Roberto Saviano, blanco del odio de Meloni, alerta a los franceses sobre lo que pasa en Italia: “No se dejen engañar”
Estas elecciones han sido un trampolín para la Agrupación Nacional y para Marine Le Pen, así que es mejor aclarar este punto de entrada, por si alguien aún tiene la menor duda al respecto. La Agrupación Nacional ha ganado sin duda porque ha aumentado exponencialmente el número de sus diputados.
Y no sólo ha ganado, también ha construido su futuro en la oposición. A pesar de las diferencias más que evidentes entre los sistemas electorales francés e italiano, en la práctica nos encontramos ante un escenario similar al que Italia ha vivido en varias ocasiones: tener que dar paso a un gobierno técnico, un gobierno de coalición entre diferentes fuerzas políticas, hasta ahora enemigas, al que se opone un partido único "puro y duro".
Eso también ha ocurrido en Italia. El ascenso del partido de extrema derecha liderado por la actual primera ministra, Giorgia Meloni, puede explicarse principalmente de la siguiente manera: Fratelli d'Italia fue el único que se opuso al último gobierno técnico, el de Draghi, mostrándose así "diferente" de todas las demás fuerzas políticas que, según los partidarios de Meloni, estaban dispuestas a dejar de lado la voluntad del pueblo para asegurarse cargos oficiales.
En Italia sabemos ahora, gracias sobre todo a una investigación fundamental de Fanpage.it (en francés en Mediapart), que en la extrema derecha ahora en el poder se aplica un doble rasero: puros y duros por fuera pero por dentro hambrientos de poder y de puestos en las estructuras de los partidos.
Votar en contra nunca es una práctica virtuosa
Como sabemos, estar solos en la oposición tiene más de una ventaja. No son cómplices de medidas impopulares y en todo momento pueden decir que son ajenos a todo lo que pueda alimentar el descontento. Siempre pueden unirse a los que protestan. Disfrutan de una tribuna porque no tienen competidores. En el otro lado, es el caos y el alboroto, haciéndose amigos de los enemigos de ayer (por así decirlo) durante un día o dos sólo para, justo después del cierre de las urnas, reivindicar sus diferencias más que sus posibles convergencias.
Votar en contra nunca es una buena práctica, porque carece de visión y de proyecto. Votar en contra puede dar, a corto plazo, la ilusión de la victoria, la sensación de haber escapado al peligro. Pero Francia tendrá que afrontarlo en los próximos dos años, y la última palabra no se dirá hasta 2027, con las próximas elecciones presidenciales.
En 1980, Paul Auster se trasladó de Tribeca a Brooklyn, concretamente a Carroll Gardens, un barrio italiano "cerrado a los extranjeros". Un día, paseando, vio "una gran bandera nazi blanca, roja y negra" colgando de la verja metálica de un campo de hockey donde jugaban dos equipos. Auster, en los meses anteriores en Carroll Street, ya había hecho caso omiso de una serie de actitudes –algunas habituales, otras claramente delictivas– hacia las que los propios italianos sienten una vergüenza que son incapaces de disimular. Pero ante esta bandera, Auster pensó que realmente era demasiado. No por razonamiento, sino por un casi instinto dictado por el conocimiento de lo que esa bandera representaba.
En su Diario de invierno, Auster escribe: "Entré y encontré a un joven de 17 años que la había colgado (era el administrador de uno de los dos equipos) y le pedí que la quitara. Perplejo y sin entender por qué le pedía eso, le expliqué lo que representaba la bandera, y cuando le conté las fechorías de Hitler y el exterminio de millones de personas, pareció sinceramente avergonzado. ‘No lo sabía’ -dijo-. ‘A mí me pareció algo cool y ya está’".
En Italia, el último gobierno de centro-izquierda allanó el camino y abrió la puerta de par en par a la extrema derecha porque tuvo miedo de decir que no había nada que temer
Hoy ya no se puede explicar, porque nadie admitirá jamás que se puedan contar e incluso popularizar tantas atrocidades. No porque la gente lo haya olvidado, sino porque nunca lo ha sabido, o porque le han hecho creer erróneamente que hay peligros que en realidad no existen.
