Que levante la mano quien no esté harto de soportar gilipolleces (o algo peor)

Ha sido una constante en el recorrido vacacional que mantenemos desde hace años: primero Asturias, luego Sahagún (León), intervalo casero en la presierra madrileña y fase final en Rota (Cádiz), donde siempre celebramos la alegría de la amistad. En cualquiera de esos destinos se me ha acercado gente variopinta que expresaba un sentimiento común de hastío, de cansancio, de irritación impotente ante un clima político y mediático insufrible, cargado de ruido venenoso, de una banalidad ofensiva, huero de toda sustancia provechosa para el interés común. “Se quitan las ganas…” o “Ya cansa tanta gilipollez…” son dos de las expresiones que uno más ha escuchado. Lo cual, obviamente, no tiene ningún valor estadístico, pero concuerda con lo que dicen esos estudios que destacan el progresivo alejamiento de la ciudadanía respecto a la política y al interés por la información política (ver aquí).

Que vayan calando en la sociedad ese distanciamiento y esa actitud despectiva o incluso agresiva hacia “los otros” es un éxito para las fuerzas extremistas que dedican tiempo y fabulosos recursos a debilitar la democracia (siempre a beneficio de los intereses económicos más elitistas). Utilizan para el mal, con enorme destreza, el enorme potencial de esas redes sociales que a su vez han logrado abrir el acceso al conocimiento y a la libertad de opinión a capas sociales que de otro modo seguirían ajenas al debate público.

En la recta final de estas vacaciones, una de las conversaciones más repetidas es la que discute si hay que seguir o abandonar Twitter, tras la enésima evidencia de que la red de Elon Musk tolera y hasta alienta todo tipo de bulos que siembran el odio racista –pero también personal y político– contra el feminismo, el progresismo o los colectivos LGTBI. Han sido especialmente abyectos los mensajes de un cargo público como ya es el eurodiputado Alvise Pérez o los del dirigente del PP y alcalde de Badalona Xavier García Albiol, criminalizando a inmigrantes y alentando una explosión de odio racial en las redes (ver aquí). Buscan sin el menor pudor el incendio de las calles, desde partidos como Vox o plataformas siniestras como Se Acabó la Fiesta y con la complicidad vergonzosa de un PP que se muestra comprensivo con la posibilidad de que “mucha gente quiera salir de casa con un lanzallamas” (ver aquí la patética entrevista de Borja Sémper en El Mundo).

Acabar con el anonimato en redes sociales no limita, a mi juicio, la libertad de expresión de nadie, simplemente protegería los derechos democráticos que, por definición, tienen ya límites constitucionales establecidos

A raíz del tsunami de mensajes racistas surgido tras el crimen de Mocejón, el fiscal responsable de la Unidad de Delitos de Odio, Miquel Ángel Aguilar, ha planteado la necesidad de acabar con el anonimato en redes para exigir responsabilidades a los autores de tales mensajes y de restringir el acceso a las mismas a quienes las usan para generar o participar en campañas de odio (ver aquí). Enseguida salen en procesión los supuestos defensores de la democracia y de la libertad de expresión, que suelen ser los mismos que se quejan de que vivimos ya en la “dictadura sanchista” (¿qué más nos puede pasar?). Alguno de ellos, tan sensible en la defensa de las libertades de los humanos como Arcadi Espada, llega incluso a defender la “exterminación de las mascotas” (ver aquí). Entran ganas de analizar los orígenes de esta especie de pandemia de estulticia que ocupa el espacio público, pero mejor centrarnos en el debate abierto: sí, convendría exigir la identificación de todo aquel que participe en una red social, de modo que quien emita una supuesta información u opinión difamatoria, calumniosa o generadora de odio asuma su responsabilidad como la asumimos cualquiera de quienes ejercemos el periodismo (o lo intentamos). Ese requisito no limita, a mi juicio, la libertad de expresión de nadie, simplemente protegería los derechos democráticos que, por definición, tienen ya límites constitucionales establecidos. ¿Y por qué demonios Elon Musk o sus delegados en España no deben asumir la misma responsabilidad que se nos exige a cualquier director de un medio de comunicación? 

Ya sé que se trata de una cuestión delicada y compleja, como todo lo que tiene que ver con la lucha contra la desinformación, pero uno también se declara harto de soportar gilipolleces y cosas peores (por ejemplo que te llamen “hijo de puta” en Twitter, lo denuncies y la plataforma te responda que eso no se puede considerar “un contenido ofensivo”). Y cansado también de esa impotencia democrática ante las redes globales y la resignación de que no sirve de nada lo que haga un solo país. Bien, pues luchemos por conseguir regulaciones a nivel europeo, como ya se ha empezado a regular la distinción entre medios de información y otro tipo de negocios que simulan hacer periodismo y reciben recursos públicos para ejercer precisamente la desinformación (ver aquí). Que cada palo aguante su vela, pero no sólo políticos y periodistas, sino también empresarios ultraderechistas (como Musk) o ciudadanos particulares que usan las redes para difamar gratis o para sumarse a una trama organizada que siembra odios y mentiras con objetivos políticos y económicos. 

¿Ganas de borrarse? ¡Claro! Cada día. Pero mientras no existan otras opciones decentes para participar o influir en la conversación pública, es casi una obligación cívica resistir y seguir soportando gilipolleces que no deben despistarnos de lo importante: la política en democracia es cosa de todas y todos. No somos mascotas (ya les gustaría).

P.D. Si no la han visto y pueden acceder a Movistar+, vean la miniserie francesa La fiebre. Contiene diálogos y reflexiones brillantes acerca de todo esto de lo que venimos hablando (o escribiendo). Sobre el funcionamiento de la política (es criatura de uno de los inspiradores de la imprescindible Baron Noir); sobre los mecanismos que mueven a la opinión pública a través de las redes y los trucos y estrategias de comunicación; sobre el negocio del fútbol y la violencia que lo envuelve... Sobre el poder de la esperanza frente al miedo. (Ver aquí la reseña de Piedad Sancristóbal en infoLibre).

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