Hagamos que sí merezca la pena

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“No merece la pena tanto esfuerzo”. Es la demoledora respuesta que dan los estudiantes de Bachillerato cuando les preguntan por qué descartan elegir carreras de ingeniería o de ciencias, las conocidas como las STEM. Esta semana se han publicado los datos de matriculaciones en este tipo de carreras: han caído un 30% en los últimos 20 años. Los rectores se han puesto nerviosos y han convocado reunión de urgencia para saber por qué no atraen a los chavales a este tipo de formaciones cuando son las carreras más demandadas y más que lo van a ser en el futuro.

Algo en la cultura de nuestros estudiantes ha debido de cambiar en estos últimos años: esa frase de "estudia, esfuérzate porque eso al final tiene su recompensa" se ha convertido para ellos en una falacia. La tasa de paro juvenil, la precariedad laboral, los contratos basura que a toda una generación le ha tocado comerse porque la situación era la que era, ha tumbado verdades tan absolutas como las que nos repetían a nosotros y que nosotros hemos intentado repetir a nuestros hijos convenciéndoles de que, a pesar de lo negro que pinta todo, efectivamente si te esfuerzas y trabajas, lograrás progresar. Pero por mucho que lo hayamos dicho con más o menos convencimiento en estos últimos años hay que admitir que esa afirmación ha resultado no ser del todo cierta. Hincar codos, estudiar, aspirar y trabajar por subir nota en Bachillerato no es sinónimo de lograr un futuro más prometedor.

Y al final optan por lo más sencillo: si con esto me garantizo mejor sueldo, ¿para qué tirarme años de estudios, nervios de exámenes finales, horas y horas de biblioteca y de noches en vela? ¿Para qué si al final voy a cobrar una miseria?

Y el resultado es que perdemos talento, a raudales, únicamente por una cuestión de motivación. Y esto es clave siempre para lograr tirar hacia delante. La ilusión te mueve a mejorar, creer que tu mejora laboral pasa por una mejor preparación es el motor para hipotecar fines de semana o fiestas metido en un cuarto estudiando o preparando trabajos de decenas de hojas. Si vislumbras una meta real logras seguir empujando del carro, tirando hacia delante.

En los últimos años me han invitado varias veces a impartir charlas en colegios a los alumnos de primero de Bachiller, para que les contara en qué consiste nuestro trabajo, qué hacemos los periodistas, cómo ha sido mi carrera, qué estudié, cómo logré un trabajo. Es el año en el que más o menos tienen que empezar a pensar qué van a hacer, por dónde tirar, qué les gusta hacer. Siempre arranco la charla con la misma frase: “Si vuestro objetivo en esta vida es haceros rico, ganar mucho dinero, os habéis equivocado de aula. En la de enfrente os van a hablar de otras profesiones en las que sí ganaréis mucho dinero pero quizás no seáis tan felices”. Esta profesión es una cuestión de vocación. Y he de decir que alguno se ha levantado. Pero lo más frustrante ha llegado en el turno de preguntas porque, efectivamente, la pregunta más repetida era si trabajar en medios era una forma de ganarse la vida que te permitiera tener un sueldo más o menos decente. No todos lo consiguen y en esta profesión, como en muchas otras, para ellos y para los más veteranos, la precariedad se ha convertido en la espada de Damocles que acaba con cualquier motivación, vocación o ilusión por avanzar.

Así que revisemos pronto dónde están las causas de esa huida de matriculaciones en profesiones necesarias y demandadas porque luego nos pasará como Alemania, que le faltan trabajadores cualificados y ha tenido que ir a buscarlos fuera. Alguien vaticinaba que si no invertimos esta tendencia, nos descolgaremos, una vez más, de la revolución 4.0: sin ingenieros, matemáticos, químicos, no será posible que España se suba a ese tren. Y es realmente frustrante porque tenemos una generación de jóvenes con ideales y compromisos fuertes, como hemos comprobado en la Cumbre del Clima, con una conciencia social mucho más amplia y justa que la nuestra, pero con una falta de motivación creciente y es un peligro acabar teniendo a toda una generación que cuando llegue a la edad adulta, a la edad de tomar decisiones, de generar progreso, de construir una sociedad plural, le falte preparación porque nosotros no supimos generarle esa inquietud.

“No merece la pena tanto esfuerzo”. Es la demoledora respuesta que dan los estudiantes de Bachillerato cuando les preguntan por qué descartan elegir carreras de ingeniería o de ciencias, las conocidas como las STEM. Esta semana se han publicado los datos de matriculaciones en este tipo de carreras: han caído un 30% en los últimos 20 años. Los rectores se han puesto nerviosos y han convocado reunión de urgencia para saber por qué no atraen a los chavales a este tipo de formaciones cuando son las carreras más demandadas y más que lo van a ser en el futuro.

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