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La cumbre de los BRICS muestra un Sur global decidido a construir un nuevo orden internacional

De izquierda a derecha en primera fila, el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, el presidente chino, Xi Jinping, el presidente ruso, Vladimir Putin, y otros participantes en la reunión  de los BRICS Plus.

Martine Orange (Mediapart)

Vladimir Putin no podía desaprovechar semejante oportunidad. Como anfitrión de la 16ª cumbre de los BRICS en Kazán (Rusia), el presidente ruso, vetado por Occidente, aprovechó la ocasión para aparecer en todas las fotos, demostrar que no está aislado y establecer su papel en el centro de una nueva fuerza internacional que se está conformando.

Pero centrarse únicamente en la aparición del presidente ruso sería pasar por alto la importancia de esta reunión. Y es que esta cumbre marca una nueva era para los BRICS. Ya no se trata sólo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que Goldman Sachs agrupó bajo este nombre a principios de la década de 2000 como las potencias económicas del futuro. La cumbre acogió por primera vez a los países aceptados como miembros de pleno derecho de la organización en agosto de 2023: Argentina, Egipto, Etiopía, pero sobre todo Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Irán.

A excepción de Argentina, que desde la elección de Javier Milei ya no quiere formar parte de la organización, todos hicieron el viaje a Kazán, incluso Arabia Saudí, cuya participación muchos ponían en duda hasta los últimos días.

Pero otros países también quisieron asistir, aunque no sean oficialmente miembros de los BRICS. En total, enviaron representantes 34 países. Trece de ellos, entre ellos Indonesia, Argelia, Vietnam, Venezuela, Tailandia y Turquía (también miembro de la OTAN), solicitaron su ingreso en la organización. La mayoría fueron recibidos con entusiasmo, a excepción de Venezuela y Pakistán, cuya adhesión fue vetada por Brasil y la India respectivamente.

Un mundo multipolar

En vísperas de unas elecciones presidenciales americanas decisivas, los dirigentes de los BRICS, empezando por Vladimir Putin y Xi Jinping, están encantados con estas muestras de apoyo: quieren formar una organización lo más amplia posible, llevarse consigo al mayor número de países para influir en el destino del mundo y desafiar el orden occidental.

“Está surgiendo ante nuestros ojos un nuevo mundo [...]. Está en marcha el proceso de creación de un mundo multipolar”, insistió el presidente ruso. “El mundo se enfrenta a cambios profundos no vistos desde hace un siglo. Los BRICS son la plataforma más importante para la solidaridad y la cooperación entre los mercados emergentes y los países en desarrollo”, añadió el presidente chino.

A lo largo de la reunión, los discursos y las posiciones adoptadas fueron comedidos y precavidos. Actitud que vino dictada por la propia diversidad de los participantes, sus diferencias de opinión e incluso su antagonismo.

El “Sur global”, como algunos investigadores denominan a todos los países no occidentales, no existe: sus intereses son extremadamente diversos.

China, amenazada con una guerra comercial total con Estados Unidos si gana Donald Trump, y Rusia e Irán, ya afectados por las sanciones americanas, no ocultan su deseo de formar una fuerza geopolítica contra el “imperialismo occidental”.

Pero India y Brasil tienen la intención de seguir comerciando con Estados Unidos y Occidente en general. Los lazos son aún más estrechos con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, considerados los países árabes más cercanos a Washington.

Egipto y Etiopía llevan varios años enfrentados por el reparto de las aguas del Nilo con la construcción de una gran presa en Etiopía. China e India llevan décadas enfrentadas por los límites de sus fronteras en el Himalaya. Justo antes de la cumbre de Kazán, estos dos países anunciaron simbólicamente que habían llegado a un acuerdo “sobre patrullas fronterizas en el Himalaya”.

Los BRICS evitaron todos los puntos de fricción para mostrar su unidad y demostrar que pueden practicar la política y la diplomacia de forma diferente. “Respetamos las políticas de cada Estado”, recordaron uno tras otro sus dirigentes para, a diferencia de Estados Unidos, subrayar su voluntad de no intervencionismo.

Para contentar a todos, los dirigentes emitieron una serie de declaraciones en las que se presentaban como una organización “no occidental”, pero no “anti-occidental”.

Salir de la dependencia del dólar

Pero el verdadero pegamento que une a los BRICS es la economía. Uno tras otro, los participantes en la cumbre fueron desgranando cifras, recordando su peso y su desarrollo, realidades a menudo olvidadas por Occidente.

Los BRICS representan ya el 48% de la población mundial y más de un tercio del PIB mundial. Cuentan ya con más ingenieros e investigadores que Estados Unidos y Europa juntos. Con un PIB combinado de 60 billones de dólares –antes de la adhesión de los nuevos miembros–”pesamos más que el G7”, afirmó Vladimir Putin.

En cualquier caso, todos están decididos a utilizar este peso económico para influir en el curso de los acontecimientos, y no seguir sometidos a las decisiones unilaterales tomadas por Occidente, a veces en detrimento suyo, como recordó el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa.

El primero es liberarse de la dependencia del dólar, moneda de referencia para todo el comercio internacional. Es una cuestión urgente para Rusia, aislada del sistema financiero internacional desde las sanciones impuestas tras la invasión de Ucrania. Pero también está en la mente de China, que teme sufrir represalias financieras en algún momento si se endurecen las relaciones con Washington.

En mayor o menor medida, todos los demás países en desarrollo también están preocupados ya que la mayoría de sus deudas están denominadas en dólares, al igual que los precios de sus recursos naturales. Y Estados Unidos mantiene un férreo control sobre su comercio y sus reservas, con amenazas de represalias en caso de incumplimiento de las normas americanas. Para evitar que Rusia eluda las sanciones, Washington ha advertido de que todo país que comercie con Moscú dejará de tener acceso al dólar. Los bancos turcos y algunos establecimientos chinos cortaron inmediatamente sus lazos.

