John Fetterman, Catherine Cortez Masto, Mark Kelly, Tammy Baldwin, Jacky Rosen, Raphael Warnock o Debbie Stabenow. Puede que sus nombres no les suenen mucho, pero son absolutamente clave para entender lo que puede pasar en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Todos ellos tienen dos cosas en común: son senadores de algunos de los Estados que decidirán los comicios (los llamados swing states) y pertenecen al Partido Demócrata. Una combinación que se repite mucho más de lo que pueden decirnos las encuestas presidenciales, donde la actual vicepresidenta, Kamala Harris, mantiene una igualadísima pugna con Donald Trump para hacerse con los lugares que marcarán la carrera hacia la Casa Blanca.
Y es que la composición de los asientos del Senado en los swing states dista mucho de estar tan igualada como lo están los sondeos entre ambos candidatos. De los Estados considerados disputados (Pennsylvania, Míchigan, Wisconsin, Georgia, Arizona, Carolina del Norte y Nevada), la mayoría de ellos tienen a sus dos senadores del Partido Demócrata. De hecho, de los 14 asientos que representan a los swing states, solo tres son republicanos: uno de Wisconsin, ocupado por Ron Johnson, y los dos de Carolina del Norte, donde se sientan Thom Tillis y Ted Budd.
Pero aún hay más: si observamos las carreras senatoriales en aquellos swing states que renovarán a alguno de sus senadores el próximo 5 de noviembre, los candidatos demócratas no solo están liderando todas las encuestas, sino que también lo están haciendo con unos márgenes amplísimos, con ventajas mucho mayores a las de Harris. La tónica es parecida en la mayoría de ellos, pero es especialmente llamativa en Arizona, donde Trump tiene una ventaja en la media de encuestas de un punto y medio mientras que el candidato demócrata al Senado, Rubén Gallego, supera a la republicana, Kari Lake por en torno a 7 puntos.
En Pennsylvania, la tendencia se repite, con Harris en empate técnico con Trump y con su candidato senatorial con una ventaja de hasta 6 puntos sobre el republicano. Similar situación nos encontramos en las encuestas de Míchigan, donde Harris lidera con un 1,2% mientras que el candidato demócrata lo hace por 7 puntos, o en Nevada, donde la ventaja de 1,2% de Harris se eleva hasta los 10 puntos en el caso de la carrera al Senado. Pero, ¿por qué sucede?
Malos candidatos y bases más radicalizadas
“El gran misterio de la política americana es la persistente incompetencia del Partido Republicano para elegir buenos candidatos al Senado”, responde rápidamente Roger Senserrich, politólogo afincado en Connecticut y especialista en la política de Estados Unidos. Según explica, el partido ahora liderado por Donald Trump se ha especializado en nominar como candidatos al Senado a personas tremendamente radicales y ultraconservadoras, que espantan a una gran parte del votante y son poco válidas para lugares cuya población es más centrista y trasversal. “Incluso en lugares conservadores se las arreglan para nominar a personas tan extrañas y con tantos problemas personales que les convierten en un partido difícil de votar”, continúa Senserrich.
Los casos de Roy Moore, un candidato al Senado en 2017 que perdió rodeado de acusaciones por pederastia, y Christine O'Donnell, una radical de Delaware que se pasó la campaña de 2010 desmintiendo que era una bruja, no son la excepción sino la regla entre los nominados republicanos, incluso este año. “Muchos de sus perfiles son lo que Tim Walz, el candidato a vicepresidente de Harris, define como weird, es decir, raros, extraños. Es un término que ha usado mucho en campaña y que ha tenido mucho éxito entre los demócratas”, afirma Pedro Soriano Mendiara, analista en Agenda Pública y experto en política estadounidense.
Esta incompetencia republicana es particularmente recurrente en los swing states, donde más disputado y dividido está el voto. “Los demócratas suelen escoger en estos lugares a candidatos bastante moderados, cercanos a las personas y ajustados a las preferencias del estado en cuestión”, explica Senserrich. A veces, recuerda, ni siquiera el candidato al Senado vive en el mismo estado por el que se presenta, es el caso de David McCormick que se presenta por Pennsylvania pero reside en Connecticut.
Otro caso evidente es Arizona, donde la ultra Kari Lake ya perdió las elecciones a gobernadora en 2022 (por un estrecho margen) y ahora vuelve a intentarlo como senadora. Lake es una expresentadora de televisión muy cercana a Trump, con una ideología enormemente radical, afiliada a diversas teorías de la conspiración y que pone en duda el resultado de las elecciones de 2020. Con este historial, no resulta llamativo que en un estado conservador más tradicional y moderado como Arizona, se encuentre por detrás de los demócratas en los sondeos.
