Quizás sea la edad, el calor o las secuelas psicológicas del confinamiento, pero lo cierto es que uno entra en esta extrañísima fase vacacional con la sensación de que la mochila no resiste una sola carga más. Demasiados debates estériles, demasiados bulos dañinos, demasiadas muertes que aún no tocaban, demasiada soberbia en la disputa política… Sobran motivos para pensar que no hemos aprendido lo suficiente de la primera temporada de esta serie de terror denominada covid-19.
Me explico (o al menos lo intento):
1.- El Consejo Europeo ha firmado un acuerdo que supone la mayor apuesta jamás realizada por la UE en términos de cohesión, solidaridad y garantías de futuro. Lo ha hecho en defensa propia, después de que las medidas austericidas impuestas desde 2008 por la ideología neoliberal dominante multiplicaran la desigualdad y situaran el proyecto de Europa al borde del abismo. Pero en lugar de poner en valor lo conseguido y el esfuerzo realizado (ver aquí), el debate público ha seguido girando en España alrededor de una falacia absoluta: si ese acuerdo obliga o no al Gobierno a no tocar una coma de las reformas laboral y de pensiones decretadas por el Gobierno Rajoy (ver aquí). No hay una sola mención (ni podría haberla) a tal cosa en las 67 páginas del acuerdo (ver aquí). Pero no importa. Convertir la hipérbole en costumbre supone que a nadie extraña el insólito hecho de que el líder del principal partido de la oposición, Pablo Casado, sostenga en la misma declaración que el pacto europeo es “un rescate en toda regla” y lo defienda a la vez como “un buen acuerdo” cuyo logro debemos precisamente a los esfuerzos del Partido Popular (ver aquí).
2.- Se empieza manipulando el lenguaje y se termina imponiendo una ideología como si se tratara de una ciencia exacta. Del mismo modo que disfrazaron en su día el mayor fracaso del capitalismo financiero como una especie de exceso irresponsable (de otros) que había que corregir con “austeridad”, se trataba ahora de confrontar a los llamados “frugales” con los eternos “golfos” del sur. Menos mal que Ángela Merkel ya no se presenta a elecciones. Menos mal que Macron ha sufrido ya serios avisos de tarjeta roja. Menos mal que Sánchez, Conte y Costa han sumado fuerzas para advertir que el proyecto social de Europa naufragaría si de nuevo se hipotecaba a varias generaciones para pagar una deuda imposible e injusta. Menos mal que el aliento de un populismo ultranacionalista y xenófobo se siente en la nuca de partidos sistémicos en todo el continente. Es cierto que la crisis del covid no tiene comparación con ninguna otra anterior, pero también conviene admitir que las políticas neoliberales han demostrado su absoluto fracaso a la hora de evitar el hundimiento. O nos salvamos todos o aquí no se salva ni dios, que diría Blas de Otero.
3.- Solemos cargar la responsabilidad de la desinformación y los bulos en las redes sociales y en ciertos políticos e improbables periodistas que las utilizan para difundir medias verdades o solemnes mentiras con el objetivo de manipular a la ciudadanía en beneficio de intereses concretos. Hay mucho de eso. Pero denunciamos poco lo que a mi juicio hace tanto o más daño a la calidad democrática: el empeño de los grandes emporios de la información en colocar como ejes de debate público asuntos completamente ajenos a la realidad, mientras minimizan o directamente ocultan cuestiones decisivas para el interés de la ciudadanía y para una convivencia sana. ¿Cómo es posible que sigamos discutiendo sobre si un gobierno progresista elegido en las urnas puede o no derogar los “aspectos más lesivos” de una reforma laboral que ha disparado la precariedad en el empleo? ¿Cómo es posible que admitamos que la única forma de garantizar las pensiones públicas sea la que vienen promoviendo los fondos privados desde hace más de tres décadas sin lograr ninguna mejoría en las previsiones sino todo lo contrario? ¿Cómo es posible que no sea permanente y prioritaria la exigencia de datos a todas las administraciones sobre los refuerzos prometidos en el sistema sanitario y sobre esa “reserva estratégica” que nos garantice una protección suficiente ante una segunda oleada que quizás esté mucho más cerca de lo previsto? (ver aquí)
4.- Durante tres meses asistimos día tras día a la denuncia de una “dictadura constitucional” que pretendía “cambiar el régimen” mediante un estado de alarma que atropellaba “derechos fundamentales” e “impedía” a las comunidades autónomas aplicar las medidas más eficaces para superar la crisis del covid. Concluyó el estado de alarma y ahora afrontamos la multiplicación de brotes de contagio y la opacidad sobre el número de rastreadores y sobre los refuerzos de la sanidad pública comprometidos para poner fin al confinamiento y retomar la actividad económica. Pablo Casado, Santiago Abascal y toda su tropa mediática, quienes tachaban de autoritarismo y de posible “negligencia criminal” a Sánchez, a Illa o a Fernando Simón, les acusan ahora de “lavarse las manos” (ver aquí).
