De los creadores de Irak tiene armas de destrucción masiva nos llega ahora Rusia va a invadir Ucrania, una peli tan vista que hasta da pereza comentarla. El argumento es el mismo: la Casa Blanca vaticina una terrible catástrofe en algún lugar lejano, para justificar una fulminante acción militar preventiva. Los productores son los mismos: Estados Unidos y su fiel escudero británico. Los directores son los mismos: un presidente norteamericano y un primer ministro inglés en horas tan bajas que solo pueden levantar cabeza inventando o exagerando una crisis exterior. Los secundarios son los mismos: los fundamentalistas europeos del atlantismo. La publicidad es la misma: las televisiones sensacionalistas, siempre ansiosas por llevarse al telediario algo tan comercial como la llegada del Armagedón.
Esta nueva peli es un remake. Ya la vimos en color en Irak hace dos décadas, con el resultado conocido: un desastre descomunal en todo Oriente Medio, una inyección de vitaminas para el yihadismo. Y ya la habíamos visto en blanco y negro en Vietnam durante la Guerra Fría, con un resultado igualmente lamentable para tirios y troyanos. Como en las sagas cinematográficas de Hollywood, los villanos de estas pelis van variando —el comunismo en Vietnam, Sadam en Irak, Putin en Ucrania…—, pero todos responden a un perfil semejante: algo o alguien instantáneamente odioso para el espectador sentado en la butaca del cine con sus palomitas.
¿Tendré que aclarar que Putin –al que conocí personalmente en Moscú en 2004– me resulta siniestro? ¿Tendré que decir que ni me gustaba la Unión Soviética ni me gusta la Rusia postsoviética? Así es, pero no me nubla el juicio. Biden asegura que Rusia va a atacar Ucrania; Boris Johnson, que va a dar un golpe de Estado en Kiev, pero yo no veo las pruebas por ningún lado. Yo solo veo que, cuando los bustos parlantes de la tele repiten, cual si fueran la palabra de Dios, estos augurios, se nos muestran imágenes de blindados moviéndose por un paisaje nevado. ¿Pueden ser de archivo? ¿Pueden corresponder a meras maniobras? No lo sé, puede que sí o puede que no. De lo que estoy seguro es de que Colin Powell engañó al mundo en 2003 presentando en la ONU unas supuestas pruebas fotográficas de que Irak tenía armas de destrucción masiva, pruebas tan chuscas como falsas. A partir de ahí, Powell argumentó que el Irak de Sadam –derrotado poco después por el Pentágono en un periquete– era la mayor amenaza para la humanidad desde Hitler. ¡Menuda sandez!
La 'peli' de Ucrania ya la hemos visto antes en Irak. Un presidente americano en apuros inventa o exagera un conflicto exterior para recuperar popularidad. Pero, cuidado, moderen algunos su ardor guerrero, Rusia no es Irak
Las armas, las maniobras militares y los juegos de guerra los carga el diablo. La humanidad no está como para meterse en la III Guerra Mundial porque a alguien se le escape un disparo en la frontera entre Rusia y Ucrania y se líe parda. Estamos intentando salir de la pandemia y la crisis social y económica; mantengan, por favor, la calma esos señores y señoras que en nuestro lado del antiguo Telón de Acero se han dejado poseer por un furibundo ardor guerrero en lo poco que llevamos de 2022. ¿Es de veras una necesidad urgente de los españoles y los europeos el que Ucrania se incorpore de inmediato a la OTAN? ¿Estamos tan seguros de que así lo desean los ucranianos? ¿Qué referéndum han celebrado al respecto? ¿O es que su Gobierno nos parece tremendamente representativo de su voluntad? Sosiego, damas y caballeros.
Tengo la esperanza de que la Francia de Macron y la Alemania de Scholz consigan introducir un poco de cordura en este absurdo concierto de tambores de guerra. Y de que consigan lo que no consiguieron Chirac y Schroeder en 2003: impedir el mal mayor. No hace falta ser rusófilo para recordar que Ucrania ha formado parte del entorno cultural y geopolítico de Rusia desde hace siglos; sí, ya en los tiempos de los zares. ¿No podría hoy ser un país europeo neutral, no alineado o como quieran llamarle, como lo es Suiza? Tampoco hace falta tener memoria de elefante para recordar que el Estados Unidos de Kennedy consideró un casus belli que la Unión Soviética instalara misiles en su patio trasero, en la Cuba castrista. Fue en 1962, yo ya era de este mundo y es lo más cerca que he estado de vivir una guerra nuclear.
La Unión Soviética terminó retirando aquellos misiles de Cuba. Y al cabo de un tiempo, Estados Unidos hizo lo mismo, pero con toda discreción, con los que tenía en Turquía. De este modo, dejando que el diálogo, la negociación y el pacto terminaran imponiéndose a los halcones de uno y otro bando, la humanidad pudo evitar el Apocalipsis durante la Guerra Fría. Pensar que ahora no puede conseguirse lo mismo usando los mismos métodos resulta aterrador.
Ya sé que la diplomacia debe ir acompañada de cierta exhibición de músculo. No hace falta que me lo digan señoras y señores que jamás han estado en una guerra. Resulta que yo sí que he estado como periodista en algunas de Oriente Medio y los Balcanes, y sé lo fácil que es empezarlas –basta un exceso de retórica y que a alguien se le escape un tiro–, lo difícil que es detenerlas y lo terribles que son para los combatientes y, aún mucho más, para las poblaciones civiles.
La peli de Ucrania la hemos visto anteriormente muchas veces en la realidad. Hasta el punto de que el mismísimo Hollywood terminó haciendo en 1997 una de ficción sobre el asunto. Se llama Wag the dog (La cortina de humo o Mentiras que matan en sus versiones española y argentina) y cuenta cómo, asesorado por su spin doctor o asesor de comunicación, un presidente de Estados Unidos en apuros por una relación sexual con una menor se inventa una guerra ficticia con Albania. La patraña es muy burda, pero está tan bien puesta en escena que los medios se suman a ella con regocijo y la opinión pública recupera patrióticamente su confianza en el presidente.
De los creadores de Irak tiene armas de destrucción masiva nos llega ahora Rusia va a invadir Ucrania, una peli tan vista que hasta da pereza comentarla. El argumento es el mismo: la Casa Blanca vaticina una terrible catástrofe en algún lugar lejano, para justificar una fulminante acción militar preventiva. Los productores son los mismos: Estados Unidos y su fiel escudero británico. Los directores son los mismos: un presidente norteamericano y un primer ministro inglés en horas tan bajas que solo pueden levantar cabeza inventando o exagerando una crisis exterior. Los secundarios son los mismos: los fundamentalistas europeos del atlantismo. La publicidad es la misma: las televisiones sensacionalistas, siempre ansiosas por llevarse al telediario algo tan comercial como la llegada del Armagedón.