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El golpe de Estado que quebró cinco décadas de tradición democrática en Chile

El golpe de Estado que quebró cinco décadas de tradición democrática en Chile

¿Qué pasó?

“Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”. Con estas emotivas palabras, emitidas a través de Radio Magallanes [escuchar audio aquí], el presidente chileno, Salvador Allende, se dirigió por última vez a sus conciudadanos horas antes de que la tradición democrática del país latinoamericano quedase quebrada por un golpe de Estado que llevaba dos años fraguándose a la sombra. A finales del verano de 1973, Chile pasó a engrosar la lista negra de países de América del Sur sumidos en oscuros sistemas dictatoriales –por aquel entonces Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay y Uruguay estaban dirigidos por gobernantes militares–.

¿Cuándo pasó?

Casi tres meses después del famoso tanquetazo, un intento de golpe de Estado sofocado por el Gobierno de Unidad Popular, los preparativos para una nueva sublevación militar casi estaban ultimados. Augusto Pinochet, por su parte, tardó en pronunciarse. No se mostró favorable a la sublevación militar hasta tres días antes del acontecimiento. Sin embargo, cuando se le propuso encabezar el golpe no dudó en aprovechar la oportunidad.

Así, dos años después de que comenzasen los primeros contactos entre altos cargos de las Fuerzas Armadas chilenas con el objetivo de urdir un plan para derrocar al presidente electo, el 11 de septiembre de 1973, a las 6.00 horas, tropas de infantería de la marina tomaron las calles de Valparaíso.

El presidente, alertado de los movimientos militares en la ciudad costera, ordenó con urgencia localizar a Pinochet, entonces comandante en jefe del Ejército, y a Gustavo Leigh, comandante en jefe de la Fuerza Aérea chilena. Sin embargo, ambos se encontraban desaparecidos. Allende se dirigió entonces al palacio presidencial, La Moneda, y, en su primera alocución radiofónica, informó a los chilenos de un levantamiento militar que sólo creía circunscrito al ámbito de la Armada: “Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo cual significa un levantamiento en contra del Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano”, se escuchó a las 7.55 horas a través de los transistores que tenían sintonizadas las radios Corporación, Portales y Magallanes.

Casi una hora más tarde, pasadas las 8.40 horas, los temores de Allende quedaron confirmados: el golpe de Estado había sido orquestado por los tres cuerpos de las Fuerzas Armadas, a los que se unieron los Carabineros de Chile. Así, en una proclama leída en las radios Minería y Agricultura y firmada por Pinochet y el resto de dirigentes militares, se pidió al presidente que “entregara su cargo” y se ordenó que la “prensa y canales de televisión” afines al Ejecutivo suspendiesen sus emisiones si no querían sufrir un “castigo aéreo y terrestre”.

Tras la proclama militar, los grupos afines al presidente comenzaron a organizarse para tratar de frenar la sublevación. La Central Única de Trabajadores de Chile llamó a los obreros a ocupar las fábricas y organizar la resistencia. Los militares golpistas ofrecieron a Allende abandonar el país con sus allegados, algo que rechazó el presidente chileno categóricamente. Sin embargo, las intenciones de sacarlo del país ocultaban un intento de asesinato. Esto quedó captado en una conversación mantenida entre Pinochet y el vicealmirante Patricio Carvajal aquella mañana:

–Carvajal: Conforme. O sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.

–Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país… y el avión se cae, viejo, cuando vaya volando.

Minutos antes de esta conversación, comenzaron las escaramuzas en La Moneda. Los tanques abrieron fuego contra el palacio presidencial. El presidente permaneció en todo momento en el interior del edificio junto a efectivos del Grupo de Amigos del Personales (GAP), su servicio de seguridad. Dos horas más tarde, a las 12.00, cuatro aviones bombardearon durante un cuarto de hora el edificio, que quedó envuelto en llamas. Fue la acción militar más recordada de aquel 11 de septiembre de 1973. Allende no tenía nada que hacer. El golpe militar había sido un éxito.

¿Quiénes fueron los protagonistas?

Después de haber debutado en la política chilena en las elecciones presidenciales de 1952, en las que obtuvo un 5,45% con el Partido Socialista –por aquel entonces se llamaba Frente de Acción Popular–, Salvador Allende consiguió alzarse con la Presidencia de la República en 1970, imponiéndose en las presidenciales al candidato conservador Jorge Alessandri (PN-DR) con un 36,6% de los votos. La elección fue sellada en el Congreso gracias al apoyo del Partido Demócrata Cristiano (PDC).

El nuevo presidente tuvo que hacer frente a una crisis económica a través de políticas recibidas hostilmente por el sector empresarial y los grandes propietarios chilenos. Además, el centro político se fue hundiendo poco a poco y la sociedad se radicalizó cada vez más. Eran comunes los enfrentamientos entre los grupos leales –Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) – y opositores –Patria y Libertad, grupo de extrema derecha– al Ejecutivo.