5.- Para lograr una democracia sana es tan importante un gobierno sólido como una oposición eficaz. Los errores y lagunas de un Ejecutivo no se corrigen desde el griterío de una alternativa tramposa. Y errores claro que hay. Cuesta entender que desde el Ministerio de Sanidad se haya reconocido que no todas las comunidades autónomas le aportan los datos que se les piden sin concretar de inmediato a qué autonomías se refiere y qué datos ocultan. Cuesta entender que se nos diga que el número de rastreadores y los refuerzos en la atención primaria son claves para evitar rebrotes del covid y a la vez se admita que algunas comunidades no tienen suficientes rastreadores ni han reforzado los centros de salud como convendría. Si esto es así, el Gobierno no sólo tiene la obligación de denunciarlo sino también la de plantear a través del Consejo Interterritorial de Sanidad o de la Conferencia de Presidentes medidas urgentes y necesarias para no poner en riesgo de nuevo el sistema sanitario. No basta con culpar al ocio nocturno o a la panda de irresponsables que juegan con su vida y con la nuestra.
6.- El tiempo irá colocando a cada cual en su lugar. Quienes hacen imposible un acuerdo amplio en el Congreso sobre los planes de reconstrucción tendrán que explicar por qué es aquí tan difícil el consenso político mientras en la UE se ha logrado y mientras empresarios, sindicatos y Gobierno siguen pactando medidas de alivio que salvan empresas y empleos. En las próximas semanas y meses veremos si esa “geometría variable” con la que Sánchez está obligado a gobernar permite elaborar unos Presupuestos capaces de dar estabilidad a una legislatura convulsa desde antes de aparecer el coronavirus. Empeñarse en intentar negociar a la vez con el PP y los independentistas, con Ciudadanos y el PNV, puede ser un ejercicio rentable en términos de comunicación, pero probablemente estéril a la hora de lograr la suma parlamentaria imprescindible. El acuerdo europeo frustra definitivamente la aspiración del PP de tumbar el gobierno de coalición en mitad de la pandemia: habrá dinero (mucho, aunque hará falta seguramente más) para financiar los efectos primeros de esta hecatombe. Es hora de que se hable menos de falacias y mucho más de cómo concretar la verdadera (y positiva) condicionalidad de esos fondos: que se inviertan en economía verde, en energías limpias, en digitalización, en investigación, en educación… Que los proyectos financiados abran horizontes de empleo digno a esas generaciones jóvenes que ya no soportan más másteres ni más precariedad.
7.- Reconozco un último hartazgo personal que viene de lejos. Cada vez que escucho la letanía de la necesidad de “reformas” me echo mano a la delgadísima cartera. Son ya demasiados años observando cómo el eufemismo disfrazaba puros recortes de lo público, verdaderos hachazos a los derechos colectivos, nuevas vueltas de tuerca a la desigualdad. Y sería del género bobo de solemnidad aceptar que los trileros continuaran con el mismo juego al tiempo que exigen a gritos que el Estado les salve de los daños económicos provocados por un virus. Es hora de ejecutar de una santa vez otras “reformas” siempre aparcadas, despachadas como “socialcomunistas” con esa prepotencia de dueños del cortijo a la que nos tienen tan mal acostumbrados. Un solo y muy concreto ejemplo: el mayor grupo propietario de residencias de mayores en España, DomusVi, utiliza dos sociedades en Luxemburgo para no pagar impuestos sobre sus ingresos en España y Francia. Lo viene documentando estos días nuestro compañero Manuel Rico en infoLibre, y se resume en un par de cifras: DomusVi no paga un solo euro por impuesto de sociedades pese a facturar 1.370 millones al año (ver aquí). Todo indica que este emporio, en cuyos geriátricos se han producido centenares de muertes durante la pandemia, comete múltiples irregularidades para desviar lo que gana (sobre todo aprovechando el dinero público que recibe de 82 administraciones españolas) hasta una sociedad opaca en la isla de Jersey. ¿A qué esperamos para abrir una investigación oficial y, una vez comprobadas las irregularidades, retirar hasta el último euro público a esta gente y exigirles lo que no han pagado? No es la única empresa que utiliza la ingeniería fiscal para eludir impuestos. Pero no estaría mal empezar a poner pie en pared con quienes han convertido los cuidados en un negocio puramente especulativo.
Lo reconozco. Anda uno con las baterías muy bajas para seguir resistiendo los sermones de los llamados “frugales”, de ese primer ministro holandés que no se cansa de poner condiciones sobre los fondos contra los efectos de la pandemia mientras se pasa por el arco del triunfo una de las “recomendaciones” que el propio Consejo Europeo le ha dado sobre la necesidad de reformar “la normativa fiscal del país”. Mientras recetan austeridades al sur, Holanda y Luxemburgo facilitan a miles de empresas una gigantesca elusión fiscal que drena nuestras arcas públicas (ver aquí). Frugales no, jetas.