forma de pirámide, boca abajo o forzados a masturbarse delante de soldados que ríen. Aparecen desnudos, atados con correa, en manos de mujeres uniformadas. Toda América se encuentra en shock. El ministro de Defensa Donald Rumsfeld limitó de inmediato este comportamiento a casos aislados. Algunas “manzanas podridas” [15].
Epílogo, ¿días tranquilos?
Después del escándalo de Abu Ghraib, la mayoría de los militares reconocibles en las fotos fueron sancionados, también la comandante de la prisión Janis Karpinski. Son los únicos procesados. “Janis Karpinski dice que no era culpable y estoy de acuerdo con ella. Fue la cabeza de turco”, dice Lawrence Wilkerson, exbrazo de hierro de Colin Powell. “Por el contrario, algunas personas empezando por Dick Cheney tendrían que ser juzgados por crímenes de guerra. Como mínimo debería haber sido apartado de sus funciones”.
Pero a día de hoy, los burócratas de Washington actúan bien. Tiene pocas posibilidades de cambiar. Durante la campaña de las presidenciales de 2016, el candidato republicano Donald Trump prometió “llenar Guantánamo de tipos sucios” y restablecer la utilización de las técnicas de ahogamiento ficticio [16]. Aunque el presidente electo es conocido por cambiar de opinión [17] sistemáticamente, pese a todo, no cabe duda de que mirará hacia delante sin echar la vista atrás, sin reconocer los crímenes de EE. UU. Una nación que, durante un tiempo, hizo del arma sexual una herramienta contra el terrorismo.
Nizar Sassi, que tiene marcado en su cuerpo su paso por Guantánamo, apura su café largo en la Brioche Dorée. Como los otros cinco detenidos de Guantánamo, trata de que se le reconozca víctima de la tortura y de las violaciones sufridas en una denuncia colectiva que tiene pocas posibilidades de salir adelante. El general Miller, entonces conocido como “el rey de Guantánamo”, fue llamado por la Justicia francesa en marzo de 2016. No acudió, no estaba obligado. Como muchos otros, Nizar Sassi ha perdido la esperanza en la humanidad. “Confío en el juicio final. El juicio de Alá”, concluye.
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NOTAS
[1] El programa SERE (Survival Evasion, Resistance and Escape) fue creado después de la guerra de Corea para preparar a los soldados y civiles en caso de caer en manos de los servicio secretos de la nación comunista.
[2] Sobrenombre con el que lo conocían los medios de comunicación y los expertos en la cuestión.
[3] La CIA destruyó en 2005 los vídeos de estos interrogatorios.
[4] Están presentes, según John Rizzo, Dick Cheney, Donald Rumspfeld, Condoleezza Rice y Colin Powel.
[5] Entrevista mantenida con los autores el 20 de septiembre, en Vénissieux
[6] La CIA dispone de numerosas cárceles secretas en el mundo entero para llevar a cabo estos interrogatorios.
[7] Entrevista con los autores llevada a cabo en Washington, el 18 de octubre de 2016.
[8] La expresión “los mayores tubos disponibles” de Walter Ruiz figura en el informe del Senado, página 126.
[9] El informe Schmidt, sobre Guantánamo, menciona por ejemplo a mujeres militares que practican danza del vientre o que utilizan tinta roja para simular el flujo menstrual y perfume de mujer con el fin de desestabilizar a los presos. Los informes Fay, Chruch y Taguba relatan hechos similares ocurridos en Abu Ghraib.
[10] Informe Schmidt. Testimonio de un alto mando presentado como un jefe de la Intelligence Control Element.
[11] Erik Saar, Inside the wire, página 223
[12] Op cit., pág. 228
[13] También nos entrevistamos con Alberto Mora, ex abogado general de la Navy que trató de dar la voz de alerta y que ha dado su opnión sobre los nuevos métodos de inteligencia, en 2003.
[14] El general Miller sucedió a George Dunlavey en diciembre de 2002.
[15] Expresión utilizada por primera vez en una conferencia de prensa en verano de 2004.
[16] En el debate del 3 de marzo de 2016, en Detroit, el candidato reiteró que estaba de acuerdo en la utilización del método del ahogamiento ficticio y añadió que “con esos animales de Oriente Medio” [ISIS], “deberíamos ser más duros”.
La ONU, incapaz de reprimir los escándalos sexuales en misiones internacionales
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[17] Trump, presidente electo reiteró sus palabras el 22 de noviembre de 2016 en The New York Times, donde dijo estar seducido por los argumentos de un general de la Marina, James Mattis. El soldado había afirmado “dadme un paquete de cigarrillos y dos cervezas y lo haré mejor [que con la tortura]”, lo que “impresionó” al presidente.
Traducción: Mariola Moreno