Pinochet, por su parte, siempre fue visto como un militar constitucionalista dentro de las Fuerzas Armadas chilenas –el tanquetazo fue sofocado, entre otros, por el que luego pasaría a ser el sanguinario dictador–. Por este motivo, tras la dimisión de Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército, dos semanas antes del golpe de Estado, Allende se decantó por Pinochet como el sustituto perfecto para ocupar el puesto que quedaba libre. El presidente de la República siempre confió en el militar que le traicionaría unos días más tarde. Tanto era así que incluso el mismo día 11 de septiembre el líder del Ejecutivo pensaba que el dirigente militar era ilocalizable porque había sido detenido por los golpistas.

En una tercera línea de batalla, aunque no por ello menos importante, Estados Unidos llegó a jugar un papel fundamental en el desgaste del presidente chileno, tanto para impedir que accediese a la Presidencia como para desestabilizar su Gobierno y apoyar posteriormente la dictadura de Pinochet. Aunque no se ha podido esclarecer la implicación directa de Washington en el golpe de Estado de 1973, documentos recientemente desclasificados demuestran la animadversión del presidente Richard Nixon a un Ejecutivo liderado por “el hijo de puta” de Allende.

Así, la conversación mantenida el 14 de septiembre de 1940 entre el entonces Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, y el secretario de Estado, William Rogers, no deja lugar a dudas: “El presidente opina que se debe hacer todo lo posible para que Allende no asuma el poder, pero a través de los canales chilenos y con un bajo perfil”, dijo Kissinger.

Además, los documentos también revelaron que la CIA estuvo implicada en el atentado contra el general René Schneider, comandante en jefe del Ejército desde 1969 a 1970 muy cercano a Salvador. La inteligencia estadounidense pagó 35.000 dólares al grupo de militares que terminó con su vida.

¿Qué fue de los protagonistas?

Tras resistir los bombardeos, y viendo que el presidente no salía de La Moneda, un grupo de carabineros decide derribar una de las puertas del palacio e introducirse en el edificio. Viendo que todo estaba perdido, el jefe del Gobierno decide rendirse. Sin embargo, en el momento en que todos sus fieles estaban abandonando las instalaciones, Allende agarra su fusil AK-47, obsequio de Fidel Castro, y se dispara en la barbilla, según la versión oficial aceptada por sus familiares y narrada en repetidas ocasiones por uno de sus médicos, que regresó al despacho del líder del Ejecutivo para coger una mascarilla antigás. “Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto”, anunció finalmente el general Javier Palacios. El golpe de Estado había finalizado con éxito.

Tras esto, Chile vivió casi dos décadas de una férrea dictadura encabezada por el general Pinochet en las que la cruel represión política, encarnada por la DINA –policía secreta chilena–, estaba a la orden del día. Después del plebiscito de 1988, en el que el pueblo chileno rechazó que Pinochet fuese candidato en las elecciones de un año después, las primeras tras el mandato militar, el dictador convocó los comicios.

Sin embargo, Pinochet lo dejó todo bien atado con la aprobación en 1978 del Decreto Ley 2191, más conocido como Ley de Amnistía, que amnistiaba a “todas las personas que, en calidad de autores, cómplices o encubridores, hayan incurrido en hechos delictuosos durante la vigencia del Estado de Sitio”, así como a todas las que se encuentren “condenadas por tribunales militares, con posterioridad al 11 de septiembre de 1973”. Gracias a esto, el dictador pudo vivir con cierta tranquilidad en el país que dirigió con mano de hierro. Incluso continuó como comandante en jefe del Ejército y fue nombrado senador vitalicio. En septiembre de 2014, la presidenta chilena, Michelle Bachelet, anunció su intención de derogar el Decreto Ley y poner fin así a la impunidad de los protagonistas de aquellos oscuros años en Chile.

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El exjuez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón hizo lo que la justicia chilena no pudo. En octubre de 1998, el magistrado emitió un auto de procesamiento y solicitó la detención de Pinochet por “genocidio, terrorismo y torturas”. Un paso que sentó las bases de la jurisdicción universal pero que no llegó a buen puerto. Tras las constantes presiones de Chile, el militar es liberado y trasladado a su país dos años después de su detención. En 2006, Pinochet fallece en Santiago de Chile, un suceso celebrado por muchos y llorado por otros tantos compatriotas.

¿Por qué fue importante?

El derrocamiento de Allende puso fin a medio siglo de tradición democrática en el país, que pasó a engrosar la lista de dictaduras militares que controlaban un gran número de países latinoamericanos. Comenzaban así casi dos décadas en las que las violaciones de derechos humanos se convirtieron en una constante. Diecisiete años en los que más de 40.000 personas, de las que 3.065 están muertas o permanecen desaparecidas, según datos de la comisión pública que recibe e investiga actualmente las denuncias, fueron víctimas de una feroz represión política en la que figuras culturales tan importantes como el cantautor Víctor Jara, entre otras, fueron ejecutadas sin piedad durante los días posteriores al levantamiento militar.

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