¿Es la cumbre de los BRICS una amenaza para Occidente?
Aunque no digan nada al respecto, las cancillerías occidentales siguen de cerca los preparativos de la decimoquinta cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que se celebrará en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto. Ya están elaborando escrupulosamente una lista de todos los participantes.
Sin expresarlo abiertamente, los dirigentes occidentales temen que esta cumbre amplifique el divorcio surgido durante la votación en la ONU sobre la guerra de Ucrania en marzo de 2022, cuando cuarenta países –y no los menos importantes– optaron por abstenerse o votar en contra de la resolución de condena de la invasión rusa. Durante dieciocho meses, todos los dirigentes estadounidenses y europeos trataron de romper esa afrenta, poniendo la alfombra roja al primer ministro indio, Nadendra Modi, y al presidente brasileño, Lula da Silva, entre otros. En vano.
Como muestra de la importancia de esta reunión, el Presidente chino Xi Jinping, que ha reducido al mínimo sus viajes al extranjero desde la pandemia, anunció que asistirá a la reunión en el marco de una "visita de Estado" a Johannesburgo. Vladimir Putin, por su parte, ha decidido no realizar el viaje, debido a la orden de detención internacional dictada contra él. Pero asistirá a la cumbre por videoconferencia. A esta cumbre de Sudáfrica han sido invitados un total de sesenta y nueve países, incluidos todos los países africanos. Casi todos ellos tienen intención de asistir.
Sólo uno no ha sido invitado: Emmanuel Macron, que intentó entrar por la fuerza e imponer su presencia. ¿Bravuconada o incompetencia? En cualquier caso, incluso antes del desaire de Níger, debería haberse dado cuenta por sí mismo de que no tenía cabida allí.
Porque los retos diplomáticos y económicos a tratar en esta cumbre van mucho más allá del tema del desarrollo africano, como sugiere el título. Aunque el continente africano parece ser el nuevo campo de batalla entre las potencias establecidas y las potencias emergentes, el objetivo va mucho más allá: se trata de afirmar el nuevo equilibrio de poder político y económico que se ha desarrollado en los últimos años, de desafiar un orden mundial construido por y para Occidente.
¿Estamos asistiendo a la creación de un nuevo bloque geopolítico y económico para establecer dos frentes, como en la Guerra Fría, como algunos parecen interesados en airear? ¿Se trata de un nuevo avatar del imperialismo, con China buscando, al amparo de los Brics, extender su influencia sobre el planeta, como creen otros? ¿Se está dando cuenta Occidente de que el Sur, más allá de China e India, ha cambiado mucho, que los países que lo componen son ahora capaces de emanciparse del Norte, como han señalado economistas indios y africanos?
La respuesta a estas preguntas es aún incierta, pues depende de cómo reaccionen los principales protagonistas, empezando por Estados Unidos y China, si optan o no por actitudes agresivas y si son capaces de encontrar nuevas vías para avanzar. A estas alturas, una cosa es cierta: el orden mundial establecido hace casi ochenta años se está deshaciendo ante nuestros propios ojos.
El Club de los Brics se amplía
Los Brics hace tiempo que dejaron de parecerse al acrónimo acuñado por Jim O'Neill, economista de Goldman Sachs, a principios de la década de 2000. En aquella época, Occidente los veía como intermediarios en la globalización de la economía, reservándoles un lugar preferente en las cadenas de suministro para que sus multinacionales fabricaran sus productos a bajo coste.
Pero la situación ha cambiado. China se ha convertido en la segunda economía mundial, con India siguiéndole los pasos, y los países del Sur aumentan su poder en todas partes: su PIB combinado representa ya casi el 40% del PIB mundial. Todos quieren que se reconozca este poder y que los países del Sur no queden relegados a la condición de subalternos en el abastecimiento de la economía mundial, o a un segundo plano en instituciones mundiales como el FMI.
Decididos a permanecer unidos, los Brics, bajo la influencia de China, han invitado a varios países a unirse a ellos. Al menos veintidós han solicitado ya su ingreso en el club, entre ellos Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Argelia, Indonesia, Egipto e Irán. La solicitud de Riad debería aprobarse en esta cumbre, lo que sería una seria advertencia para Estados Unidos, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial considera a Arabia Saudí su aliado más fiable y leal en Oriente Medio.
