Las tres fases

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Hace una semana escribía por aquí sobre lo que podía pasar en el primer debate entre Trump y Biden sin haberlo visto todavía (ese debate se celebró en la madrugada del jueves al viernes y esta columna la tengo que entregar un poquito antes, cosas de la vida). Entonces avanzaba que quien más se jugaba en ese primer cara a cara no era Trump, sino Biden. De cómo saliera, de cómo se desenvolviera frente a las mentiras y bulos de Trump, iba a depender no sólo su reelección sino también su continuidad como candidato.

Y aquí estamos una semana después. Esperando a que Biden decida qué hace. En estos 8 días ha pasado por todas las fases: la de la negación. Esa misma noche se fue a celebrar con los suyos lo bien que le había salido el debate. Su mujer le aplaudió cuando llegó, diciéndole, literal, “muy bien Joe, has contestado a todas las preguntas”. ¿Has contestado a todas las preguntas? Como si, sólo eso, ya fuera un triunfo. Cero críticas. Lo que se respiraba en ese evento era una satisfacción que nadie que hubiera visto de verdad esos 90 minutos se podía permitir. 

Luego llegó la fase del duelo. Se fue con toda su familia a Camp David, en teoría para posar para una sesión de fotos que tenía cerrada desde hacía mucho tiempo, pero la realidad era que esos días, con los suyos, se los iba a tomar para reflexionar sobre su continuidad. Las críticas habían sido tan duras, las peticiones de que se fuera tan rotundas que ignorarlo podría sonar a soberbia. No voy a repetir por aquí esas portadas de los periódicos norteamericanos hablando del pánico que recorría el Partido Demócrata tras la noche del jueves. Eran demoledoras.

Si Biden pierde, si Biden no logra revalidar su reelección, afrontaremos cuatro años de absoluta incertidumbre. Con Trump en la Casa Blanca no sabremos muy bien cómo acabará cada cumbre de la OTAN, o cada cumbre entre Europa y Estados Unidos, qué hará con la ayuda, imprescindible ahora mismo, que se le está prestando a Ucrania

Y, ahora mismo, estamos en la fase, parece, de la ¿aceptación? En el equipo del presidente de Estados Unidos se ha activado la operación “Salvemos a Biden”. Le van a “pasear” por varios medios, han pactado entrevistas, eventos, comparecencias para demostrar a todos que Biden está en plenas facultades. Que todo lo que se está diciendo estos días, que es mucho, no es verdad. Pero lo más importante es lo que habría dicho el propio Biden a su entorno: si no lo logro, me marcharé. Si estos días no logro convencer a la gente, al electorado y, sobre todo, a los indecisos, no de que soy mejor opción que Trump, sino que soy capaz de gobernar 4 años más. Con todo lo que eso supone, con todos los viajes que tendrá que hacer, reuniones, cumbres… Biden no es lo suficientemente viejo como para no poder hacerlo pero tampoco es lo suficientemente joven como para poder asumirlo. Su capacidad cognitiva, sea la que sea, tiene que ser la mejor, al margen de su edad.

Tiene que estar lo suficientemente lúcido, rápido y astuto como para afrontar todo lo que se nos viene. Y sí, uso la primera persona del plural porque esto nos afecta a todos. Si Biden pierde, si Biden no logra revalidar su reelección, afrontaremos cuatro años de absoluta incertidumbre. Con Trump en la Casa Blanca no sabremos muy bien cómo acabará cada cumbre de la OTAN, o cada cumbre entre Europa y Estados Unidos, qué hará con la ayuda, imprescindible ahora mismo, que se le está prestando a Ucrania. Ni qué hará con Rusia, ni con China, ni con Israel, ni con tantos y tantos otros países que amenazan con hacer saltar por los aires los frágiles equilibrios que mantenemos ahora. Qué decidirá sobre temas tan delicados como la regulación de la Inteligencia Artificial. O con las redes sociales…

La fase de la aceptación, si realmente está en ella, debería terminar con la renuncia de Biden. Y debería ser más bien cortita en el tiempo porque eso es precisamente lo que no tienen los demócratas: tiempo para preparar a un nuevo candidato o candidata. Necesitan centrarse en lo importante, en el qué van a hacer y no en el quién lo va a hacer.

Hace una semana escribía por aquí sobre lo que podía pasar en el primer debate entre Trump y Biden sin haberlo visto todavía (ese debate se celebró en la madrugada del jueves al viernes y esta columna la tengo que entregar un poquito antes, cosas de la vida). Entonces avanzaba que quien más se jugaba en ese primer cara a cara no era Trump, sino Biden. De cómo saliera, de cómo se desenvolviera frente a las mentiras y bulos de Trump, iba a depender no sólo su reelección sino también su continuidad como candidato.

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