Buzón de Voz
Traicionando a los muertos
Fue pura casualidad. La tarde del 20 de octubre de 2011, dos periodistas del diario Público (en papel) se encontraban entrevistando a Alfredo Pérez Rubalcaba en su despacho de la calle Ferraz cuando ETA anunció el “cese definitivo de su actividad armada”. Habíamos concertado la cita dos semanas antes con el candidato presidencial del PSOE que había sido ministro del Interior entre 2006 y 2010, y por eso Gonzalo López-Alba y el arriba firmante fuimos testigos de un momento que (esta vez sí) puede calificarse de histórico.
Nada más sentarnos dijo que tenía que dejar abierto el teléfono porque esperaba una llamada importante. Eran las 17:30, y a los pocos minutos de iniciar la conversación ya fue interrumpida por algún mensaje de texto. En un momento determinado, Rubalcaba exclamó: “Bueno, como no vais a salir de aquí antes, puedo deciros que ETA difundirá un comunicado a las siete anunciando que echa el cierre”. El rumor circulaba desde hacía semanas, pero habían sido tantas las ocasiones (a lo largo de cinco décadas) en que ese anuncio se había quedado en simple deseo, que Gonzalo y yo nos miramos y nos surgió un escéptico y simultáneo interrogante: “¿Seguro?”
Absolutamente relajado, Rubalcaba anticipó detalles: habrá comunicado escrito, pero también un vídeo que se difundirá a través de Gara, la BBC y “algún diario de referencia internacional” (fue The New York Times). Sobre la puesta en escena sólo se equivocó en una cosa: creyó que los etarras aparecerían a cara descubierta para evitar la “imagen de Ku-kux-klan” que dieron con las capuchas blancas en anteriores anuncios. Hubo capuchas. Pero el texto que el exministro recibió en su móvil por anticipado se cumplió con exactitud: “Abandono definitivo de la violencia”. Esa era la palabra buscada por todos los gobiernos de la democracia (de UCD, del PSOE y del PP) en sus sucesivos contactos con la banda terrorista y soñada por todos los ciudadanos de bien: “Definitivo”.
Durante aquellas dos horas hubo abrazos y expresiones de júbilo en ese despacho y en los pasillos de Ferraz. A Rubalcaba (que encarna y ejerce el perfil de frialdad maquiavélica desde siempre) solo le vimos emocionado con una llamada concreta, tras la que asomó una lágrima. “La culpa la tiene José Luis”. El presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, seguía desde Moncloa el desenlace de un proceso que se había iniciado a los pocos meses de llegar a la presidencia del Gobierno en 2004.
Los detalles de ese proceso de conversaciones que llevó a la paz están fielmente reflejados en un documental que este 20 de octubre, cinco años después, debería emitirse en prime time en la televisión pública, y visionarse en los institutos y en las aulas de mayores. Se titula El fin de ETA, con guion de los periodistas José María Izquierdo y Luis Rodríguez Aizpeolea, y cuenta con los testimonios (fundamentales) de Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi, pero también con los matices y aportaciones de políticos de distintos partidos, de responsables de la lucha antiterrorista, de víctimas de ETA y de varios etarras. La imagen de Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, ante la tumba de su marido, acompañada por Ibon Etxezarreta, condenado a 39 años de cárcel por ese mismo asesinato, representa de forma absolutamente emocionante el camino (al menos uno de los caminos posibles) para una paz que muchos aún no consideran definitiva. Acudan también, si pueden, a ver y escuchar en teatro La mirada del otro, que recrea con fidelidad los encuentros de una víctima de ETA y uno de los asesinos.
La hoja de ruta abertzale
Disculpen que resuma otro episodio personal. En julio de 2010 (un año y tres meses antes del anuncio de ETA) acudí a San Sebastián para una cita propuesta para “ser informado por dirigentes de la izquierda abertzale sobre la hoja de ruta prevista en relación con el llamado proceso de paz”. Por email se me aseguró que los interlocutores eran del “máximo nivel” y que estaban dispuestos a responder a todas las preguntas que yo quisiera realizar. Me consta que ese tipo de encuentros se produjeron por las mismas fechas con los responsables de al menos otros dos diarios nacionales. Viajé a Donostia sin conocer el lugar exacto de la reunión ni con quiénes me sentaría. El interlocutor me trasladó desde el aeropuerto a la misma sede del sindicato LAB en la que meses antes habían sido detenidos por orden del juez Baltasar Garzón quienes componían la cúpula de la ‘nueva Herri Batasuna’, entre ellos el propio Otegi. Me esperaban en una sala de reuniones sin ventanas, ya sentados, Rufino Etxeberria y Rafael Díez Usabiaga (junto a otro dirigente abertzale que no abrió la boca en ningún momento). Durante tres horas y media, contestaron a todo lo que pregunté y relataron, paso a paso, lo que estaban decididos a hacer en los meses siguientes. La hoja de ruta que describieron (y que contamos en Público semanas después) se fue cumpliendo por completo, hasta desembocar en el anuncio de “cese definitivo de su actividad armada” por parte de ETA el 20 de octubre de 2011.
Es incontestable que ETA fue derrotada por la democracia, lo cual incluye la decisión de una mayoría de la izquierda abertzale de aceptar las reglas de juego. El 20 de octubre de cada año debería celebrarse como una victoria de la política sobre las balas. Conocer el relato preciso de lo ocurrido desde 2004 a 2011, con el peldaño clave de la voladura de la T4 y con ella de la tregua vigente hasta aquel 30 de diciembre de 2006, es un ejercicio absolutamente necesario. No resucita a las 829 víctimas del terrorismo etarra. No consolará a sus familias y amigos. No sirve para perdonar ni para ser perdonado. Se trata de conocer lo que pasó, por boca de quienes lo vivieron y en memoria de los que no pudieron celebrar una paz tantos años buscada.
Durante décadas, cada vez que a un periodista se le planteaba esa tópica pregunta sobre la noticia que soñaba poder ofrecer algún día, todos respondíamos: “El fin de ETA”. Algo (muy serio) falla en este país cuando el quinto aniversario de ese logro pasa casi inadvertido en el ámbito institucional, político y mediático. A uno le parece que eso sí que es “traicionar a los muertos”traicionar a los muertos.