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Irse de Madrid

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Hoy cumplo 42 años. Nací, como el lector más avispado ya ha podido inferir, en 1979. Estoy en el rango de edad de la gente que maneja el cotarro en la política de este país (un año menos que Iglesias y Ayuso, uno más que Casado, dos más que Arrimadas y no muy lejos del resto de líderes) y en lo que vendríamos a llamar "la mitad de la vida". Sé que soy lo suficientemente joven como para saber que no me van a dar un programa de radio serio (los de mi generación ya sabemos que vamos a ser el Príncipe Carlos de la radio española: nunca reinaremos, porque para cuando quiera llegar el cambio será tal la necesidad de renovación de los micrófonos que los heredarán los más jóvenes) y lo suficientemente viejo como para que nadie me considere joven. Soy, quizá, de la última generación que ha tenido alguna certeza laboral y que podrá competir con el nivel de vida de sus padres. No quiero ser más viejo de lo que soy y no envidio para nada la situación de los que vienen detrás de mí. Estoy, con sus pros y sus contras, en una edad que podríamos llamar privilegiada.

Me va bien. Tengo más dinero del que hubiera podido soñar, trabajo para ponérselo más fácil a mis hijos y creo que lo conseguiré. Aunque mi vida personal y cómo funciona mi cabeza sean dos cosas claramente mejorables, la realidad es que disfruto de unos niveles de confort bastante grandes. Aunque la vida me ha dado palos, los he asumido y me encuentro bastante en paz, o al menos en el proceso. La situación ha sido mucho peor que la actual y me ha preparado para lo que venga. Estoy cansado de la pandemia, como todos, pero tengo claro que este verano va a ser fantástico. 

Sin embargo, me paso la vida enfadado. Con el tiempo he aprendido que solo me enfado por mi carácter o por miedo. Creo que ahora es por lo segundo. Siento verdadero pánico del mundo que van a habitar mis hijos, más en concreto del país en el que van a crecer. No por su futuro material, sino por el mapa de valores que se está imponiendo. Siento cómo el egoísmo, lo banal, la autosatisfacción se están abriendo paso. Que la ideología de no pensar en nadie triunfa. Que el marco de lo deseable cada vez se ciñe más a lo que yo puedo obtener en este momento, para mí. Y ese nuevo estándar de cosas lo está liderando mi generación y se lo vamos a legar a mis hijos.

Quizá por eso me interesa tanto la política: porque es el espejo deformado de lo que hacemos cada día. Por eso temo el resultado de las elecciones de Madrid y lo que pueda extrapolarse a España. Aunque a veces también pienso que lo que ocurra aquí va a hacer reaccionar al resto y que el problema, quizá, es en lo que se ha convertido esta ciudad. Y me enfado por vivir aquí. Sí, quizá lo que me enfada es Madrid. Y a lo mejor lo que tengo que hacer es cumplir los 43 en otro lugar.

Hoy cumplo 42 años. Nací, como el lector más avispado ya ha podido inferir, en 1979. Estoy en el rango de edad de la gente que maneja el cotarro en la política de este país (un año menos que Iglesias y Ayuso, uno más que Casado, dos más que Arrimadas y no muy lejos del resto de líderes) y en lo que vendríamos a llamar "la mitad de la vida". Sé que soy lo suficientemente joven como para saber que no me van a dar un programa de radio serio (los de mi generación ya sabemos que vamos a ser el Príncipe Carlos de la radio española: nunca reinaremos, porque para cuando quiera llegar el cambio será tal la necesidad de renovación de los micrófonos que los heredarán los más jóvenes) y lo suficientemente viejo como para que nadie me considere joven. Soy, quizá, de la última generación que ha tenido alguna certeza laboral y que podrá competir con el nivel de vida de sus padres. No quiero ser más viejo de lo que soy y no envidio para nada la situación de los que vienen detrás de mí. Estoy, con sus pros y sus contras, en una edad que podríamos llamar privilegiada.

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