Comienza 2025: la presidencia polaca del Consejo aplica el lema ¡Seguridad, Europa! Ruth Ferrero-Turrión
La vaquilla, la estampita y la hipocresía
Mi actividad extraescolar hasta los siete años fue ir con mi abuela a sus novenas y misas diarias en el pueblo. Mi entretenimiento era hacer inventario y estadísticas de las imágenes en comparación con las de la iglesia de la pedanía de mis otros abuelos, adonde iba los domingos. Creí que me había confirmado por aquello de que, si no, no te podías casar, pero casarme por la iglesia me pareció sin sentido cuando la abuela por la que en realidad hacía todo esto ya no estaba para verlo. Algo que también hacía con mis abuelos y que perdió toda su gracia sin ellos fue ver el Grand Prix.
Cuando Lalachus mostró la estampita de la vaquilla en Nochevieja, ninguno de los católicos culturales con los que yo compartía mesa dijo nada. Si pudiéramos congelar ese momento en todas las casas, ¿cuántas personas pensaron algo especial, repararon en algo? Me atrevería a apostar que muy pocas y estoy convencida de que esto es una indignación a posteriori. Algunos encontraron algo que verter sobre alguien a quien ya habían dejado claro que no querían allí: “gorda” fue una de las palabras tendencia de la noche en X y no ‘Sagrado Corazón de Jesús’.
A mí no se me ocurrió ni por un momento que de ahí pudiera salir algo. No le di ninguna importancia. El Grand Prix es un elemento de identidad que Lalachus y otras cómicas de nuestra generación milenial, como Carolina Iglesias, emplean recurrentemente. El uso de la iconografía católica en la cultura pop es algo tan conocido que es un insulto a la inteligencia hacer como que se lo explicamos a gente que lo sabe perfectamente. Basta, si no, con dejar un rato X y volver al viejo Google.
Usar la excusa de defender una imagen religiosa para amedrentar a una persona en el espacio público sí que es, si no me falla la memoria, tomar el nombre de Dios en vano
Si en unos años pasan este episodio televisivo —y sobre todo extratelevisivo— en Cachitos Nochevieja, sugiero ponerle de fondo la canción Hipocresía de Marc Anthony. Hi-po-cre-síiiiiiiiiiiiiiii-a. Deberían revisar sus catecismos, porque acosar a una persona públicamente por su apariencia física o acosarla —como también es el caso ahora— por asociarla con una ideología política no está precisamente en los mandamientos. Usar la excusa de defender una imagen religiosa para amedrentar a una persona en el espacio público sí que es, si no me falla la memoria, tomar el nombre de Dios en vano.
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