Desde la tramoya
La irresponsabilidad de la guerra de los lazos
Cuando hay una manifestación a favor de algo o de alguien en una democracia madura, los convocantes y las autoridades se encargan de evitar la coincidencia física de los convocados con sus adversarios políticos. Como si se tratara de un estadio de fútbol, los hooligans de un grupo entran y gritan por un lado; los del equipo contrario, por el otro. Puede haber –a menudo hay– escaramuzas de unos en el espacio de los otros, pero éstas serán por encima del reglamento implícita o explícitamente aceptado.
Por eso, animar a las ciudadanas y los ciudadanos a poner lazos amarillos en las calles como expresión de repulsa por la existencia de “presos políticos” es una temeridad máxima. Dejas en manos de los aficionados la defensa callejera del equipo preferido, arriesgando su seguridad, alentando el enfrentamiento con los del equipo contrario, de esa forma casi animal que consiste en dejar rastro del dominio territorial. Como los perros que orinan su esquina o los osos que dejan sus hormonas en el árbol de su territorio.
Es una constante en la política universal la regulación del uso del espacio público para fomentar ese dominio instintivo, o para evitarlo. Al fomentar o permitir la colonización de farolas, vallas, rotondas o playas, los independentistas dan un salto cualitativo consciente y provocador, que nada tiene que ver con colgar una estelada o un lazo amarillo en tu ventana, ponerlo en el salpicadero de tu coche o llevarlo colgado en tu muñeca.
No es verdad que la calle sea de todos. Más bien lo que sucede es que no debe ser de nadie en particular, a menos que tenga concesión administrativa para serlo. Con respecto a la publicidad política, y poca duda hay de que los lazos podrían ser fácilmente considerados como tal, la ley en España en general, y de modo idéntico en Cataluña, es particularmente restrictiva.
Está sencillamente prohibida excepto en campaña electoral. A partir de ahí, las autoridades pueden hacer de vez en cuando una interpretación más o menos generosa, pero han de ordenar a los responsables del orden público retirar carteles, símbolos, pintadas y cachivaches que contravengan esa norma fundamental. Igual que se deben limpiar las calles de cartelitos que dicen “te amo, Puri”, o que “el valle no se toca”, los servicios de limpieza deberían retirar los lazos amarillos de las calles catalanas.
Era de esperar esa actitud provocadora en la élite separatista catalana. Desde hace décadas inventan e imponen un relato esencialista entre los catalanes. Toman la parte por el todo, sugiriendo falazmente que son un solo pueblo, el catalán, frente al Estado borbónico opresor. Mienten deliberadamente sobre la historia, las gestas y las penurias de Cataluña y se hacen los ofendidos cuando se les cuestiona. Contravienen la ley de manera flagrante. Y ahora, de forma supuestamente pacífica, ponen a su gente a tomar el espacio para amedrentar a los contrarios y mantenerlos en la espiral de silencio.
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Pero hasta ahora los partidos políticos contrarios habían entrado por la otra puerta, obviando el encuentro físico y sin responder a las provocaciones. Cuando lo hicieron, por ejemplo con los porrazos del 1-O del año pasado, lograron el efecto contrario. Hacer pasar a los infractores por víctimas.
Es irresponsable por eso animar a los tuyos a quitar los lazos amarillos puestos por los adversarios. Puede comprenderse, incluso puede justificarse, como protesta por la impunidad con que actúan quienes contravienen la ley desde las instituciones. Pero es irresponsable. Porque dejas en manos de los vecinos la tarea de pelear por el espacio público, poniendo en riesgo el orden público y la convivencia.
Albert Rivera e Inés Arrimadas han dado ese paso quitando ellos mismos lazos en un acto retransmitido. Pierden puntos al hacerlo, porque ya no podrán decir que promueven pacíficamente la convivencia. Rajoy se equivocó aporreando a los votantes hace once meses. Ellos se equivocan ahora proponiendo a la gente que salga a la calle a tomarse la Justicia por su mano. Ellos sabrán lo que hacen. Pero me da en la nariz que no aciertan con el gesto.