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Otra vez me dejan fuera

Miguel Sánchez Romero.

Miguel Sánchez-Romero

Llevo días leyendo las diversas interpretaciones que sesudos analistas políticos hacen sobre los cambios realizados por Sánchez en su gobierno. Ninguna me sirve porque nadie aborda el aspecto más significativo de estos, al menos para mí: nuevamente vuelvo a quedarme fuera del Consejo de Ministros. La verdad es que no me sorprende. Si bien mi carrera personal es un cúmulo de éxitos (raro es el día en que no me llega un correo advirtiéndome de lo afortunado que soy por haber sido elegido para el sorteo de dos noches de hotel en algún sitio al que nunca había pensado ir), es verdad que como ministrable estoy instalado en la perenne derrota.

Cada vez que, tras unas elecciones, se avecina la formación de un nuevo gobierno o, como en este caso, cuando en algún momento de la legislatura hay rumores sobre un próximo relevo de miembros del mismo, empiezo a sentir esa tensión gástrica que crean determinadas expectativas y algunos restaurantes indios, y no me separo del teléfono.

El pulso se me altera cuando la pantalla muestra un número desconocido y, en cuanto descuelgo, estoy tentado de decir: “Acepto, será un honor”. Si no lo hago es porque en 2018, la vez que más cerca creí estar de asumir alguna cartera, lo hacía y acabé cambiando de compañía telefónica tres veces.

¿Por qué estaba tan seguro de que en 2018, en su primera y breve legislatura, Pedro Sánchez me nombraría ministro? Porque se trataba del mismo Pedro Sánchez que en 2014 había nombrado a César Luena Secretario de Organización del PSOE. ¡César Luena! ¿Recuerdan ustedes a César Luena? ¿A que no? Pues a eso me refiero. Nadie podría echarles en cara ese olvido. Al lado de César Luena, Pedro Sánchez parecía un estadista de verdad. No descarto que esa fuera la razón por la que lo eligió.

Y si lo recuerdan también me están dando la razón. Estoy seguro de que no se les habrá olvidado por el mismo motivo que a mí. Escuchar a César Luena, asistir a alguna de sus comparecencias públicas, atender a su discurso tan romo en forma como en contenido, era asomarse al precipicio de la política y sentir el vértigo que te produce avistar el vacío. Mirar hacia abajo desde el Empire State Building, una experiencia que no se olvida.

También es posible que, con aquel nombramiento, Sánchez estuviera mandando un mensaje alentador a los miles de jóvenes que en institutos y universidades se habían presentado a la elección de delegado de curso… y habían perdido. Un mensaje de esperanza que venía a decirles: “No desfallezcas. Tus compañeros no confían en ti para gestionar el horario de 2º D, pero tal vez en la política encuentres un hueco”.

Es posible que César Luena atesore virtudes que en su paso por la Secretaría de Organización socialista no tuvo tiempo de demostrar. Aunque, tal vez, podría haberlo hecho –no queda constancia– en las múltiples ocupaciones que tuvo antes y después de ostentar ese cargo: varias veces concejal, diputado autonómico, diputado nacional y, en la actualidad, vicepresidente de la Delegación para las Relaciones con la Península de Corea del Parlamento Europeo. Es verdad que las cosas con la península de Corea no van mal del todo y tal vez ello se deba a la callada labor de Luena, para quien llevarse bien con la península coreana fue siempre una obsesión. En ese caso únicamente podemos felicitarnos, dar por bien gastado el dinero público empleado en pagarle todos estos años y rezar para que no nos lo robe Silicon Valley.

En 2019, en la segunda legislatura de Sánchez cuyo equipo de gobierno ahora renueva, tampoco tuve suerte. Sánchez ya tenía su César Luena: Carmen Calvo. Calvo había dispuesto también de la oportunidad de mostrar sus aptitudes cuando José Luis Rodríguez Zapatero la nombró ministra de Cultura en 2004. No lo logró. Fue relevada de su cargo en 2007, antes de acabar la legislatura. Pero la política guarda estas sorpresas. El haber sido una ministra del montón, cesada por tu jefe antes de acabar el periodo por el que se te contrató, no supone obstáculo alguno para que años después no solo tengas una nueva oportunidad como ministra, sino que además seas promocionada a vicepresidenta.

Así funciona la selección de personal en los asuntos públicos. En una remesa de nombramientos, rara vez se confirma la premisa de buscar el “gobierno de los mejores”. Esta suele ser sustituida frecuentemente por el “gobierno de los mejores colocados” en una lista donde la aptitud no es siempre el filtro principal. La elección de este tipo de cargos debería ir siempre acompañada de las opciones finalmente descartadas. Tal vez esa información podría habernos ayudado a entender, por ejemplo, lo de Máxim Huerta como ministro de Cultura. Si la opción “b” era el conde Lecquio, a Máxim no se le hubiera podido poner ni una pega.

Sin embargo, reconozco en Carmen Calvo una virtud: su sorprendente capacidad para, en toda su carrera política, no haber dicho jamás algo que lograra interesarme. A pesar de hacerlo con un tono jactanciosamente divulgativo, como empeñada en demostrar que la nada encierra secretos que deberíamos conocer. Calvo podría estar leyéndome mi analítica después de un infarto y conseguir que a los quince segundos empezara a aburrirme. Incluso a desear que volviera a darme otro para librarme de ella.

¿Entendéis ahora a los ñus?

¿Entendéis ahora a los ñus?

Es un caso completamente distinto al de Manuel Castells, ministro de Universidades, que difícilmente podría aburrir dado lo poco proclive que es a manifestarse. Y no parece que no lo sea porque su absoluta dedicación al desempeño de sus funciones como ministro lo mantengan persistentemente ocupado. Es verdad que en un concurso de gente con pinta de buena persona sería el ganador indiscutible. Pero también lo es que si fuese fontanero y te dijese que mañana está en tu casa a las ocho de la mañana, apostarías a que no llega antes de las diez.

La sensación es que, en la mejor tradición universitaria, Castells ha permanecido gran parte de los momentos en que la pandemia ponía a examen su gestión recluido en la cafetería, que es donde los universitarios veteranos instalan su campamento. Su relevo, que a nadie hubiera sorprendido, no procede porque Sánchez no puede tocar a los ministros de Podemos, y Podemos, por su alergia a la autocrítica o por sus compromisos con el gremio de fontaneros, no ha sido capaz de proponer el cambio.

Entenderán ustedes que no haya legislatura en la que, comparándome con los elegidos para regir los destinos de este país, no me vea capacitado para hacerlo igual de mal que algunos de ellos. Sin embargo, una vez más me vuelvo a quedar fuera del Ejecutivo. Y conmigo mi propuesta estrella para retomar la iniciativa política con una medida de amplio consenso: prisión permanente revisable para los conductores de motos acuáticas. No veo al PP oponiéndose.

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