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El rincón de los lectores

Abanico de lecturas nómadas

Las portadas de El diablo en el cuerpo, de Soledad Galán; Las primaveras de Verónica, de Carola Aikin, y El funeral de Lolita, de Luna Miguel.

La literatura es plural y nómada, de manera que el lector puede caminar de acá para allá en un itinerario único, como el de un gozoso flâneur. Un ejemplo más de su plasticidad, y de su amplitud de temas y de formas de abordarlos, son estos cuatro libros que hoy, brevemente, reseñamos aquí.

En su obra, El diablo en el cuerpo (Grijalbo, 2015), Soledad Galán novela la vida de Isabel II de Borbón y Borbón, subrayando su conocido carácter rijoso, su gracia y su ingenuidad. Una reina-niña de 16 años, casada con Francisco de Asís, homosexual y pusilánime, rodeada de intrigas palaciegas que apenas entiende, pero atravesada por una pulsión sexual imparable a la que se entrega sin reservas. Además de por su temática histórica, interesante para muchos lectores, su interés recae en su estilo: la prosa de Galán tiene ecos valleinclanianos, es irónica, jugosa y ágil, lo que sorprende en la pluma de una autora joven, que se desenvuelve con  naturalidad entre arcaísmos, giros y palabras en desuso que enriquecen las peripecias de la joven reina y hacen amenísima su lectura. Sus hallazgos y su humor propician la sonrisa. Valga como ejemplo el comienzo mismo, que marca el tono general de la obra y su dinámico fraseo: "Podría haberme matado con una cocción de fósforo. Pero yo no era hembra dada al suicidio. Era una hembra que se daba. A todo y a todos. Así que me di".

 

Ovidio Parades, en Mujer en el bar (Trabe, 2018), reúne 21 relatos cuyo tema gira alrededor de las mujeres, tomadas en distintas situaciones vitales, acariciando el detalle de la vida cotidiana y de la supervivencia con esa capacidad para subrayar la ternura, la reparación, la bondad, que el escritor ha demostrado ampliamente en libros anteriores, y que en este, a mi juicio, alcanza cotas muy logradas. Quiero destacar, sin desmerecer a los otros, los relatos titulados: "Resaca", "Bar Nómada", "La mujer silenciosa", "El chico al que nunca besé", "Las líneas de los mapas" y "Mujer en el bar". Siempre hay una copa de vino tinto para ser saboreada por las protagonistas de estos relatos; una copa que acompaña los momentos de sosiego, de reconciliación con la vida. El cine, como no podía ser menos tratándose del cinéfilo que Parades es, es también una constante, como lo son los bares refugio, las terrazas encuentro, la cotidianidad de las relaciones humanas que el autor despliega con delicadeza y precisión.

También una nueva colección de relatos es lo que nos ofrece Carola Aikin en su tercer libro, Las primaveras de Verónica (Páginas de Espuma, 2018). Notablemente original por su forma y su contenido, aquí el denominador común son las emociones de esa joven Verónica, cuya melancolía atraviesa en distinto grado estos 19 relatos donde la infancia, la soledad y el abandono, el derrumbamiento del mundo familiar, el amor por el mar, la muerte, el afecto por las personas y por los objetos que formaron parte de su vida, se entrelazan en una red de situaciones extrañas y familiares a un mismo tiempo, como extraña y familiar nos resulta la protagonista, Verónica, extranjera en todas partes, hasta de sí misma. La mirada siempre original de Carola Aikin sabe dibujar para el lector un mundo mítico, a menudo con tintes oníricos, poblado de seres que transitan por él en forma de presencias, recuerdos o voces. Voces a veces reales, a veces recreadas como fantasmas. Inserto entre los relatos se disemina otro, fragmentado, donde se apunta la guía de lectura de lo que vendrá después: "—Las casas no se pueden cerrar porque enloquecen –me ha dicho—. Así empiezan los líos entre los vivos y los muertos". De líos entre vivos y muertos trata este hermoso libro.

Pero volvamos a la novela. El funeral de Lolita (Lumen, 2018), es la primera obra en prosa de la poeta Luna Miguel. Su protagonista, Helena, una joven periodista especializada en gastronomía, recibe la noticia de que su profesor de literatura, Roberto, ha muerto, y decide asistir al sepelio. Los recuerdos de su relación amorosa y sexual con él, durante su primera adolescencia, se mezclan con los encuentros con sus compañeros de instituto, con la viuda de Roberto y con su ciudad natal. De estilo directo y lectura fácil, escrita en tercera persona, la novela es para mí un excelente ejemplo de la subjetividad posmoderna de los jóvenes milennials, que huyen del dolor recurriendo a actos paliativos, en este caso el vino o la comida. "Y ahora volvería a serlo: nada como un plato de carne fresca en el restaurante más elegante de Alcalá de Henares para olvidarse de Roberto". La orfandad de Helena le ha dejado un poso de desapego que contrasta con los sólidos vínculos de Rocío, su amiga íntima, cuya relación ha descuidado; un personaje que sirve de contrapunto a la inconsistencia íntima, oculta tras la frágil máscara de seguridad y autosuficiencia, de la protagonista. Pero Helena corre hacia delante siempre, y su dolor, apenas intuido, se traduce en malestares corporales, en angustias sin nombre, en sensaciones cuyo origen no puede adivinar, pero que alivia con azúcar, vino y buena mesa. Helena se deshace del pasado sin entrar apenas en él, con ligereza, la misma con la que destruye el manuscrito de su amante, El funeral, en el que el profesor daba cuenta de la relación con su alumna. Lo único que se atasca en su huida hacia delante es ese persistente nudo en el pelo, metáfora de lo inexplicable, ¿quizás del dolor innominado, oculto?, que también decide extirpar. ______________

Lola López Mondéjar es psicoanalista escritora. Su último libro es Cada noche, cada noche (Siruela, 2016).

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