Líderes en baja forma
Aunque esta decimoquinta cumbre de los Brics promete ser importante, no tendrá seguramente el mismo brillo que algunos esperaban hace tan sólo unas semanas. La ralentización de la economía mundial, acompañada de un sinfín de perturbaciones, está ahí, recordando a todos que el desacoplamiento económico que se plantea a menudo no deja de ser teórico. "Los Brics están rotos" (juego de palabras, pues bric significa ladrillo, ndt), señala un editorial de Bloomberg, subrayando el carácter artificial de esta alianza transnacional.
Con la excepción de Brasil, que se salva parcialmente, los principales líderes de esta cumbre aparecerán en cualquier caso en baja forma, empezando por China. Desde hace quince días se acumulan las malas noticias en Pekín. El motor económico chino se estanca, la actividad económica cae, los precios se desploman ante la anémica demanda interior y exterior, y se ven en el horizonte nubarrones financieros. Amenazante desde hace meses, la crisis inmobiliaria ha adquirido una nueva dimensión al entrar en impagos un nuevo grupo inmobiliario, Country Garden. Para garantizar que no se derrumbe de repente ese castillo de naipes de las finanzas en la sombra que ha florecido durante más de una década, las autoridades políticas y monetarias anuncian cada día nuevas medidas de flexibilización, ayuda y crédito. Se espera una bajada de los tipos de interés.
Hasta ahora, Putin se jactaba de que las sanciones occidentales contra Rusia no habían tenido ningún efecto, pero la fuerte caída del rublo frente al dólar ha sido desgarrador: desde junio, la moneda rusa ha perdido casi la mitad de su valor frente al dólar americano. Las autoridades monetarias se han reunido de urgencia el 15 de agosto para anunciar una subida de los tipos de interés del 8% al 12% con el fin de frenar la caída. Aunque no se han aplicado controles de capital en sentido estricto, se han dado órdenes a cada grupo en relación con sus compras en el extranjero y sus pagos en divisas, ya que el gobierno pretende vigilar lo más estrechamente posible el uso de los fondos extranjeros de los que se ha visto privado y que tanto necesita.
El Presidente indio tampoco está en condiciones de ser considerado una referencia. Más que las dificultades económicas, son los problemas políticos los que ensombrecen su poder. Acusado de aplicar una política nacionalista que amenaza a todas las minorías del país y a toda la oposición, se enfrenta a un adversario político cada vez más fuerte. El 18 de julio se presentó la formación de una coalición de veintiséis partidos que presentará una candidatura única para impedir que Modi obtenga un tercer mandato en las próximas elecciones.
En cuanto a Sudáfrica, con cortes de electricidad y una inflación galopante, pasa apuros como muchos otros países africanos. Todos ellos están pagando un alto precio por la crisis energética, que comenzó en el verano de 2021 y se ha visto agravada por la guerra de Ucrania, así como por la subida de los precios mundiales de los principales productos alimenticios (trigo, arroz, café, azúcar). La rápida subida del dólar, tras la decisión de la Reserva Federal de subir los tipos de interés, les ha afectado de lleno: la mayoría de ellos se ven obligados a utilizar la mayor parte de sus reservas corrientes para pagar sus gastos financieros.
Según un estudio de la ONG Debt Justice, la carga de la deuda de los 91 países más pobres del mundo consumirá, de media, más del 16% de los ingresos presupuestarios en 2023, el nivel más alto de los últimos veinticinco años. La asfixia presupuestaria y financiera amenaza a muchos de ellos. Según Achim Steiner, administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, más de cincuenta países emergentes se encuentran en estrés financiero, a punto de impago de sus deudas en un futuro próximo.
Al mismo tiempo, hay fuga de capitales occidentales, ya que los inversores encuentran mucho más seguro, en un contexto de tensiones geopolíticas, invertir su dinero en bonos del Tesoro americano que en países vulnerables que podrían caer en cualquier momento en crisis sociales y políticas.
Es probable que estos temas dominen los debates de esta cumbre de los Brics. Muchos países están cansados de tener que sufrir las consecuencias económicas y políticas de decisiones tomadas en otros lugares, especialmente en la Reserva Federal, sobre las que no tienen ningún control. Bajo la indiferencia de Estados Unidos y Occidente.
