España se centra en combatir el impacto del calor, pero el frío es cinco veces más mortífero
En España, hablar de mortalidad por temperaturas se asocia con el calor tórrido del verano. Pero en realidad, los más peligrosos para la salud son los días fríos. En Europa, por cada muerte que se produce por altas temperaturas, se registran de media 8,3 por frío. Esa relación se suaviza en España porque el invierno es más suave, pero sigue aun así las muertes por frío superan en 5,1 veces a las relacionadas con el calor, según un estudio de la revista The Lancet publicado en verano. Sin embargo, tanto las políticas públicas como los avisos a la población están enfocados en los días de ola de calor, y los expertos advierten de que falta mucha pedagogía sobre el riesgo del frío.
Más allá de los programas de vacunación contra la gripe, las alertas en medios de comunicación y el refuerzo de la asistencia social, no hay programas a gran escala para prevenir el impacto por frío. Julio Díaz, investigador del Instituto de Salud Carlos III, advierte de que este problema de salud pública está abandonado. "Los planes de prevención por frío deben ser al menos tan importantes como los del calor, pero no lo son. Además, creemos que el cambio climático nos va a salvar del frío, pero todo lo contrario. Aunque la temperatura media del planeta suba, los días de frío extremo van a seguir registrándose", explica el físico.
Díaz explica que la población tampoco tiene una sensación de alarma tan grande con el frío como con el calor porque su impacto en la salud es más extendido en el tiempo. "En el caso de los picos de calor, su impacto es fulminante, la gente fallece en cuestión de uno a cuatro días. Mientras que con el frío las muertes pueden ocurrir hasta 14 días después, principalmente por problemas respiratorios o cardiovasculares".
Según el análisis de The Lancet, en España mueren cada año 22.508 personas por causas atribuibles al frío, y 4.400 al calor. También calcula cómo evolucionarían esas cifras en un escenario de cambio climático agresivo, con un calentamiento global de 3 °C: los fallecimientos por frío subirían a 23.272 (+3,4%) y por calor a 20.194 (+360%). Es decir, incluso con el calentamiento del planeta habrá a finales de siglo más muertes por frío que por calor en España, aunque esa subida de casi el 400% demuestra que evidentemente será el impacto del calor el que más se agrave por el cambio climático.
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En los cálculos que relacionan temperaturas y mortalidad se distinguen dos tipos de impactos: a corto plazo (una ola de frío o de calor) y a largo plazo (temperaturas frías y cálidas, en general). Este segundo caso es el que analiza The Lancet (22.508 fallecimientos anuales) y en el se incluyen todas las muertes derivadas de termómetros inferiores a la temperatura óptima de salud, que en la Comunidad de Madrid es de 29,3 grados, aunque varía en función de la provincia.
Julio Díaz, por su parte, ha estimado la mortalidad a corto plazo de las temperaturas extremas por olas de frío, es decir, los días en que los termómetros son inferiores a los 1,8 °C en la Comunidad de Madrid (y el equivalente en cada región). Según un estudio en el que participó Díaz en 2016, el frío extremo (olas de frío) causan entre 1.100 y 1.200 muertes directas en España al año (con datos entre 2000 y 2009). En este caso, las altas temperaturas sí son algo más perjudiciales, ya que las olas de calor acaban con 1.400 españoles al año. Sin embargo, cuando se calculan las hospitalizaciones, el frío es mucho más agresivo: 4.100 al año contra 1.200 por calor, según otro estudio que el investigador acaba de finalizar y que está pendiente de evaluación, con registros sanitarios de 2013 a 2018.
La contaminación también se agrava con el frío
Los episodios de elevada contaminación en las ciudades tampoco suelen cobrar importancia en invierno, pero son igual de agresivos que durante las olas de calor de verano. Los días de invierno con tiempo anticiclónico se caracterizan por cielos despejados y una atmósfera muy estable que mantienen atrapados los contaminantes del aire sobre las ciudades, de manera que se pueden registrar elevadas concentraciones de micropartículas de polvo (PM10 y PM 2,5) y dióxido de nitrógeno, originadas por el humo de los coches. La única diferencia es que uno de los principales contaminantes de las urbes, el ozono, apenas tiene presencia en invierno. El ozono se produce por la interacción del dióxido de nitrógeno con la radiación solar, y en invierno la luz es mucho más débil que en verano.