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El verano de la libertad y la responsabilidad rescatadas

Javier Valenzuela

Si yo fuera diputado votaría sí a la quinta prórroga del estado de alarma, dijera lo que dijera la dirección de mi partido. Pero si no soy diputado, ni nunca he querido serlo, es precisamente porque a lo que yo llamo independencia de criterio la partitocracia española lo llama deslealtad y hasta traición. En fin, no se asusten, no quiero hablarles hoy de las rigideces de nuestro sistema político, sino de algo más del día, de las razones por las cuales yo, un libertario pragmático como me definió una vez Pepe Ribas, el fundador de Ajoblanco, puede aceptar sin refunfuñar demasiado que el Congreso apruebe hoy, 20 de mayo, un alargamiento de la restricción de mis libertades.

Seguro que muchos de ustedes comparten el principal argumento: sería estúpido que una prisa excesiva por recuperar la plena movilidad arrojara por la borda los tremendos sacrificios individuales y colectivos de esta primavera. Hemos pasado demasiadas semanas de confinamiento, hemos congelado demasiados negocios y hemos perdido demasiados puestos de trabajo como para arriesgarnos a un grave repunte de la epidemia por una recuperación precipitada de la normalidad vital y económica. No es solo que no puede haber actividad económica vigorosa sin un mínimo de seguridad y salud públicas. Es incluso más que eso: para el interés de la hostelería y el turismo españoles sería catastrófico que los medios de comunicación internacionales se llenaran de titulares que dieran cuenta de un fuerte regreso de la infección a nuestro país en pleno verano. Entonces sí que quedaríamos estigmatizados.

Si los expertos que trabajan con el Gobierno creen que la mejor vía para salir de la cuarentena es la desescalada que han diseñado y en la que ya estamos, y si el Gobierno considera que esa desescalada se protege con el instrumento constitucional del estado de alarma, voy a darles un nuevo voto de confianza. No veo ninguna razón para que nos mientan en este asunto. Puede que pequen por exceso de prudencia, pero, desde luego, no veo que obtengan ningún rédito personal o político al prolongar una situación incómoda para todo el mundo.

Ya sé que los cretinos de la ultraderecha carpetovetónica aseguran que la declaración del estado de alarma y sus sucesivas prórrogas constituyen un truco del Gobierno de Pedro Sánchez para implantar una terrible dictadura comunista que silencie a las derechas, expropie sus negocios a los banqueros y empresarios y nos arrebate a todos las segundas residencias en la playa o la montaña. Pero es evidente que semejante escenario solo existe en sus delirios. Nadie ha visto nada que vaya en esa dirección, lo que se ha visto es justo lo contrario: cómo ellos, los de ultraderecha, difunden bulos con toda impunidad en los periódicos, las televisiones y las redes sociales. Y ahora, cómo se manifiestan callejeramente con toda libertad y alegría y sin el menor respeto a las normas de la cuarentena. Tan amos de un cortijo llamado España como en las concentraciones que celebraban en la plaza de Oriente para vitorear a Franco, caudillo por la gracia de Dios y la fuerza de las armas.

Si algo ha vuelto a dejar claro este estado de alarma es que en España persiste el secular doble rasero que les permite a los conservadores hacer lo que les salga de las narices y juzga inquisitorialmente hasta los pensamientos íntimos de los progresistas. Tal discriminación está en el tuétano de la Policía, la fiscalía, la magistratura y el alto funcionariado de un Estado que es heredero del franquismo y de la monarquía borbónica del siglo XIX. Millones de españoles nos maliciamos que otra estaría siendo la actitud de Interior y la Policía si las manifestaciones protagonizadas estos días por los ultraderechistas en el barrio de Salamanca y sus sucursales fueran protagonizadas por independentistas de Barcelona o trabajadores parados de Vallecas.

La campaña de verano generará casi 800.000 contratos, un 19,3% más que los creados durante el estado de alarma

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No creo, pues, que la prolongación del estado de alarma tenga otro objetivo que el anunciado: culminar con cierto orden el esfuerzo nacional iniciado a mediados de marzo. Ahora bien, pienso que debe ser la última (de esta temporada, al menos). Los españoles ya hemos perdido completamente la primavera pero no debemos perder el verano. Ni para el disfrute personal ni para la reactivación económica ni, por supuesto, para el negocio turístico. A finales de junio, sin falta, todos debemos estar viviendo y trabajando ya en la llamada “nueva normalidad”. Con nuestras mascarillas y la necesaria distancia física en público. Lavándonos las manos cada dos por tres. Haciendo colas para entrar en transportes colectivos, supermercados y todo tipo de comercios. Pero sin restricciones a nuestra libertad de movimientos. Y aceptando a visitantes extranjeros que respeten estas normas.

Vamos a tener que convivir meses y puede que incluso años con el coronavirus. De hecho ya lo estamos haciendo en estas últimas semanas en las que podemos salir a hacer ejercicio o a comprar cosas que vayan más allá de los alimentos, las mascarillas y las medicinas. Y salvo algunos agrupamientos en los primeros momentos y la notable excepción cotidiana de los gamberros de ultraderecha, la gran mayoría de los españoles ha demostrado un gran sentido común en su regreso a la calle.

La prensa –aún más en España- solo considera noticia lo negativo. Y sin embargo, también hay buenas noticias. Una de las pocas de estos meses de confinamiento y desconfinamiento es la masiva demostración de que la ciudadanía española entiende muy bien la asociación profunda y fraternal que existe entre la libertad y la responsabilidad. Este verano tendrá que ser el de la libertad y la responsabilidad rescatadas.

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