Y a los que nunca han sabido, a los que han sido engañados, no podemos responderles diciendo: "Todo lo que piensas está mal, eres un ignorante, no te enteras". Por otra parte, tampoco podemos ceder al miedo dictado por la falta de conocimiento.
En Italia, el último gobierno de centro-izquierda (si es que el gobierno Gentiloni puede definirse como tal) allanó el camino y abrió la puerta de par en par a la extrema derecha porque tuvo miedo de decir que no había que tener miedo.
Se cometieron por tanto dos errores. El primero fue no completar la reforma de las cárceles italianas, tan superpobladas que ya se han registrado 52 suicidios a principios de 2024. En segundo lugar, y sobre todo, ha contribuido a criminalizar la inmigración, alimentando así el miedo entre los italianos.
El entonces ministro del Interior, Marco Minniti, llegó a introducir una serie de normas que restringían el salvamento marítimo por parte de las ONG. Asustó a la gente diciendo que en las pateras llegaban terroristas desde África. Y llevó esa lógica hasta el extremo de querer tener muy en cuenta la percepción de peligro que sentían los italianos, una sensación alimentada por sus palabras y que la extrema derecha de Meloni y Salvini supieron aprovechar.
Permítanme darles algunos consejos
En Italia, ¿quién, como yo, lleva años intentando decir que los números deben primar sobre los sentimientos y las percepciones? ¿Quién, como yo, ha intentado decir que la inmigración debe ser regulada y no criminalizada, tanto por razones humanitarias como porque prosaicamente sirve a la economía?
¿Quién, como yo, ha intentado decir que el problema del crimen organizado, además autóctono, ha sido marginado tanto por la extrema derecha como por los partidos del llamado establishment, en base a que al electorado hay que mimarlo, acariciarlo y no informarlo?
"Los consejos son regalos peligrosos, incluso cuando se dan entre sabios, y todos los caminos pueden terminar en un precipicio", decía Tolkien, un autor desgraciadamente querido por nuestro ministro de Cultura, el mismo Gennaro Sangiulianno según el cual Galileo dibujó los mapas utilizados por Cristóbal Colón para descubrir las Indias. Pero como ya estamos en el precipicio, permítanme darles algunos consejos.
En primer lugar, a la clase política: no ignoren los impulsos extremistas de la derecha y de la izquierda. Negarse a dar una representación surgida de una consulta popular es siempre un riesgo enorme, e Italia es un modelo en este sentido. Al contrario, encuentre los anticuerpos que tiene la sociedad civil francesa contra el virus antidemocrático presente de una parte y otra.
No acallen las voces críticas, las que intentan explicar lo que pasa: no hay que temer ni silenciar a los críticos. Como se avanza es confrontando y, a veces, enfrentándose, no aislando o censurando a quienes hablan de lo que ocurre, como se ha hecho durante décadas en Italia.
Antes de que Meloni me demandara, antes de que me dijera –como han hecho durante décadas los jefes y sus confidentes– que me estaba forrando por hablar de la mafia, antes de que me llamara ogro y pájaro de mal agüero, estaba Matteo Renzi. Es decir, que el reflejo de barrer debajo de la alfombra lo que no funciona se aplica a todos los partidos.
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Y, por último, un consejo a los votantes: ¿quién puede darles la certeza de que esa extrema derecha, que les parece sincera, va a trabajar para ustedes? En Italia ocurrió lo que habíamos previsto: el gobierno de extrema derecha dirigido por Giorgia Meloni es un gobierno de amiguetes, familiares y enchufados. Esperaron a estar en el gobierno para hacer lo que hicieron sus predecesores, sólo que peor. Es un gobierno que toma medidas que siempre protegen los privilegios y nunca a los que les votaron esperando un cambio de rumbo. No se dejen engañar.
Caja negra
Roberto Saviano, autor mundialmente conocido de Gomorra, amenazado por la mafia, ha escrito recientemente sobre la tragedia de los emigrantes en el Mediterráneo. Luego fue el principal opositor de Matteo Salvini, y desde entonces no para de advertir sobre las derivas neofascistas del poder italiano, encarnado ahora por la primera ministra Giorgia Meloni.
Traducción de Miguel López