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Trump sigue en cartelera

Javier Valenzuela

Cuentan que antes de emitir su último suspiro Nerón exclamó: Qualis Artifex Pereo! El histriónico emperador romano pretendía enfatizar que con su violenta muerte la humanidad entera perdía un gran artista. Un par de milenios después, pienso que Qualis artifex pereo! podría ser un buen epitafio para la tumba de Donald Trump. No se asusten: no le estoy deseando el menor mal al presidente estadounidense, al que, por el contrario, le deseo una pronta recuperación de su contagio por coronavirus. De hecho, estoy muy de acuerdo con la decisión de Twitter de prohibir cualquier tipo de mensaje favorable a su pronto fallecimiento a causa de esta enfermedad.

Lo que quiero decir es que, amén de un peligro para la libertad y la seguridad, Trump es el mayor showmanshowman de nuestro tiempo. Ha trasladado con éxito a la política estadounidense e internacional las técnicas para mantener constantemente sobresaltada a la audiencia que aprendió en sus años en los platós televisivos.

Aún no ha pasado una semana desde que Trump diera positivo por coronavirus y, como señala François Borgoun en un artículo de Mediapart, ya ha protagonizado lo que podrían ser varios capítulos de una serie de ficción de Netflix, una de esas que se ven obligadas a introducir constantemente novedades tremebundas e inverosímiles para mantener la atención. ¿Qué me dicen, para empezar, de que uno de los principales negacionistas del coronavirus haya terminado siendo contagiado? ¿O de que podría ser que tanto él como un buen puñado de los suyos se hubieran infectado en el acto en que festejaban en un jardín de rosas la sucia maniobra de impulsar al Tribunal Supremo a una magistrada amiga? ¿O de su paseo en automóvil blindado para enardecer a los seguidores suyos que se habían acercado al hospital? ¿O del quitarse teatralmente la mascarilla a las puertas de la Casa Blanca en el momento de su regreso prematuro a la sede del poder ejecutivo estadounidense?

Trump está hecho por y para el espectáculo. Su gran aportación a la causa de las derechas extremas de todo el planeta, incluida la de Isabel Díaz Ayuso, ha sido convertir la mentira, la chulería y la crispación política en un eficaz producto televisivo. “Payaso”, le llamó Joe Biden en el primer debate de esta campaña y fue lo más auténtico que el candidato demócrata ha dicho hasta el momento. Como el founding father Thomas Paine, soy de los que piensan que intentar debatir racionalmente con alguien que ha renunciado al uso de la razón es como darle medicina a un muerto.

En 2016 Trump se presentó a las elecciones presidenciales como el adalid frente al establishment de los blancos pobres y cabreados. Pura demagogia, por supuesto, pero presentada con una energía volcánica y desacomplejada. No me extrañó, pues, que le ganara a Hillary Clinton aquellos comicios, como no me extraña que tantos millones de personas en todo el planeta sean adictas a la telebasura. Panem et circenses ya era la receta de muchos emperadores romanos para conseguir popularidad entre la plebe.

En esta su segunda campaña, Trump venía defendiendo el guerracivilismo. Proponía una especie de alzamiento preventivo de la América racista, religiosa y blanca frente a una imaginaria revolución de negros, latinos, radicales, anarquistas, feministas y otras gentes de mal vivir movilizados por el #MeToo y el #BlackLivesMatter. Supongo que lo seguirá haciendo en las próximas semanas, pero ahora se ha visto obligado a añadir su lucha contra el coronavirus al personaje bravucón al que aplauden millones de paletos. ¿Le funcionará el truco del presidente que no se rinde ni ante la peste? ¿Galvanizará así a los suyos? ¿Apenará su enfermedad a los tibios? No me pidan que sea Casandra: no lo sé, nadie puede saberlo.

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Tampoco sé si Biden, que va por delante en las encuestas y probablemente ganará en el conjunto del voto popular, logrará conseguir también el del colegio electoral. De lo que estoy seguro es de que Trump seguirá interpretando su personaje, y querrá hacerlo con la desesperación del que sabe que puede estar ante su último papel en el escenario teatral global. Y asimismo estoy seguro, ya lo escribí aquí, de que, en caso de perder por poco, maniobrará para quedarse en la Casa Blanca.

Estados Unidos ya contabiliza más de 210.000 muertes por coronavirus. La primera potencia militar del planeta no ha logrado convertirse en la más exitosa en la lucha contra la pandemia, y eso dice mucho sobre las fragilidades que le están haciendo perder en el siglo XXI la hegemonía que conquistó en el XX. El mundo unipolar con el que soñaban los neocon de Bush se desvaneció en Irak, y por eso Trump vocifera que quiere hacer otra vez grande al país de las barras y estrellas.

Hay, sin embargo, otro terreno en el que Estados Unidos sigue sin tener rival: la industria del entretenimiento. El entretenimiento de ficción y de no ficción. Y a Donald Trump nadie puede negarle que se ha convertido en el político que todos esperamos ver por la noche en los telediarios. Para amarle o para odiarle. En su país y en todas partes. Un gran showman.showman

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