El PP viajaba hacia el centro, porque allí está La Moncloa, y no llegaba nunca, intentaba llegar, pero sin moverse, sin alejarse de la derecha, o sea que, una de dos, o pretendía lo imposible o trataba de engañarnos. También se vendió a sí mismo como heredero de UCD, el partido de Adolfo Suárez, que antes de ser un aeropuerto fue el presidente del Gobierno contra el que dicen las malas lenguas que pudo montar el 23F el rey Juan Carlos I. Aquella Alianza Popular lo tenía difícil, comandada por un antiguo ministro de la dictadura, aquel señor de andares bamboleantes que decía que la calle era suya y que las bombas atómicas no contaminaban las aguas de Palomares. El Partido Popular debería de tenerlo más fácil, lo de la moderación y eso, porque casi le bastaba con separarse de la ultraderecha de toda la vida, que ha vuelto a salir de la tumba –de la de Franco, naturalmente, aprovechando que lo exhumaban del Valle de Cuelgamuros– para lo de siempre, que es carcomer la democracia, y evidenciar sus diferencias con ella. Pero, claro, es que ella venía de ellos, ya me entienden, y han acabado revueltos aunque ya no estén juntos.
El Partido Popular debería de tenerlo más fácil, lo de la moderación y eso, porque casi le bastaba con separarse de la ultraderecha de toda la vida
El caso es que en la calle de Génova y a cambio de varias autonomías y ayuntamientos, han hecho justo lo contrario de lo que llevaban prometiendo desde 1977: se han radicalizado y partido en dos, que no sólo se escinde la izquierda, aunque aquí las cosas se hagan bajo cuerda y sonriendo mientras se apuñala por la espalda, porque toda guerra tiene sus agentes dobles y en esta los hay por todas partes pero, sobre todo, en la Comunidad de Madrid: abres el caballo de Troya y dentro está Díaz Ayuso con su guardia pretoriana, que ya saben cómo se las gastan. Pablo Casado se dejó barba para que Núñez Feijóo se la viese cortar.
El conflicto está servido, puertas adentro y extramuros, y como en estos combates de la polarización valen los golpes bajos, pues nada queda a salvo de la amenaza y manipulación o fuera del radar de la prensa amarilla, que hace en unos casos de correveidile y en otros de estómago agradecido. Lo que montaron contra Podemos, con los acosadores del chalé de Iglesias y Montero en la superficie y la policía patriótica en los subterráneos. La que están montando contra la esposa del presidente Pedro Sánchez. Y ahora, tratando de darle la vuelta a la tortilla para que no se vea la parte quemada, sale la secretaria general, cuya vis cómica no se valora como ella merece, y dice que una foto casual de Sánchez con el truhan que movía los hilos de la trama Koldo “evidencia que tenían una relación directa.” Por supuesto, las redes se han llenado de imágenes de todo el mundo con todo el mundo, desde innumerables de Feijóo con Ábalos o la ya clásica con su amigo el narco, hasta dos del mismo conseguidor del entramado que afecta al ex ministro de Fomento, que igual que aparece en un mitin de Sánchez aparece en otro de M. Rajoy; incluso ha corrido como la llama por la pólvora una de la propia Gamarra con Pablo Casado, que evidencia que lo conocía y recuerda sibilinamente la forma en que lo negó tres veces para arrimarse al sol que más calentaba entonces y que ahora se está quedando frío. Muy frío y bastante solo.
El PP viajaba hacia el centro, porque allí está La Moncloa, y no llegaba nunca, intentaba llegar, pero sin moverse, sin alejarse de la derecha, o sea que, una de dos, o pretendía lo imposible o trataba de engañarnos. También se vendió a sí mismo como heredero de UCD, el partido de Adolfo Suárez, que antes de ser un aeropuerto fue el presidente del Gobierno contra el que dicen las malas lenguas que pudo montar el 23F el rey Juan Carlos I. Aquella Alianza Popular lo tenía difícil, comandada por un antiguo ministro de la dictadura, aquel señor de andares bamboleantes que decía que la calle era suya y que las bombas atómicas no contaminaban las aguas de Palomares. El Partido Popular debería de tenerlo más fácil, lo de la moderación y eso, porque casi le bastaba con separarse de la ultraderecha de toda la vida, que ha vuelto a salir de la tumba –de la de Franco, naturalmente, aprovechando que lo exhumaban del Valle de Cuelgamuros– para lo de siempre, que es carcomer la democracia, y evidenciar sus diferencias con ella. Pero, claro, es que ella venía de ellos, ya me entienden, y han acabado revueltos aunque ya no estén juntos.