Barbarismos

Al inquilino de la Avenida de Pensilvania le sobran sudamericanos. Ni holandeses, ni australianos, fíjate el tino. Los forofos de la mano dura (asqueroso fetiche) salivan con la nueva medida estrella: llenar Guantánamo de mejicanos. Analistas de lo más finos han sacado el ábaco: qué tonto Trump, ¡en esa cárcel no caben treinta mil personas! Les felicito la cabriola, siempre es buena idea deleitarse en lo aritmético y no en el inesperado revival de los campos de concentración.

No soy experto en política yanqui, pero los peritos en la materia dicen que los católicos gringos se pirran por la opción naranja. Habrá que ampliar el infierno, qué le vamos a hacer. Como los beatones no se habían molestado con lo del adulterio múltiple ni por la devoción por ese asunto tan delicado de la pena capital, fui a ver si con esta viga les había salido conjuntivitis. Chico, qué entusiasmo: hasta los chalados de la hispanidad transatlántica (viva el virreinato, la luz de Trento, el martillo de herejes y el pescaíto frito) están celebrando las redadas contra los novohispanos. «Ni misericordia ni hostias fritas», se ha escuchado decir a uno de esos curas que rezaban para que Bergoglio palmara (o palmase).

Puede que los Estados Unidos existan desde ayer por la tarde, pero en ese suspirito siempre han sabido encontrarse un malvado inmigrante al que culpar de la muerte de Manolete. Los irlandeses, los polacos, etcétera. El gringo, si no discrimina, se extingue. El invento es eficaz, eso sin duda: coges a un sin papeles, lo amenazas con llamar a inmigración y lo tienes cortándote el césped por dos chavos. Y a dormir con la conciencia tranquila: total, si son criminales que vienen a robarnos tampoco querrán que les respetemos el convenio. Mejor no regularizarlos, no sea que se te llene el país de forajidos.

Puede que los Estados Unidos existan desde ayer por la tarde, pero en ese suspirito siempre han sabido encontrarse un malvado inmigrante al que culpar de la muerte de Manolete. El gringo, si no discrimina, se extingue

Mientras todos los hijos de puta de este mundo celebraban el nuevo advenimiento de un estado policial, el Hollywood biempensante le asfaltaba el camino de baldosas amarillas a un musical escrito por un francés y protagonizado por una narcotraficante mejicana trans. Para darle más empaque, el director dijo la otra tarde que la había rodado en español (a pesar de que Selena Gómez, estrella rutilante, habla la lengua de Cervantes con la soltura de un alemán al que le están dando calambrazos) porque era una lengua de gente pobre y migrante. Si mi patria hubiese perdido todas las guerras de los últimos dos siglos, me andaría con ojo antes de tocarle el oh la lá a seiscientos millones de personas que saben decir «te reviento, franchute de los cojones».

Parece que Emilia Pérez, que así se llama el bodrio, va a quedarse sin estatuilla dorada, porque la actriz que la protagoniza —Karla Sofía Gascón— combina su pasión por la interpretación con la de ser una persona horrible. Todos tenemos nuestras cosas, pero chica, no las dejes por escrito. Si buscan en los digitales, encontrarán perlitas del mejor racismo y del peor gusto. Aquí les dejo mi favorita: «La vacuna china, aparte del chip obligatorio, viene con dos rollitos de primavera, un gato que mueve la mano, dos flores de plástico, una linterna emergente, tres líneas telefónicas y un euro para tu primera compra controlada». Te mondas.

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