Jimmy Butler, el niño sin hogar que ha puesto patas arriba la NBA
“This is my shit” (esta es mi mierda). Esa es la frase que gritó Jimmy Butler después de meter un tiro que, a falta de un minuto, ponía a su equipo, los Miami Heat, tres puntos por encima de los Milwaukee Bucks. Recibió el balón en su cancha, corrió superando a su defensor hasta internarse en la línea de tres, y cuando parecía que iba a penetrar a canasta se paró, dio dos pasos hacia atrás y, delante de uno de los mejores defensores de la NBA, Butler tiró y vio como el balón se introducía en la canasta sin rozar el aro. Era su punto número 56, la cuarta mayor anotación de la historia en los playoffs, quedándose a tan solo siete de la mejor marca de siempre, la que estableció Michael Jordan el día en el que, en palabras de Larry Bird, Dios se había disfrazado de jugador de baloncesto.
La hazaña de Butler no puede compararse con la que realizó el mítico jugador de los Bulls, pero probablemente, cuando pase el suficiente tiempo, se convertirá en una de tantas actuaciones icónicas de la historia de la NBA. Sobre todo si tenemos en cuenta que, hasta ese último cuarto, había sido una noche aciaga para su equipo. Perdían más de 10 puntos a finales del tercero, pero Butler, con esos 56 puntos, había conseguido hacer lo imposible, ganar el partido y poner contra las cuerdas al favorito al título, los Milwaukee Bucks. La serie era un David contra Goliat en toda regla. Miami llegaba como último clasificado a los playoffs y sus rivales como primeros. La temporada de los Heat había sido decepcionante, la de los Bucks, la mejor de su conferencia. Parecía que iban derechos al anillo, pero se encontraron con Butler y con ese tiro que colocaba a los Heat a tan solo un partido de eliminar a Milwaukee. Parecía imposible, pero Jimmy Butler sabía ya mucho de imposibles.
Cuando el jugador de Miami gritó “this is my shit”, tenía toda la razón del mundo. Los momentos calientes, los tiros decisivos, los playoffs, son su mierda, su terreno, donde es el mejor. Sin embargo, Jimmy Butler no estaba destinado para estar ahí. Su grito fue seguido por el de las miles de personas que abarrotaban el pabellón de los Heat. Miami, la ciudad del sol, del glamour, de las playas y de la riqueza, estaba, una vez más, a sus pies. A los pies de un chico que había nacido hace 33 años en un pequeño suburbio de la periferia de Houston. Miami, la ciudad que tiene unos fans famosos por irse del pabellón a tomar el sol si su equipo va perdiendo, celebraba como nunca.
Jimmy Butler es una de esas raras excepciones que muchos llaman sueño americano. Desde pequeño, a la ahora estrella de la NBA, la vida le dio la espalda. Al poco de nacer, su padre abandonó a su familia y dio el primer estacazo a su infancia. Ese padre ausente ha sido, mucho tiempo después objeto de teorías de la conspiración por parte de los aficionados. Muchos han rastreado movimientos, fotos y fechas para atribuir la paternidad de Jimmy Butler al propio Michael Jordan, algo que, nunca ha estado ni cerca de demostrarse.
Sin embargo, ese no sería el último disgusto de la infancia de la ahora estrella. A los 13 años, Butler llegó a casa y, según relató en una entrevista en 2011, su madre le dijo una frase que se le quedó clavada: “no me gustan tus pintas. Te tienes que ir”. Sin casa y sin dinero, el jugador se encontraba en la calle y sin nadie a quien acudir.
Durante un tiempo, Butler tuvo que buscarse la vida pidiendo ayuda a diferentes amigos. De casa en casa, consiguió sobrevivir, mientras iba al instituto. En Texas, los adolescentes tenían que elegir entre jugar al fútbol americano o al baloncesto, los dos deportes hegemónicos en el estado. Butler, según se rumorea, eligió el basket porque prefería jugar dentro de un pabellón que al aire libre. Fuera como fuese, esa decisión le comenzó a salvar la vida. En uno de los múltiples campamentos veraniegos de baloncesto que se celebraban en el estado, Butler conoció a Jordan Leslie, un chaval que jugaba en el equipo de basket del instituto de Tomball, un pequeño suburbio de Houston. Ambos se desafiaron a un concurso de triples y se convirtieron en amigos inseparables.
Jordan Leslie y Jimmy Butler se hicieron tan amigos que la familia del primero acogió al ahora jugador de los Heat. Al principio, la familia de Leslie no era demasiado partidario de darle cobijo. La madre de Jordan se había separado y en ese momento tenía una nueva pareja. Ella tenía tres hijos y él otros tres. Todo ello, sumado a la pobre economía de la familia, hacía casi imposible ayudar a Butler. Pero lo hicieron, y no solo le dieron comida y techo, sino también un apoyo decisivo para que persiguiera su sueño de llegar a la NBA.
Así, Butler no solo acabó el instituto, sino que pudo acudir a la Universidad de Marquette, una de las más prestigiosas de Estados Unidos en baloncesto. Allí destacó, pero no lo suficiente como para ser elegido en la parte alta del draft (el método de entrada de los jóvenes talentos en la NBA). De nuevo, las expectativas iban en su contra, hacerse un hueco en la liga para un jugador escogido tan abajo es complicado, convertirse en una estrella, casi imposible.
En una entrevista antes de entrar en la NBA, un Jimmy Butler con cara de niño prometía trabajo como una máxima en su carrera. Lo cumplió, aunque todo fuera en su contra. En su primer año, solo jugó 8 minutos y promedió algo más de 2 puntos por partido. El segundo, subió a 26, pero solo pudo anotar 8 puntos por partido. Sin embargo, gracias a ese trabajo, consiguió hacerse un hueco en unos Bulls donde también estaba Pau Gasol. En su cuarta temporada ya era toda una estrella, pero aún le faltaba el reconocimiento.
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Durante años, tuvo la imagen de problemático, de difícil de gestionar por los entrenadores y de destruir los vestuarios por los que pasaba. Ningún equipo apostó por él, fue de franquicia en franquicia sin que ninguna le diera las llaves. Hasta que llegó a Miami. Esa ciudad que sirve como hogar a los más ricos fue donde el que había sido un niño sin hogar encontraba su lugar en el mundo.
Esa sociedad imposible fue exitosa desde el inicio. En 2020, en su primer año en Florida, llevó al equipo a las finales de la NBA. Fueron derrotados por los Lakers, pero la imagen de Butler, apoyado exhausto en unas vallas publicitarias después de dejarlo todo para intentar que Miami ganara su cuarto anillo, entró en el imaginario colectivo de todos los aficionados de la NBA. Fue la redención de un jugador de mala fama que por fin encontraba el reconocimiento que merecía.
Tres años después, la madrugada de este jueves, Butler volvía a hacer lo imposible. A falta de 0,4 décimas para el final del partido, conseguía meter una canasta que mandaba el quinto partido entre los Bucks y los Heat a la prórroga. Recibió el balón en el aire y, sin pisar el suelo, lo lanzó para anotar esos dos puntos decisivos. En el tiempo extra, Miami conseguiría ganar el cuarto partido necesario para avanzar de ronda. Era la sexta vez en los 77 años de historia de la NBA que un último clasificado para playoffs eliminaba al primero. Era la enésima vez que Jimmy Butler conseguía lo que parecía imposible.