Alemania se enfrenta al desafío de integrar a los refugiados

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Cuando habla de su compromiso con los refugiados, los ojos de Merlind Trepesch, una joven de Núrenberg, vacilan durante un instante, pero su voz permanece firme y determinada: “¿Quiere saber lo que pienso de verdad? En realidad, estamos completamente desbordados, pero seguimos porque no hay alternativa humanamente defendible”. Los refugiados se cruzaron en el camino de Trepesch en 2011, en una conferencia impartida en la Universidad de Bamberg. La entonces estudiante de Sociología pronto se unió al grupo de voluntarios creado para ayudar a los refugiados llegados a la región de Franconia, la Baviera del norte.

“Nuestra asociación se llama Amigos más que extranjeros (Freund statt Fremd). Colaboro desde Núrenberg, donde vivo y trabajo en estos momentos. Soy la responsable de gestionar las actividades que llevamos a cabo en la ciudad de Forchheim. También me encargo de la acogida de los nuevos voluntarios y apadrino a una familia procedente de Azerbayán”, explica.

A principios de 2015, ante el flujo creciente de refugiados que llegaba a Alemania, el grupo compuesto por alrededor de 200 voluntarios activos, presentes en varias localidades importantes de la región, se vio abocado a profesionalizarse y a constituirse en asociación: “Hemos puesto en marcha un sistema de apadrinamiento de familias que funciona muy bien, así como un sistema de intercambio de ropa, de electrodomésticos, etc. Nuestros voluntarios también imparten clases de alemán y todos echamos una mano como intérpretes a la hora de llevar a cabo trámites administrativos. También hemos montado un Asylcafé, que a los refugiados les da la posibilidad de salir de los centros de alojamiento y de disponer de un punto de encuentro y recibir ayuda. A decir verdad, este punto de encuentro también se ha creado porque nos es materialmente imposible desplazarnos a los centros. Hay demasiados. Cuando comencé en Forchheim, nos ocupábamos de unos 80 refugiados. Actualmente, son casi 800 en este municipio y continuamente están llegando más”, explica.

¿Acogerá Alemania realmente la cifra récord de 800.000 demandantes de asilo en 2015, tal y como el ministro del Interior Thomas de Maizière vaticinó a finales de agosto? El pasado fin de semana, las autoridades alemanas contabilizaron no menos de ¡20.000 personas procedentes de Hungría! Buena parte de estos refugiados proceden de Siria y de Afganistán. La mayoría de los trenes llegan a Múnich. Otros son dirigidos a Turingia, a Sajonia, Brandenburgo, también a Baden-Wurtemberg y a Renania del Norte-Westfalia.

Por razones obvias, estas cifras no incluyen a los numerosos refugiados que llegan por carretera, a los que las mafias abandonan como si fuesen ganado en una área de descanso de autopista o en una gasolinera. “Nuestros hombres ya no tienen tiempo de ocuparse de otra cosa que no sea de recoger a los refugiados y de dar caza a los traficantes”, precisa un portavoz de la Policía bávara.

La llegada de refugiados durante el fin de semana ha sido posible gracias al acuerdo telefónico alcanzado entre el canciller austriaco Wernet Faymann y su homóloga Angela Merkel. Ambos jefes de Gobierno optaron por ofrecer una respuesta humanitaria y dar luz verde a la recepción de los miles de refugiados bloqueados en Hungría. “Es una excepción”, puntualizó Merkel, a riesgo de desencadenar un conflicto político. Los conservadores bávaros de la CSU, que gobiernan en el land de Baviera, se reunieron de urgencia para condenar la “nefasta decisión” de la canciller. “No podemos seguir así. Todos los refugiados que se dirigen a Europa piensan en Alemania. Pero Alemania no puede hacer frente a esta situación ella sola”, ha manifestado el secretario general de la CSU Andreas Scheuer. Eso sí, aplaude la apertura de nuevos campos de refugiados destinados específicamente a personas procedentes de los Balcanes, quienes a priori tienen pocas posibilidades de obtener asilo en Alemania.

