La diáspora moldava: cuando la pobreza obliga a una madre a separarse de su hijo para ganarse la vida

Véronica Osipova, obligada al exilio económico en Moscú durante 6 años para que sus hijas pudieran estudiar

Elisa Perrigueur (Mediapart)

Anna Chiper no sabe si lo más difícil fue irse o volver. De 2010 a 2020, dejó Gura Bîcului, un pueblo perdido en el Chernoziom, como se conoce a las fértiles tierras negras del este de Moldavia. "Soy licenciada en informática, pero aquí no hay trabajo, o sólo algunos encargos mal pagados", explica esta ciudadana de un pequeño país sin salida al mar entre Rumanía y Ucrania. El salario mínimo mensual es de 225 euros, así que Anna se puso a trabajar a regañadientes como camarera y limpiadora, primero en Rusia, luego en Francia, Bélgica y los Países Bajos.

Diez años de exilio sin vida social, lejos de su hijo. "Tuve que dejarlo con mi madre. No podía llevármelo conmigo en esa situación inestable. Tenía sólo ocho meses.” Anna Chiper lo vio crecer en la pantalla, a través de llamadas de Skype y lo abrazó durante sus escalas furtivas en Moldavia, cada tres meses. Cuando regresó en 2020, el niño "tenía rabietas, la rechazaba, amenazaba con suicidarse o marcharse", cuenta con tristeza. "Siento haberle abandonado.”

 

La voz de Veronica Osipova, su vecina de 50 años, tiembla al recordar su exilio económico similar de seis años en Moscú, lejos de sus dos hijas. "Quería poder labrar un futuro para ellas. Allí cuidaba a niños de su edad por unos 1.000 euros. Lloraba todo el tiempo, pero no tenía elección y ellas estaban mejor aquí, en la escuela..." Veronica regresó a Gura Bîcului en 2015. "Me sentía como una extraña, mis parientes me sermoneaban sobre la educación. Me sentía aislada, pero no esperaba nada de nadie. Fue decisión mía marcharme".

Está orgullosa de que sus hijas hayan podido cursar estudios superiores. Ya abuela, cuidó a su nieto durante tres años, antes de reunirse con su hija mayor, que ahora vive en Londres. Veronica está ahora sola. "Mi marido ha vuelto a trabajar para Amazon en Alemania. Cuento los minutos que faltan para que vuelva mi familia. Es difícil, pero así es nuestra vida".

Salida de mujeres universitarias en la década de 2000

Estas historias de separación son habituales en este país pobre. En los últimos treinta años, Moldavia ha perdido un tercio de su población, pasando de 4 a 2,5 millones de habitantes, como consecuencia de las salidas al extranjero y el fuerte descenso de la natalidad. Aunque la tendencia se ha ralentizado con los años, miles de hogares se han dividido y han pasado a denominarse "familias transnacionales".

Según cifras oficiales, de los 538.000 menores de edad moldavos, unos treinta mil crecen sin uno de sus progenitores, que se han marchado al extranjero. Trece mil están separados de ambos progenitores. Pero las cifras reales son mayores: muchos adultos no cumplen la ley, que les obliga a declarar su exilio económico a las autoridades.

En Gura Bîcului, caso típico de este abandono, la maleza ha invadido los coloridos porches de las casas tradicionales abandonadas. La plaza frente a la iglesia ortodoxa de cúpulas doradas está desierta. La población ha caído de seis mil a 3.470 habitantes en treinta años. “Es una hemorragia continua", dice Liliana Brehova, de 56 años, la sonriente alcaldesa del pueblo. Comenzó diez años después de la independencia de esta ex república soviética en 1991.

"Bajo la URSS, todo el mundo tenía trabajo en las fábricas de hormigón armado y asfalto o en los koljoses. Tras la independencia todo cerró. Luego vino la desilusión económica y el aumento de la corrupción". Tuvo que pasar una década para que las mujeres cualificadas en los sectores de la medicina o la educación se resignaran a abandonar el país, que sobrevive casi exclusivamente de las exportaciones agrícolas.

Se fueron sobre todo a Italia, donde había escasez de asistentes médicos para ancianos y donde el idioma se acerca al rumano, lengua oficial de Moldavia, donde también se suele hablar ruso. Los hombres se marcharon en torno a 2010 para trabajar en los sectores del transporte, la construcción y el turismo, a veces en países distintos a los de sus esposas.

 

En la actualidad, los moldavos trabajan sobre todo en Italia, Alemania y Rusia, aunque desde la invasión de Ucrania han tendido a regresar de ese país. Todos tienen trabajo, a menudo conseguido a través de redes y asociaciones de moldavos bien establecidas. Algunos trabajan en negro, pero la mayoría lo hace legalmente, con pasaportes de Rusia o Rumanía, Estado miembro de la Unión Europea (UE). Moldavia siempre ha estado dividida entre Oriente y Occidente, primero como parte de Rumanía y luego de la URSS. En 2022, el conflicto de Ucrania animó al actual gobierno proeuropeo a solicitar la adhesión a la UE, pese a las reticencias de algunas minorías prorrusas del país.

