Crisis en la eurozona
Stiglitz denuncia la “chapuza” del euro
En su nuevo ensayo, Joseph Stiglitz da la impresión de que se viste el traje de astronauta para explicar que ha descubierto la luna en 2016. El execonomista jefe del Banco Mundial ha puesto el acento en lo que, en su opinión, “amenaza el futuro de Europa”: la moneda única. El rapapolvo dirigido contra los Ejecutivos de los 28 países miembros comienza ya en el prefacio del libro: “La historia de la zona euro es una lección de moral; evidencia que dirigentes que han perdido todo contacto con su electorado pueden concebir sistemas que no son buenos para los ciudadanos. Evidencia que los intereses financieros han primado con demasiada frecuencia en el progreso de la integración económica y que el entusiasmo demencial de la ideología y de los intereses puede desembocar en estructuras económicas quizás lucrativas para algunos, pero peligrosas para amplios sectores de población”.
A tenor de los agradecimientos y de las notas que figuran al final del libro, Stiglitz no ha leído los trabajos de economistas heterodoxos que, sin embargo, hace décadas que vienen hablando de la “chapuza” del euro, hasta el punto de constituir una suerte de subgénero editorial dentro y fuera de Francia (Frédéric Lordon, Jacques Sapir, Costas Lapavitsas, Cédric Durand etc.). En registros más “autorizados”, ya se ha diagnosticado las limitaciones del euro, como por ejemplo, Martin Wolf (analista del Financial Times, en The Shifts and the Shocks) o Amartya Sen, en 2011 (El euro hace caer a Europa).
Pero el panorama que describe el norteamericano, si bien no es nuevo ni demasiado sutil, tiene el mérito de ser exhaustivo (y más de actualidad que nunca, habida cuenta de los sobresaltos de los bancos italianos de este verano): denuncia el “fetichismo de los déficits” recogido en los tratados, la omnipotencia de Alemania en Bruselas, la falta de solidaridad del Norte de Europa en asuntos clave, la “navegación sin rumbo” en las cumbres de Bruselas (lo que denomina “estrategia al límite del precipicio”) o el control de los “tecnócratas” y las imposiciones antidemocráticas en Grecia. Sobre este último punto, llega a comparar los programas de la troika en Atenas con “el avión que lanza bombas a 15.000 metros de altura”, que resume: “El éxito [en ambos casos] se mide por los objetivos alcanzados y no por las vidas destruidas”.
“Los sistemas monetarios nacen y mueren”, prosigue Stiglitz, que recuerda la experiencia de Bretton Woods (que duró menos de 30 años). Ahora bien “debemos pensar primero y antes de nada en los objetivos últimos: la prosperidad en Europa y los límites de la integración económica y política. La unión monetaria parece cada vez más una desviación, es cierto que bienintencionada, de la marcha en dirección de estos nobles objetivos”. En resumen, el euro se ha construido sin las instituciones políticas que habrían permitido, en paralelo, mantener unida una región tan desequilibrada como es Europa. Los padres fundadores eran “bienintencionados”, quiere pensar, pero han cometido importantes errores. Hoy es extremadamente difícil, opina, corregir esta “chapuza” inicial y es el momento de reconocer dichos errores originales para desbloquear la situación.
En el prefacio, el economista, egocéntrico (muestra su sorpresa, por ejemplo, por no haber recibido respuestas escritas de los dirigentes europeos tras la publicación de una tribuna crítica en The New York Times, en 2015), compara su enfoque, simétrica, al de... Tocqueville, en De la democracia en América: “A veces, un observador exterior puede ofrecer un análisis más exacto y más objetivo de la cultura y de la política que los que están directamente involucrados en los acontecimientos en curso”. En este punto de vista, desde la distancia, de un norteamericano sobre el estancamiento europeo efectivamente radica el interés del libro. Pero produce también sorprendentes distorsiones que corren el riesgo de frustrar a algunos lectores.
El análisis es, cuando menos, somero, en ocasiones. La forma en que Stiglitz se refiere al ordoliberalismo alemán, sin mencionarlo directamente, deja perplejo. Salvo error de quien suscribe estas líneas, esta teoría inventada en Alemania y documentada en numerosas obras sobre Europa, porque ha servido de pilar a la fabricación del euro, no se menciona ni una sola vez en la obra (sólo hay una nota, en el capítulo 6, que alude a las razones históricas de la “obsesión alemana por la inflación”). El economista prefiere hablar de “neoliberalismo” o de “fundamentalismo de los mercados”. Que no es lo mismo.
En un registro más político se advierte otro pero. Stiglitz sitúa al mismo nivel (desde las primeras líneas, en el prefacio, aunque también en el resto del libro) el auge de la extrema derecha en Europa y el separatismo catalán que amenaza la unidad del Estado español. Es cierto que el libro se terminó de escribir antes del referéndum del Brexit, pero este tipo similitudes a grandes rasgos –hay muchos otros en el texto– merecería un debate. ¿Sabe Stiglitz que es en Escocia y en Cataluña –dos territorios marcados precisamente por el auge independentista, donde también se escucha, desde los centros de poder, discursos de izquierdas contrarios a la austeridad que podrían interesarle para salir, precisamente, de una cierta forma de pensamiento único sobre Europa que él mismo denuncia con fuerza? Está claro que se le escapa y su análisis pierde fuerza.