Mientras que los responsables regionales y federales se enzarzan, los trenes continúan arrojando a grupos de refugiados en la estación de Múnich, en un ambiente casi festivo, al grito de “Germany, Germany, danke Germany”. Acto seguido, de una forma sorprendentemente tranquila, los refugiados son recibidos por un ejército de agentes de Policía y sobre todo de voluntarios que distribuyen tanto juguetes a los niños como vituallas, agua y ropa. A continuación, son conducidos y repartidos entre los diferentes autobuses de la Cruz Roja alemana. Tras las privaciones, las angustias y el agotamiento que ha supuesto este viaje a Europa, llega el momento del último traslado hasta uno de los tres centros bávaros de primera acogida, como el de Zirndorf, situado a las afueras de Núrenberg.

153 nuevas entradas al día

Este campo, que data 1955 y ocupa las instalaciones de un viejo cuartel donde fueron acogidos los refugiados alemanes de la posguerra, tiene capacidad para 650 personas, pero en estos momentos alberga a casi 1.600. Cada día, los responsables del centro registran entre 150 y 300 nuevas entradas. Para alojarlos, hace tiempo que dejaron de ser suficientes las tiendas de campaña instaladas en los patios del cuartel. Se han abierto delegaciones en los alrededores de Núrenbergdelegaciones, como la del cuartel Otto-Lilienthal, en la pequeña localidad de Roth. Este acoge ya a 930 personas.

La región, que preveía que la utilización del cuartel se prolongase durante dos años, ha anunciado nuevas inversiones y la ejecución de obras de reforma próximamente “para poder asegurar su utilización a largo plazo”. “Estamos desarrollando con carácter de urgencia estructuras médicas adecuadas”, aseguran desde el Consejo Regional de Franconia Media, de quien depende el centro de Zirndorf. “Los refugiados suelen llega en un estado lamentable, agotados, heridos o enfermos”, añaden.

“”Estuve dos meses en Zirndorf, donde tramité la petición de asilo. Después me trasladaron al centro de detención para hombres de la Scharfhofstrasse de Núrenberg. Vivo allí desde entonces. No es fácil. Somos cuatro en una habitación y más de 300 en el centro. No tenemos mucho que hacer. A diario, reina el aburrimiento, el ruido, las drogas y también las peleas. Los grupos de refugiados no tienen que ser amigos necesariamente”, explica el senegalés Abdou Lahat Diabira, que llegó a Alemania hace un año tras pasar por Marruecos, España y Francia, donde prefirió no quedarse: “Hablo francés, quizás habría sido más fácil para mí, pero creo que Alemania es un país más acogedor y ofrece más oportunidades. Por lo menos es lo que se dice en mi país”, justifica.

Habida cuenta de sus orígenes y dado que Senegal no se considera un país de alto riesgo, Abdou tiene pocas posibilidades de conseguir asilo. Pero, de momento, aguarda, espera e intenta –mal que bien– labrarse un futuro en Alemania. “Abdou es afortunado. Ya ha podido hacer un curso de alemán y no se las apaña mal”, apunta Mona El Faourie, que dirige el proyecto de integración profesional para refugiados Quédate en Núrenberg (Bleib en Nürnberg). “Para trabajar, debería acceder por lo menos a un nivel superior. Voy a tratar de matricularlo en un curso de nivel B2. Después, creo que mi jefe ha encontrado una empresa que busca soldadores y quizás pueda proponerlo”.

Para Manfred Schmidt, responsable de la Agencia federal para los migrantes y refugiados, el debate actual se centra en exceso en la acogida que se da a los recién llegados y en la posible aceleración de la demanda de asilo. “No hay que perder de vista lo que viene después. Este año, ya hemos concedido asilo a casi 42.000 refugiados sirios e iraquíes. Estos deben aprender la lengua, registrarse en la Agencia de empleo y, con apoyo económico, formarse rápidamente en un oficio”, recuerda.