Muchos países en desarrollo, más allá de Rusia y China, consideran ahora intolerable esa tutela americana y quieren salir de ella. Pero la voluntad política no siempre es suficiente.

El uso de blockchain y criptoactivos

En agosto de 2023, los participantes en la cumbre de Johannesburgo se fijaron como objetivo inicial desarrollar una moneda común para romper con la dependencia del dólar. Desde entonces se ha trabajado mucho, bajo el auspicio de la ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.

Se ha elaborado una arquitectura para este nuevo sistema financiero de los BRICS, no muy diferente de la de los primeros tiempos de Bretton Woods: la moneda común se basaría en reservas compuestas por un 60% de oro y un 40% de divisas de los países participantes. En Kazán, Vladimir Putin presentó un esbozo del futuro billete de esa moneda común. Pero aún hay que superar una serie de obstáculos antes de que pueda desarrollarse.

Mientras tanto, Rusia y China proponen avanzar mucho en el desarrollo del uso de blockchain (estructura matemática para almacenar datos casi imposibles de falsificar, ndt) y criptoactivos creados para permitir a Moscú eludir las sanciones. También sugieren generalizar los pagos indexados a las monedas locales. Entre las recomendaciones figura la rápida retirada de las compras de petróleo y trigo de los mercados internacionales dominados por las finanzas occidentales y pagadas en dólares.

Pero para alcanzar estos objetivos hay que demostrar que el sistema existente entre Rusia y China puede ampliarse. Hay que desarrollar e implantar plataformas en cada país. Hay que convencer a los actores de que los criptoactivos, objeto de una frenética especulación y de una volatilidad desenfrenada, pueden convertirse en monedas de cambio a gran escala. El sistema debe ser totalmente seguro. Por último, debe crearse una institución que controle, supervise y actúe como garante de última instancia.

“157 países están dispuestos a unirse a este nuevo sistema”, afirman los organizadores de la cumbre en la red social X. “No hay ninguna señal de que esta iniciativa vaya a desarrollarse y tomar forma en la vida real”, replica Alexandra Prokopenko, del Carnegie Russia Eurasia Center de Berlín, citada por el Financial Times.

Los responsables del Fondo Monetario Internacional (FMI) y los banqueros centrales, reunidos esta semana en Washington para los foros anuales de la institución monetaria internacional y el Banco Mundial, son mucho menos asertivos. Están convencidos de que, con el tiempo, el “privilegio exorbitante” del dólar se verá cada vez más cuestionado. ¿Su temor? Que las tensiones geopolíticas provoquen una fragmentación irremediable del sistema financiero internacional.

Escasas respuestas occidentales

La cautela mostrada por los responsables del FMI con los BRICS refleja su preocupación. La institución internacional, criticada durante mucho tiempo por las políticas de austeridad que ha impuesto a los países en desarrollo, observa año tras año el auge de un desafío fundamental: el de su funcionamiento y organización.

Producto de los acuerdos de Bretton Woods, el modus operandi del FMI ya no se corresponde con un mundo que ha cambiado profundamente. Sus doctrinas y modos de pensar reflejan una dominación occidental, y principalmente americana, inadecuada para un entorno que ha cambiado profundamente. Sobre todo, ya no cumple su misión primordial: la estabilidad y permanencia del sistema financiero internacional en beneficio de todos.

Cada vez más consciente de sus carencias y vulnerabilidades, la institución monetaria ha comprendido claramente el mensaje que también le enviaban los BRICS. Al celebrar su reunión pocos días antes de su asamblea general anual, los BRICS enviaron un mensaje de desconfianza, lanzando la amenaza apenas velada de transformarse en una institución rival.

Janet Yellen, secretaria del Tesoro americano y ex presidenta de la Reserva Federal, vio claro el peligro e intentó responder. En una entrevista concedida al New York Times, criticó duramente a China, presentándola como amiga de los países en desarrollo mientras bloqueaba las renegociaciones de su deuda, cuya carga se ha hecho aún más insoportable desde la crisis y el alza de los precios de la energía y los alimentos.

Las críticas son fundadas. Pekín, que utiliza instituciones financieras y bancarias supuestamente “privadas” para desarrollar todos sus proyectos de infraestructuras, sobre todo en los países en desarrollo, se niega a conceder quitas o condonaciones de deuda en nombre del derecho mercantil. En caso de impago, esas entidades “privadas”, brazo armado de China, se apoderan de las infraestructuras construidas para su propio beneficio, como en Kenia y Sri Lanka.

No obstante, varios especialistas se muestran preocupados por la escasa respuesta de Estados Unidos, y de Europa en general, ante el creciente poder del Sur. En su opinión, es urgente que Occidente tome la medida de las transformaciones en curso, en lugar de tratarlas con desprecio e indiferencia.

Aludir por enésima vez a la lucha contra los “imperios del mal” (China y Rusia) no puede, en su opinión, servir de argumento ante la legítima demanda de reconocimiento de todos los países del Sur. Además, en un momento en que la voluntad de independencia y descolonización se expresa cada vez con más fuerza, no basta con subrayar el imperialismo de China y Rusia –de la que muchos países del Sur son plenamente conscientes– para disimular mejor el suyo.

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Occidente tiene la responsabilidad de construir un nuevo orden internacional que sustituya a una vieja arquitectura cuestionada y quebrantada por todas partes. En un momento en que los países del Sur representan ya la mitad de la población mundial, ya no pueden contentarse con un asiento secundario en las organizaciones internacionales. Si no lo hacen, todo estallará.

 

Traducción de Miguel López

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