En la parte baja de Gura Bîcului, el río Dniéster forma la frontera con Transnistria, un pequeño territorio prorruso donde los edificios constructivistas marcan el horizonte. Se separó hace más de treinta años, un recuerdo de la conflictiva ruptura de Moldavia con la URSS. La alcaldesa, Liliane Brehova, no se arrepiente de aquellos días: "Hay cosas buenas y malas tanto en el antiguo régimen como en el nuevo. En la época soviética había estabilidad económica, financiera y familiar, pero no éramos libres", explica. “La emigración actual es algo normal. No hay nada negativo en que la gente se vaya a trabajar y vuelva".

"Niños "traumatizados" pero también "muy independientes”

A los niños moldavos, sin embargo, les cuesta acostumbrarse a la ausencia de sus padres. Algunos acaban uniéndose a ellos en el extranjero, pero la mayoría se quedan con terceros a sueldo o parientes cercanos. Simona Borta, de 14 años, nunca ha vivido con su madre, que ahora está en Israel. Paga a vecinos o amigos 350 euros al mes para que cuiden de su hija. "A veces la echo de menos, cuando veo a mis amigas de compras con sus madres, por ejemplo. Pero no me lo tomo a mal. Sé que mi madre lo hace por mi bien y para pagarme el piso. Creo que este exilio es bueno para el país: nuestros padres trabajan en el extranjero y, cuando vuelven, se hacen una casa", dice la adolescente. También sueña con irse a Estados Unidos para ser azafata de vuelo.

Sin embargo, Simona ha pasado por fases difíciles: malas compañías y violentas discusiones con su cuñada. La psicóloga del colegio está atenta. "Las escuelas deberían tener un psicólogo dedicado a estos niños con padres ausentes. Pero falta personal cualificado, que se ha marchado al extranjero", subraya la asociación Terre des Hommes, muy activa en el apoyo a estos jóvenes que se han quedado en su país.

 “Los niños están traumatizados", dice Svetlana Droganenco, profesora de rumano en el pueblo de Gura Bîcului. “Entre los 7 y los 11 años, puedes sentir su tristeza. Entre los 12 y los 15 años, es el odio hacia sus padres lo que vemos crecer. Les guardan rencor por haberles abandonado. Ya les he oído decir: ‘No me importan mis padres, sólo son una fuente de dinero’".

Daniela Efros, directora de otra escuela cercana a la capital, Chisinau, señala que "estos jóvenes se independizan muy rápidamente, y algunos incluso viven solos desde muy pronto. También desarrollan un círculo de amistades muy fuerte. Pero les falta amor y hay una gran brecha entre ellos y los abuelos que se ocupan de ellos". Esta brecha es ante todo generacional, incluso política: la generación de más edad criada bajo la URSS se ha visto superada por la aparición de redes sociales entre los más jóvenes y el auge de una cultura más orientada hacia Occidente.

La integración europea como horizonte

"Estas divisiones son trágicas en el plano emocional", admite Felicia Bechtoldt, Secretaria de Estado del Ministerio de Trabajo y Protección Social. Al ejecutivo le preocupa y ha probado algunos programas para ayudar a la gente a volver a casa. "Periodos de prácticas, ayudas de hasta 10.000 euros para crear una empresa... pero los países de la UE son mucho más competitivos", resume la Secretaria de Estado.

Así que, incapaces de frenar del todo la emigración, las autoridades la organizan. Han firmado acuerdos con Israel, Alemania y Bulgaria para exportar a sus trabajadores en determinados sectores. Treinta y ocho agencias privadas, una especie de "bolsa de trabajo internacional" bajo la supervisión del Ministerio de Trabajo, ponen en contacto a trabajadores moldavos con empresarios extranjeros. "Somo candidatos a la UE y queremos que nuestra mano de obra móvil sea aún más accesible cuando ingresemos,en 2030", dice Felicia Bechtoldt.

La aceptación del estatuto de candidato a la UE de Moldavia en 2022 como el de Ucrania ofrece un nuevo horizonte económico a este Gobierno, que hace ostensiblemente campaña por la adhesión. Carteles con "Moldavia 2030" flanquean una carretera reconstruida especialmente para la cumbre de la Comunidad Política Europea del pasado junio, un acontecimiento importante aquí. “Cuando seamos miembros, llegarán inversiones y estaremos abiertos a la llegada de trabajadores europeos extranjeros, como los "nómadas digitales"", dice con entusiasmo Felicia Bechtoldt, que espera que la adhesión también anime a la gente a regresar.

Cuatro errores sobre la migración en Europa

Muchos temen por el contrario que la adhesión provoque más salidas. Para otros, la entrada de Moldavia en la UE cambiará poco el sistema de exilio que se ha convertido en parte de la mentalidad moldava. “Llevamos décadas trabajando en Europa", dice Galina Sajin, diputada del partido gobernante, que pasó diez años como empleada doméstica en Italia. “La economía está destruida y no podemos hacer nada para que se queden. Pero los moldavos sienten apego por su país. Confiamos en su patriotismo para que vuelvan.”

 

Traducción de Miguel López

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