Además, las sanciones adoptadas por Estados Unidos y Europa para oponerse a la guerra de Ucrania, que les han llevado a congelar todas las reservas del Banco Central de Rusia, han causado malestar a muchos dirigentes de países emergentes. Esta utilización del dólar como arma de guerra –en contra de las reglas internacionales– está llevando a muchos a pensar que ya es hora de romper con esta dependencia del billete verde. Ya no quieren recibir más órdenes. La propia Secretaria del Tesoro americano, Janet Yellen, admitió que "las sanciones financieras relacionadas con el papel del dólar pueden acabar socavando la hegemonía de la divisa americana".
Amenaza a la hegemonía del dólar
Ya en julio, Sudáfrica, anfitriona de esta nueva cumbre, frustró las esperanzas de quienes pretendían aprovechar la reunión para lanzar una moneda o al menos un sistema de pagos que compitiera con el dólar. Johannesburgo advirtió que el tema no figuraría en el orden del día.
Esto no ha impedido a algunos soñar con planes para afirmar la independencia de los países emergentes y protegerse de posibles sanciones. Apoyados entre bastidores por China y Rusia, algunos piensan en promover una nueva moneda basada en el oro y/o en los precios de las principales materias primas, que podría utilizarse para el comercio entre los distintos países.
Imaginar una moneda única, comparable al dólar y al euro, con un sistema de pagos centralizado y reservas de divisas propias, es pura fantasía, replican algunos economistas. Más allá de los problemas técnicos y normativos, la divergencia de puntos de vista e intereses entre los países es demasiado grande, explican. ¿Cómo imaginar que China e India, en disputas por la delimitación de sus fronteras y en conflictos de influencia en algunos países, aceptarían compartir la misma moneda? Del mismo modo, aunque Sudáfrica y Brasil han manifestado su deseo de emanciparse de la influencia de Estados Unidos, eso no significa que quieran cortar todos los lazos y perder su acceso privilegiado a los mercados americano y europeo.
Aunque parezca ilusoria por el momento la creación de un sistema monetario que compita con el dólar, ello no impide el desarrollo de intercambios comerciales pagados en moneda distinta del billete verde.
Estados Unidos y Europa sólo han tomado conciencia de ello con las sanciones impuestas a Rusia: bajo su radar se desarrolló toda una red de intercambios, rutas comerciales, transportes e intermediarios , permitiendo a los países del Sur comerciar entre sí. El comercio Sur-Sur era embrionario a principios de los años ochenta, pero no ha dejado de expandirse a medida que algunos países, sobre todo China e India, empezaron a desarrollarse e industrializarse. Cada día compran y venden materias primas, productos alimentarios, manufacturados y servicios que pueden competir con los productos occidentales: la estrategia de deslocalización de las multinacionales en busca del menor coste les ha permitido adquirir muy rápidamente los conocimientos y las técnicas más avanzadas.
Ahora es mucho menos problemático para un país productor de materias primas cobrar en yuanes o rupias, sin pasar por el dólar. Saben que podrán utilizarlos para comprar los productos que necesitan para satisfacer la demanda interna. Por primera vez esta semana, los Emiratos Árabes Unidos han roto un tabú: han aceptado que India pague sus compras de petróleo en rupias. Y antes que ellos, Arabia Saudí negoció con China que las entregas de petróleo se pagaran en yuanes.
Este tipo de intercambios se multiplicará en los próximos años, contribuyendo al desarrollo de un sistema financiero internacional que será mucho más diverso, aunque a veces caótico, que antes.
Si Washington sigue tan de cerca los debates de la cumbre de los Brics es porque sabe que conllevan la amenaza del fin de la hegemonía del dólar como única moneda de reserva internacional. Oponerse a este estatus es poner en entredicho su orden internacional. Pero también significa rebajar a Estados Unidos al nivel de todas las demás naciones.
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Durante décadas, Estados Unidos pudo hacer gala de una total irresponsabilidad fiscal y financiera, ignorando los desequilibrios crónicos de su economía, sus déficits comerciales, su balanza de pagos y su ahorro interno: sabía que el mundo entero seguiría financiándole, proporcionándole el capital que necesitaba gracias a su moneda. "Es nuestra moneda, es vuestro problema", solían decir los americanos a cualquiera que criticara la temeridad de Estados Unidos. Si el billete verde pierde su estatus hegemónico, el dólar empezará a convertirse en el problema de los americanos. Y eso es lo que está en juego en la cumbre de los Brics.
Traducción de Miguel López