Las grandes federaciones patronales comparten esta opinión. Para ellas, esta ola de migrantes es una oportunidad única que no se debe dejar pasar: “En los próximos veinte años, vamos a necesitar mucha más mano de obra de la que este país puede disponer”, explica el responsable de la patronal alemana (BDA) Ingo Kramer, que reclama que los refugiados tengan acceso inmediato a cursos de idioma y que puedan comenzar a aprender un oficio, sin riesgo de ser expulsados. Kramer estima en 500.000 el número de empleos que Alemania no tiene cubiertos.

“Quién sino nosotros puede conseguirlo”, ha declarado recientemente el ministro de Trabajo socialdemócrata Andrea Nahles. Entre las grandes medidas destinadas a integrar a los refugiados, acaba de anunciar que el proyecto piloto Early Intervention, dirigido a los refugiados y que se extenderá a toda Alemania.

“La idea del proyecto Early Intervention es la de matricular lo antes posible a los candidatos en cursos de lengua alemana y, después, de formación profesional. Hemos puesto en marcha este programa en nueve centros de Alemania, pero hay que tener en cuenta que de los 1.000 refugiados admitidos hasta la fecha, todos cuentan ya con una titulación profesional y alrededor del 40% son titulados superiores”, explica Jürgen Wusthorn, portavoz de la Agencia federal para el empleo. Admite que incluso si se amplia a todo el territorio, el programa se dirige en cierta medida a la élite de los refugiados: “Alemania no cuenta con un plan maestro para la integración profesional de los refugiados. Esto se va a llevar a cabo sobre todo a nivel local. Está todo por hacer”, admite.

Proyecto “Quédate en Núrenberg”

Esta situación explica por qué la germano-paslestina Mona El Faourie, ella misma refugiada siria que llegó a Alemania en 1978, y su jefe Rainer Aliochin representan el futuro para numerosos refugiados llegados a Núrenberg: “Nuestra asociación es única en su género. Se fundó en 1999 para ayudar a las personas inmigrantes a crear empresas. Después vimos que había un proyecto específico para los demandantes de asilo. De modo que creamos el proyecto Quédate en Núrenberg, que da trabajo a dos personas. A día de hoy, nuestra antigüedad, nuestras redes y la experiencia acumulada en este complejo asunto han hecho que el ministro federal de Economía Sigmar Gabriel nos visite por sorpresa y que el Gobierno bávaro nos conceda créditos para crear un puesto adicional de trabajo, sin que lo hayamos pedido”, señala Aliochin.

“Para que toda vaya bien, hay que poder integrar a los refugiados en nuestra economía. Sin embargo, nuestro sistema burocrático no está preparado para ello. El simple hecho de evaluar las competencias de los refugiados supone un enorme problema para el que megaestructuras como la Agencia para el empleo no tienen respuestas”, confirma.

Algo así le ocurre a Abdou: “Fui a la escuela, después me formé como soldador durante cuatro años”, explica a El Faourie, que le demanda mayor precisión al respecto. “¿Se trataba de un centro de formación profesional público? ¿Tienes un título? ¿Qué tipo de trabajo has realizado?”. Abdou no sabe contestar: “Como puede comprender, en Senegal, los títulos... Soldamos marcos de ventanas, hice prácticas en diferentes obras. Algunos se formaron durante cuatro años, otros lo hicieron durante dos, era variable”, explica sin concretar. “Aquí está el problema. La mayor parte ha venido sin el título. Para saber realmente de lo que son capaces, se debería comprobar cuáles son sus competencias sobre el terreno. Desde luego, no es posible hacerlo con miles de personas”, explica El Faourie.

