¡Eso ni lo toques!

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Hace no tantos años, un alto ejecutivo bancario (ya prejubilado) me explicó algo que se podía sospechar o deducir, pero cuya fórmula exacta uno desconocía. Todos los grandes bancos españoles tienen (o al menos tenían) un comité especial para rechazar o aprobar créditos a tres tipos muy concretos de clientes: partidos políticos, clubes de fútbol y medios de comunicación. Ese comité, al margen del organigrama oficial de la entidad y con el consentimiento o impulso del consejo de administración y de su presidencia, decidía préstamos millonarios que a menudo (por no decir siempre) incumplían las condiciones “técnicas” o garantías exigibles, pero interesaban al banco por otros motivos de tipo político, de imagen corporativa o de clientelismo por intercambio de influencias. Aunque siempre se ha centrado el foco en los partidos políticos y su financiación, recuerdo un ejemplo que me pareció más que ilustrativo: “¿Tú crees que un banco puede cargar sobre su marca la desaparición de un club de fútbol de una capital de provincia por falta de financiación? Al día siguiente nos apedrearían las sucursales o retirarían sus ahorros miles de aficionados”.

A día de hoy, y a pesar de todo lo pendiente, las deudas de cualquier partido político son transparentes, y el endeudamiento de grandes medios de comunicación españoles ha alcanzado tal punto de no retorno que ha obligado a los prestamistas a entrar directamente en los consejos de administración, cambiando deuda por acciones ante la imposibilidad de recuperar lo prestado. Si al lado de cada organigrama directivo de un medio figurara un croquis actualizado con el accionariado concreto del mismo, cada lector entendería ciertos cambios en la línea editorial más bruscos que los giros políticos de Casado o de Arrimadas.

¿Y esto a qué viene?, se preguntará algún improbable lector que esperaría esta semana un apunte más sobre el audaz paso de Iglesias frente a Ayuso o sobre la guerra sucia que desde el PP pretende liquidar a Ciudadanos haciendo pajaritas de papel con el cacareado Pacto Antitransfuguismo (ver aquí).

Por un lado, creo que en estas mismas páginas venimos publicando informaciones y análisis detallados y plurales sobre el líquido (incluso gaseoso) clima político. Son obligados, necesarios y oportunos. Por otro, me ha sugerido esta reflexión la lectura del último y provocador ensayo del politólogo Víctor Lapuente: Decálogo del buen ciudadano. Cómo ser mejores personas en un mundo narcisista.

Especialista en estudios comparativos entre las sociedades del norte y del sur de Europa, residente como catedrático en la Universidad sueca de Gotemburgo desde hace años, señala Lapuente “una divergencia clave entre las naciones del norte de Europa con menos desigualdad y las más desiguales del sur. En el norte los periodistas tienen en su punto de mira a la sociedad en su conjunto y no solo al Estado (y a sus políticos), como sucede en el sur. (…) Así, no sólo las administraciones, sino también empresarios y trabajadores, patronal y sindicatos, se sienten vigilados” (pág. 237).

Cuando tanto hablamos de democracia plena y de libertad de expresión, nadie podrá negar que en España no falta la discusión permanente en el ámbito político. Hasta extremos realmente insoportables. Y ese ruido es paralelo (y aumentado) en el escenario mediático. No hay día (ni hora ni minuto) en el que no escuchemos (en muy distinto grado) las opiniones de cada actor y extremo del arco parlamentario. Es, para entendernos, factible, fácil y hasta puede considerarse un deporte nacional, atizar sin descanso a Unidas Podemos o a Vox, al PSOE o al PP, a los independentistas o a los naranjas, por el motivo que sea y con argumentaciones más o menos sólidas o forzadas. Incluso inventadas, con demasiada frecuencia.

¿Pero… y cuando se trata de la actuación negativa o fraudulenta de empresas concretas, de grandes clubes de fútbol, de gente influyente con nombre y apellidos? ¿Tiene cualquier investigación de este tipo el mismo eco que las entidades citadas anteriormente? Responda cada cual con sus propias pesquisas. Me limitaré a poner dos ejemplos recientes de informaciones a mi juicio trascendentes publicadas por infoLibre gracias al apoyo de nuestros suscriptores: la que denunciaba que el Real Madrid ha recibido ingresos millonarios desde sociedades opacas radicadas en Islas Caimán (ver aquí) y la que desvelaba el acuerdo comercial por el que la multinacional Domus Vi ha obtenido comisiones de las funerarias por la elevada mortalidad causada por el covid en sus residencias (ver aquí). Se cuentan con los dedos de una mano los medios que han considerado de interés público perseguir las irregularidades fiscales de la entidad que preside Florentino Pérez o la especulación vergonzosa que preside la actuación de los grandes grupos propietarios de geriátricos en España (ver aquí el riguroso trabajo aportado por nuestro compañero Manuel Rico).

En este país das una patada en Google y encuentras miles de críticas a políticos, a sindicalistas, a profesores, a periodistas o a “la juventud”, así en general. Prueben a buscar estudios críticos sobre el empresariado o las sociedades concretas que componen las estructuras oligopólicas. “¡Eso ni tocarlo!”, como exclamaba un antiguo redactor jefe del diario Informaciones de Madrid: “No vaya a ser accionista… nuestro o del banco”.

Hace no tantos años, un alto ejecutivo bancario (ya prejubilado) me explicó algo que se podía sospechar o deducir, pero cuya fórmula exacta uno desconocía. Todos los grandes bancos españoles tienen (o al menos tenían) un comité especial para rechazar o aprobar créditos a tres tipos muy concretos de clientes: partidos políticos, clubes de fútbol y medios de comunicación. Ese comité, al margen del organigrama oficial de la entidad y con el consentimiento o impulso del consejo de administración y de su presidencia, decidía préstamos millonarios que a menudo (por no decir siempre) incumplían las condiciones “técnicas” o garantías exigibles, pero interesaban al banco por otros motivos de tipo político, de imagen corporativa o de clientelismo por intercambio de influencias. Aunque siempre se ha centrado el foco en los partidos políticos y su financiación, recuerdo un ejemplo que me pareció más que ilustrativo: “¿Tú crees que un banco puede cargar sobre su marca la desaparición de un club de fútbol de una capital de provincia por falta de financiación? Al día siguiente nos apedrearían las sucursales o retirarían sus ahorros miles de aficionados”.

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