El clima en el Congreso da asco. Asco porque dar respuesta a los problemas más acuciantes de la gente no se trata con la seriedad ni la profundidad que requiere. Aquí se viene a trabajar para Twitter, por mucho que se llame X la red social de Elon Musk. Y lo peor es que sus señorías la alimentan inconscientemente a diario con el formato impuesto por el ultramillonario ultra, pensando que potencia su visibilidad cuando lo más que logran es que en su barrio les reconozcan por la calle o en el bar comenten que es famoso porque les suena su cara aunque no sepan de qué. Ellos publican el corte de su intervención con la ilusión intacta por trascender, que la red mostrará a quienes ya piensan igual, lloviendo sobre mojado.
¿Hay debate en el Congreso? No. Lo sabemos quienes nos sentamos en la tribuna de prensa o nos paramos en los corrillos del Congreso. Lo comentamos entre nosotros a menudo. No hay chicha, solo una agresividad creciente. Una rabia que empuja a los diputados de la oposición a echar espumarajos por la boca en cada sesión en el Congreso. Y a los ministros a replicar con desdén o el clásico y tú más, que se sirve en bandeja de plata.
La imposibilidad del PP de sentarse en los sillones azules del Gobierno ha emponzoñado de tal forma las preguntas de control al Gobierno que se suceden las interrupciones cada dos por tres y obligan a llamadas de atención constantes a diputados que se comportan como hooligans jaleando a quien más iracundo se muestra. Se presentan con antelación preguntas que nada tienen que ver con lo que luego se plantea en directo. Los tres años que quedan de legislatura están condenados a ser el día de la marmota. Semana tras semana, las mismas consignas.
El clima en el Congreso da asco. Asco porque dar respuesta a los problemas más acuciantes de la gente no se trata con la seriedad ni la profundidad que requiere. Aquí se viene a trabajar para Twitter
Este miércoles, solo unas horas después de que PP, Vox y Junts se cargaran la posibilidad de poner freno a los contratos fraudulentos de alquileres vacacionales y a los escandalosos precios del alquiler de habitaciones que ahogan a tantos jóvenes, el tema ha desaparecido. En su lugar, la diputada popular impuesta por Ayuso pregunta a la ministra de Sanidad qué hace por la salud mental y añade “cuando la vida cada vez cuesta más”. Comienza entonces su jornada laboral para Musk. No habla para la cámara, se dirige a sus 27.000 seguidores de Twitter. Se da el lujo de achacar los problemas mentales de los jóvenes a los elevados precios de la vivienda, obviando que tanto Ayuso como Feijóo se posicionan en contra de regular los alquileres y frenar la especulación. No se trata de generar un debate, esto va de disponer de un corte para X.
Los temas que triunfan en la sesión de control se caracterizan por la vacuidad de un titular hiriente. En eso, Miguel Tellado, el portavoz popular, es un as, al menos así se ve él. No puede gustarse más a sí mismo que cuando suelta como una metralleta las frases que aparecen después sobreimpresas y marcadas en morado sobre sus videos de Twitter. Se besaría si pudiera cuando suelta “el mayor ejemplo de privatización es lo que ha hecho Pedro Sánchez en la Moncloa convirtiéndolo en un coworking para los negocios familiares”, contestando así a las acusaciones de privatización de la sanidad en la comunidad de Madrid o en Andalucía.
¿Dar una explicación argumentada sobre los supuestos beneficios de la privatización de la sanidad pública o sobre lo que sea? ¿Para qué? Es mucho más productivo no alimentar el criterio de los votantes. Con una frase van que chutan. Es lo que vende, la simplificación absoluta. Lo que triunfa en X. Los diputados que tu eliges trabajan gratis para Elon Musk, en lugar de hacerlo para ti.
El clima en el Congreso da asco. Asco porque dar respuesta a los problemas más acuciantes de la gente no se trata con la seriedad ni la profundidad que requiere. Aquí se viene a trabajar para Twitter, por mucho que se llame X la red social de Elon Musk. Y lo peor es que sus señorías la alimentan inconscientemente a diario con el formato impuesto por el ultramillonario ultra, pensando que potencia su visibilidad cuando lo más que logran es que en su barrio les reconozcan por la calle o en el bar comenten que es famoso porque les suena su cara aunque no sepan de qué. Ellos publican el corte de su intervención con la ilusión intacta por trascender, que la red mostrará a quienes ya piensan igual, lloviendo sobre mojado.