Después de Abdou, Mona El Faourie recibe a Sede y a Evgueni, una joven pareja de Armenia que acaba de llegar y que apenas habla alemán. Evgueni trabajó en el edificio, pero cayó enfermo y ahora está recibiendo un tratamiento de diálisis. En cuanto a Seda, tiene que encargarse de su niño pequeño. Estudió para convertirse en matrona y, afortunadamente, dispone del diploma: “No sé qué hacer por Evgueni cuyo perfil no encaja nunca en ningún programa, pero Seda tiene posibilidades. Estamos en negociaciones con el hospital de Núrenberg, que busca personal hospitalario. En mis archivos he visto que hay personas con formación como enfermera y matrona. Podríamos juntarlas a todas e impartir una formación en el hospital. Pero antes de nada, Mona y Evgueni deben aprender alemán”, explica Mona El Faourie, mientras les tiende una hoja de inscripción en un curso organizado por la Agencia federal de empleo.

“El permiso de residencia representa sin lugar a dudas otro gran problema. Tras presentar la demanda de asilo, se les concede un permiso temporal que les permite trabajar al cabo de tres meses en el país. Siempre que hablen alemán, lo que pocas veces sucede en tan poco tiempo”, explica. “Si se otorga el asilo, lo que lleva entre cuatro meses para un sirio y a veces varios años en el caso de algunos africanos, todo va bien. Si la demanda se rechaza, entonces el refugiado recibe una Duldung, un título que implica que la expulsión puede llegar en cualquier momento”, comenta El Faourie, que considera que las leyes deben adaptarse y ser más flexibles de forma inmediata.

En Baviera, la espera de estos refugiados, solteros o en familia, es todavía más insoportable porque las leyes del land les imponen también la obligatoriedad de vivir confinados en recintos controlados por los municipios hasta que la demanda de asilo se resuelva. “En las demás regiones de Alemania, los refugiados pueden alojarse en apartamentos. Esto facilita la integración, pero aquí es imposible. Se les reagrupa. Deben vivir en inmuebles que gestionan las ciudades. Para hacer frente a la demanda, también hay antiguos hoteles reconvertidos en centros de alojamiento y de gestión privada”, explica Merlind Trepesch, que critica las condiciones de acogida sumarias, incluso insalubres, de estos establecimientos atestados y muy lucrativos ya que un refugiado puede proporcionales de ¡20 a 30 euros por noche!

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“Más que continuar improvisando, es urgente que Alemania reconozca que los refugiados van a seguir viniendo masivamente durante mucho tiempo y, en su gran mayoría, van a quedarse en Alemania”, dice Günter Burkhardt, director de la principal ONG alemana de ayuda a los demandantes de asilo, PRO ASYL. “Si se quiere que su integración sea una oportunidad y un éxito, el Estado federal debe apoyar a los municipios, definir un concepto sólido para la acogida y la integración profesional y levantar el yugo que les oprime”.

De lo contrario, las sirenas xenófobas e identitarias corren el riesgo de imponerse. Ya el ministro presidente de Baviera, conocido por sus discursos populistas con relación a los extranjeros, rompió el pasado domingo el silencio que mantenía desde hacía varias semanas: “No podemos seguir acogiendo a refugiados del mundo entero. A la larga, ninguna sociedad puede resistirlo”, avisa.

Traducción: Mariola Moreno

Cuando habla de su compromiso con los refugiados, los ojos de Merlind Trepesch, una joven de Núrenberg, vacilan durante un instante, pero su voz permanece firme y determinada: “¿Quiere saber lo que pienso de verdad? En realidad, estamos completamente desbordados, pero seguimos porque no hay alternativa humanamente defendible”. Los refugiados se cruzaron en el camino de Trepesch en 2011, en una conferencia impartida en la Universidad de Bamberg. La entonces estudiante de Sociología pronto se unió al grupo de voluntarios creado para ayudar a los refugiados llegados a la región de Franconia, la Baviera del norte.

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