Sin duda, lo esencial no se encuentra ahí. La audiencia de un Stiglitz a la escala de Europa no tiene nada que ver con la de economistas críticos, heterodoxos o “angustiados” (estos últimos muy divididos en lo que al euro respecta). Influye en (algunos) poderosos. Escribe en el libro que el ex primer ministro griego del Pasok, Georges Papandreu (en parte responsable del estancamiento en Atenas...) es su “viejo amigo”. En el pasado, dirigió, por petición del francés Nicolas Sarkozy entonces jefe del Estado, una comisión de economistas para reflexionar sobre las límitaciones del PIB. En Bruselas, trabajó con la Fundación de los socialdemócratas, la FEPS. En resumen, se escucha más al norteamericano en los centros de poder y, su punto de vista, después del de por ejemplo Paul Krugman en 2012, es importante. De pronto, la crítica del euro ya no queda reservada a la ultraderecha o a algunos economistas asociados a la izquierda crítica.
Escenarios sin rumbo
Así las cosas, los capítulos más interesantes son los tres últimos (9, 10 y 11), pese a ser discutibles. Exasesor de Bill Clinton, Stiglitz presenta los tres escenarios que permitirían a Europa salir de esta “navegación errática” mortal. Primero presenta el que prefiere, pero que considera la menos probable, una zona euro más integrada. La lista de los “cambios estructurales” que deberían introducirse es vertiginosa. Stiglitz aboga por una “unión bancaria” más ambiciosa que la que ya se ha puesto en marcha en respuesta a la crisis, el reparto de las deudas públicas de la zona euro (los eurobonos) o los “estabilizadores automáticos” de la zona euro (seguro de paro en los 19, lo que implica la creación de un presupuesto común). Insta también a Berlín a deshacerse de su excedente presupuestario, para reinyectarlo en la economía en forma de inversiones (misma postura, en este punto, que la defendida por la Comisión de Bruselas, que a menudo critica a Berlín por sus excedentes juzgados “excesivos”).
Estas reformas las defienden numerosos economistas. Stiglitz sólo repite, a menudo como aproximación, numerosos trabajos ya publicados sobre el tema estos últimos años, en Bruselas y fuera de la capital europea. Pero el profesor, calificado de progresista, sin hacer una lectura demasiado fetichista de los tratados va un poco más lejos cuando imagina escenarios para salir de la influencia de los criterios de Maastricht (lo que resume con una fórmula letal: “Instaurar un marco presupuestario común diferente a un pacto de suicidio colectivo”). Propone centrar la vigilancia presupuestaria de los Estados a partir de la evolución de su “déficit estructural”, “lo que existiría si la economía tuviese pleno empleo”. También distingue entre “gastos de consumo” (en el sentido general del término) y “gastos de inversión”, capaces de garantizar la reactivación económica.
En el mismo orden de cosas, aboga por “más flexibilidad en la gestión del sistema bancario” de la zona euro. Y va más allá: el Banco Central Europeo podría, en su opinión, fijar un tipo de interés único para la zona euro (ahí no tiene mucho eleccion...), todo ello con la puesta en marcha, en paralelo, de “normas reglamentarias” de geometría variable, según los países y lo saneado que esté su sistema bancario (es decir las obligaciones variables sobre los niveles de fondos propios de los bancos, ese colchón que deben financiar en caso de duro golpe).
Para Stiglitz, no se trata tanto de acabar con las “reglas” que tanto gustan en Berlín, sino de utilizar estas reglas de forma más flexible. Frente a la arrogancia de una Alemania centrada en la defensa de sus certidumbres económicas, apuesta por un aproximación más modesta de la teoría, que permitiría, también dar nuevos “márgenes de libertad” a los países, según sus especificidades y su historia económica. “Alemania subraya que es importante respetar las normas. Respetar malas normas puede llevar a la catástrofe [...] Es difícil concebir un conjunto de reglas que sea apropiado para todos los países, en todas las circunstancias. De hecho, debemos admitir los límites de nuestro saber”. Pero en su opinión, estos planteamientos tienen pocas posibilidades de ver la luz a corto plazo, dada la situación política en el continente. Estos cambios “son mucho menos que el grado de integración económica y política constatada en Estados Unidos y en otras estructuras federales que comparten una moneda. Pero es mucho más que lo que existe hoy”, adelanta, consciente de la amplitud del desafío.
El autor dedica un capítulo a plantear otro escenario, el de un “divorcio amistoso”. No sería necesariamente la fragmentación del euro en 19 monedas diferentes, sino algunas “agrupaciones” geográficas de divisas (“dos o tres”). En concreto, escribe que una Grecia fuera del euro según un protocolo bien definido (y que incluye una restructuración de la deuda) sería más favorable que la Grecia actual, atrapada en los programas de austeridad de la troika. También recupera una idea controvertida: la salida de Alemania de la zona euro para resolver la crisis. Sería “un medio más sencillo para sanar a Europa”. Y precisa: “La salida de algunos países del Norte permitiría a otros ajustar sus tipos de cambio con relación a dichos países. Este ajuste les ayudaría a restablecer sus balanzas de pago sin que tengan que recurrir a las recesiones o al estancamiento para controlar las importaciones”.
Último escenario de Stiglitz, el del “euro flexible”, donde el euro de un país podría variar su valor con relación al de otro. El punto clave aquí pasa por garantizar una “estabilidad de los tipos de cambio relativos”, aunque tampoco aquí está nada ganado. Si quieren evitar una salida desordenada –y muy costosa– del euro, para iniciar uno de estos escenarios “virtuosos”, los europeos tendrán que demostrar cooperación –por no decir solidaridad–, de la que adolecen desde que llegaron los primeros sobresaltos de la crisis. Estamos muy lejos de ese punto. Como escribe Stiglitz con grandilocuencia, “Europa merece algo mejor, el mundo también”.
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Traducción: Mariola Moreno
El Euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, El Euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europade Joseph Stiglizt. Editorial Taurus. Precio: 10,99 euros. A la venta en España a partir del 15 de septiembre.
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