Antes incluso antes de comenzar su mandato presidencial, Donald Trump ya ha obtenido su primera victoria: en pocas semanas, ha logrado la caída de Justin Trudeau. El primer ministro canadiense anunció su dimisión el pasado 6 de enero, tras nueve años al frente del gobierno. Permanecerá en el cargo hasta que el Partido Liberal designe a su sucesor antes de convocar elecciones anticipadas.
Aunque Trudeau era cada vez más impopular, incluso entre los suyos, debido a sus políticas, al regreso de la inflación y al aumento del coste de la vida, podía haber aguantado hasta las próximas elecciones, previstas inicialmente para octubre. Donald Trump volvió a barajar todas las cartas en cuestión de días: su anuncio, el 25 de noviembre, de que subiría los aranceles un 25% a todos los productos importados de Canadá –y también de México– nada más entrar en la Casa Blanca ha sido fatal para el primer ministro canadiense.
Minimizando los riesgos de una guerra comercial con Estados Unidos, Justin Trudeau quiso continuar su política como hasta entonces, lo que provocó la dimisión de su ministra de Economía, Chrystia Freeland, el hundimiento de su apoyo dentro del Partido Liberal y su propia dimisión.
Bajo la amenaza de una guerra comercial
Pero Justin Trudeau no había escatimado esfuerzos para volver a entablar cuanto antes un diálogo con Donald Trump. Al día siguiente del anuncio de posibles sanciones aduaneras contra Canadá, acudió a Mar-a-Lago, la residencia del presidente americano en Florida, para prometerle lealtad e intentar iniciar negociaciones. Lo mismo que ya hizo en 2018.
Por aquel entonces, Donald Trump ya había entrado en guerra contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) firmado entre Estados Unidos, Canadá y México, que eliminaba la mayoría de las barreras aduaneras entre los tres países. Tras largas discusiones, se firmó un nuevo acuerdo que no cambiaba prácticamente en nada las relaciones entre Estados Unidos y Canadá.
De vuelta a Canadá, Justin Trudeau se mostró convencido de que sería posible, una vez más, encontrar puntos en común con Donald Trump. Y volvió a la política interior, anunciando ayudas y bajadas de impuestos para recuperar a una ciudadanía inquieta de cara a las próximas elecciones generales, aunque en total desacuerdo con su ministra de Economía, Chrystia Freeland.
Para sortear la oposición de quien fue durante mucho tiempo su aliada, Justin Trudeau le propuso cambiar de cartera. La reacción de la ministra fue inmediata: dimitió y publicó una vitriólica carta denunciando las decisiones de Justin Trudeau: “Nuestro país se enfrenta ahora a un grave desafío [...]. Debemos tomarnos esta amenaza muy en serio. Eso significa mantener seca nuestra pólvora fiscal para que tengamos las reservas que podríamos necesitar ante una guerra arancelaria.”
La línea del frente se ha trazado ahora en Canadá. Hay quienes están convencidos de que pueden sortearse las amenazas arancelarias de Donald Trump y que será posible negociar con él en algún momento. Y están los que temen un segundo mandato de Donald Trump, en el que podría permitirse hacer todo lo que no se permitió hacer durante el primero.
Canadá, el 51º Estado de EEUU
Algunos sólo lo vieron como una broma de mal gusto. El día de Navidad, Donald Trump estaba muy inspirado cuando se lanzó a esbozar su visión geopolítica para su segundo mandato. Aprovechando su estado de ánimo, dijo que quería recuperar el control del Canal de Panamá y comprar Groenlandia a Dinamarca. En cuanto a Canadá, según él debería convertirse en el 51º Estado de Estados Unidos.
Parece que la idea le interesa especialmente. Durante su primer mandato, Donald Trump ya había planteado la idea. Para él, todo apunta hacia esta integración. Pero lo que más atrae al presidente republicano es la riqueza mineral y energética de su vecino.
El gobierno de Trudeau, lejos de sus grandes declaraciones sobre la lucha contra el cambio climático y la necesaria transición energética, ha impulsado el desarrollo de sus recursos mineros y de combustibles fósiles. Las provincias de Alberta, Columbia Británica y el Extremo Norte se han convertido en un paraíso para los gigantes de la minería y el petróleo. Con la mayor discreción, Canadá se ha convertido en el cuarto productor de petróleo, por detrás de Arabia Saudí, Estados Unidos y Rusia, con más de 6 millones de barriles diarios.
Estados Unidos se ha aprovechado rápidamente esos recursos producidos a sus propias puertas. Cada vez depende más de las importaciones de petróleo, gas, electricidad, carbón, mineral de hierro, uranio y otros productos procedentes de Canadá. Tanto es así que el déficit comercial de Estados Unidos con su vecino no para de aumentar, superando los 50.000 millones de dólares en los diez primeros meses de 2024. Una cifra que tiene el efecto de un trapo rojo para Donald Trump.
El presidente electo, decidido a hacerse con el control de todas las materias primas estratégicas, empezando por el gas y el petróleo, y determinado a reindustrializar el país, cree que la forma más fácil de lograr sus objetivos es anexionarse Canadá y echar mano de las riquezas y la energía canadienses que Estados Unidos necesitará cada vez más.
Dependencia
“Creo que podemos llegar a un buen acuerdo que permita a nuestros dos países ser más seguros, más ricos y más fuertes”, afirmó el líder del Partido Conservador canadiense, Pierre Poilièvre, que parece ser el favorito para las próximas elecciones, pero se niega a creer en una guerra comercial con Estados Unidos. Dice estar convencido de que es posible negociar con la nueva Administración estadounidense.
Amoldándose a la visión de Donald Trump, el líder del Partido Conservador no parece imaginar que Canadá tenga otra opción que depender de una economía extractiva. Cree que hay que desarrollar cada vez más la explotación de los combustibles fósiles y la producción de electricidad que necesita Estados Unidos. Presas, centrales nucleares, oleoductos... todo le parece concebible. Incluso promete relanzar el Keystone XL, un proyecto de oleoducto –detenido por Joe Biden– destinado a encaminar hasta el centro de Estados Unidos el petróleo de esquisto producido en las arenas bituminosas de Alberta.
Respondiendo a las exigencias americanas, Pierre Poilièvre cree poder establecer un cierto equilibrio de fuerzas con Donald Trump. Recuerda que los precios de los productos energéticos y mineros importados por Estados Unidos son mucho más bajos que los de los mercados mundiales.
Sin embargo, Canadá se ve penalizada en este tira y afloja: nunca ha querido realmente alejarse de su dependencia de Estados Unidos. Una situación que ahora se vuelve peligrosa. Para recuperar cierta autonomía, los dirigentes políticos se afanan en hablar de planes de refinerías y de terminales de exportación de gas licuado para poder vender su producción de petróleo y gas en los mercados mundiales y escapar al control estadounidense.
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Pero, ¿tendrán tiempo y dinero para salir de su dependencia de Estados Unidos? Al sentirse con ventaja tras su primer éxito en la política interior canadiense, Donald Trump parece decidido a aprovechar la situación: “Canadá debe convertirse en el Estado número 51 de Estados Unidos”, repitió tras el anuncio de la dimisión de Justin Trudeau.
Traducción de Miguel López
Antes incluso antes de comenzar su mandato presidencial, Donald Trump ya ha obtenido su primera victoria: en pocas semanas, ha logrado la caída de Justin Trudeau. El primer ministro canadiense anunció su dimisión el pasado 6 de enero, tras nueve años al frente del gobierno. Permanecerá en el cargo hasta que el Partido Liberal designe a su sucesor antes de convocar elecciones anticipadas.