Podemos agonizante

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Es, en primer lugar, una cuestión de carácter. Allí donde Yolanda Díaz pone cordialidad y sonrisa, Belarra y Montero aparecen malencaradas y enfurruñadas. Por eso la vicepresidenta tiene la mejor valoración de entre todos los ministros y las dos ministras tienen la peor. No es sólo la cara: hay un mensaje optimista e integrador en Díaz y una eterna polarización en los representantes de Podemos. Incluso el más simpático de todos ellos, que es Echenique, no deja de señalar a los que Podemos considera enemigos de la patria. Incluso en el nombre de las dos formaciones políticas, Sumar suena positivo y Podemos suena hoy más bien agresivo.

Es también una cuestión de oportunidad y contexto. Con sólo nueve años de historia, Podemos puede hoy presumir del éxito político más fulgurante de nuestro siglo. Activado por la indignación causada por la crisis financiera de 2008 y por un PSOE incapaz de acomodarse en ese momento, logró cinco sorprendentes escaños en las elecciones europeas de 2014, solo cuatro meses después de su fundación. Al año siguiente, 69 en las elecciones generales, aunque no lograra el anunciado sorpasso a los socialistas (Podemos no ha destacado nunca por su buen manejo de las expectativas). Iglesias y Podemos supieron surfear esa ola, sin embargo, y con un mensaje revolucionario y asertivo, captaron el apoyo de los indignados, los vulnerables y los maltratados.

Las cosas no se ven igual hoy. La situación económica es notablemente mejor y Podemos ha sido protagonista también desde el Gobierno. No cabe hablar de la “casta” como entonces. La narrativa del pueblo virtuoso frente al establishment ha quedado inválida. Y las dos ministras que quedan de Podemos (porque ni Díaz ni Garzón están ya ahí) no han logrado mantener el equilibrio entre el necesario apoyo a su presidente y a sus colegas de Consejo de Ministros y la defensa de unas posiciones propias. Al contrario: a cuenta de la ley del solo sí es sí se han mostrado testarudas, cerradas y desleales.

Las cosas no se ven igual hoy. La situación económica es notablemente mejor y Podemos ha sido protagonista también desde el Gobierno. No cabe hablar de la “casta” como entonces

La ola aúpa ahora a Yolanda. Y los socialistas también, cansados desde antiguo de las ñoñerías y la intolerancia de Podemos. La idea es bien sencilla: la ciudadanía tendrá que decidir en diciembre entre dos opciones: Sánchez y Díaz, o Feijóo y Abascal. 

Hay también un poderoso mensaje feminista en Yolanda Díaz. Pablo Iglesias, lo quiera o él o no, parece estar en permanente tutela de sus colegas de partido. Dejó la política activa para volver a sus tareas en los medios de comunicación, pero predomina la sensación de que sigue ejerciendo su influencia cual macho alfa. Díaz no sólo no se ha sometido a los designios de Iglesias, sino que ni los ha considerado. Es por completo autónoma.

Bajo el liderazgo hiperbólico de Pablo Iglesias, Podemos —y luego Unidas Podemos— parecía un movimiento/partido irreductible. Pero a pesar de la solidez del relato, lo que había en realidad era una amalgama de partidos locales de izquierdas, con fuerte implantación territorial, o de partidos nacionales con menor fuerza: desde las mareas gallegas al Compromís Valenciano o los comunes catalanes. Desde el viejo Partido Comunista a los ecologistas de Equo.

Hoy, esas confluencias han divergido. Han asumido todas ellas, de momento, el liderazgo de Díaz y el refugio en una nueva marca, que es Sumar. A Podemos le han abandonado prácticamente todos sus antiguos líderes, sus organizaciones aliadas y buena parte de los votantes de antaño. En el Gobierno español no hay ya de facto una coalición formada por el PSOE y Unidas Podemos. Hay un Gobierno formado por los socialistas, por Yolanda Díaz, por Alberto Garzón y por dos ministras de Podemos (que, además, están cada día más aisladas en su tarea ejecutiva).

Son todos ellos síntomas graves de lo que le puede ocurrir a Podemos, como ya le está sucediendo a Ciudadanos: una muerte demasiado temprana, tan rápida y fulgurante como fueron sus éxitos respectivos.

Es, en primer lugar, una cuestión de carácter. Allí donde Yolanda Díaz pone cordialidad y sonrisa, Belarra y Montero aparecen malencaradas y enfurruñadas. Por eso la vicepresidenta tiene la mejor valoración de entre todos los ministros y las dos ministras tienen la peor. No es sólo la cara: hay un mensaje optimista e integrador en Díaz y una eterna polarización en los representantes de Podemos. Incluso el más simpático de todos ellos, que es Echenique, no deja de señalar a los que Podemos considera enemigos de la patria. Incluso en el nombre de las dos formaciones políticas, Sumar suena positivo y Podemos suena hoy más bien agresivo.

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