¿Y por qué existe esta diferencia tan grande en la elección de candidatos? La respuesta hay que buscarla en las bases del partido. “Hay una gran diferencia entre las estructuras de ambos partidos. Las bases republicanas son esencialmente trumpistas y han purgado a todo lo que se parezca a la moderación, especialmente en los Estados que son bisagra”, afirma el politólogo. Un punto en el que coincide Soriano, que recuerda como las bases demócratas se asemejan más a la población general y tienden a ser mucho más moderadas, sobre todo por el gran peso que tienen en ellas las personas afroamericanas.
La receta para ganar en los Estados clave
Con todo ello, falta la pregunta clave: ¿Puede Harris aprovecharse de esto para aumentar sus posibilidades en los swing states? “Su equipo ha aprendido mucho de esas carreras senatoriales exitosas. De hecho, la campaña de Harris es distinta a la de Biden porque ha adoptado muchas de las estrategias usadas por los senadores”, afirma Senserrich. El politólogo explica cómo hay muchos candidatos demócratas que han logrado vencer en lugares conservadores gracias a una mayor flexibilidad ideológica, a no entrar en los debates de la llamada guerra cultural o a hablar sobre economía de una forma más directa.
“Harris y Walz están usando mucho la palabra libertad, un término que había sido cooptada por la derecha y que ahora están recuperando”, comenta Senserrich como parte de esas lecciones aprendidas en las carreras al Senado. También, en este tipo de competiciones entre demócratas moderados y republicanos extremistas, los primeros han logrado girar el tablero y hablar de valores tradicionales de EEUU como algo que ellos también defienden y que no son patrimonio exclusivo de la derecha ultra..
Sin embargo, en cuanto a la parte electoral, la respuesta no está tan clara como en la discursiva. “Las elecciones al Senado premian mucho la cercanía y la personalidad y no tanto al partido al que se pertenece. Tanto es así que algunos de los candidatos que se presentan en las carreras senatoriales llevan décadas en el puesto. Por todo ello, las dinámicas de la elección al senado y a la presidencia son muy distintas”, sostiene Francisco Rodríguez Jiménez, profesor de la Universidad de Extremadura y visitante en la estadounidense Georgetown, para explicar la mayor ventaja de los candidatos demócratas al Senado sobre Harris.
Una tendencia que también confirma Senserrich: “En Estados Unidos sí que hay un voto dual. Antes de los 90 era muy claro que los estadounidenses votaban diferente dependiendo de la carrera, pero es una tendencia que con la polarización de la política se ha ido reduciendo poco a poco. Sin embargo, en los últimos años parece que ha aumentado de nuevo un poco, aunque al ser tan reciente no podemos saber si es algo provocado por la alergia que despierta Trump entre muchos votantes o si es por causa de los malos candidatos republicanos”, zanja el politólogo.
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En cuanto a un posible “efecto arrastre” del voto del Senado hacia Harris, tanto Rodríguez como Soriano ven difícil que se pueda producir una traslación de voto entre ambos. “Yo no veo claro que pueda suceder ese fenómeno. Lo único en lo que sí le puede favorecer a la vicepresidenta es en la movilización. Si un aspirante a la Cámara Alta logra generar esa movilización del electorado a su favor, también Harris se puede aprovechar de ella, pero no es una ciencia exacta”, defiende Rodríguez.
Senserrich afirma, sin embargo, que estos efectos sí existen pero son difíciles de medir y no muy extensos: “Uno de los motivos que propician que el partido fuerce a Biden a renunciar es que se dan cuenta de que no solo él iba a perder las elecciones, sino que iba a arrastrar otros candidatos consigo”, explica. En la parte positiva, el politólogo destaca el efecto arrastre que puede tener no tanto un aspirante a Senador sino sobre todo un gobernador popular en el estado, ya que este tiene aún más implantación territorial que los senadores.
En el caso de Harris, también son buenas noticias: tanto en Pennsylvania como en Míchigan gobiernan los demócratas Josh Shapiro y Gretchen Whitmer, dos figuras muy populares en sus Estados y con gran poder movilizador. Y además, Arizona, Wisconsin y Carolina del Norte también tienen un gobernador del partido de la vicepresidenta que puede ayudarle a conseguir esos pocos votos decisivos para inclinar la balanza a su favor.
John Fetterman, Catherine Cortez Masto, Mark Kelly, Tammy Baldwin, Jacky Rosen, Raphael Warnock o Debbie Stabenow. Puede que sus nombres no les suenen mucho, pero son absolutamente clave para entender lo que puede pasar en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Todos ellos tienen dos cosas en común: son senadores de algunos de los Estados que decidirán los comicios (los llamados swing states) y pertenecen al Partido Demócrata. Una combinación que se repite mucho más de lo que pueden decirnos las encuestas presidenciales, donde la actual vicepresidenta, Kamala Harris, mantiene una igualadísima pugna con Donald Trump para hacerse con los lugares que marcarán la carrera hacia la Casa Blanca.