El partido conservador estableció las jerarquías veneradas y las monarquías del mundo más antiguo. La batalla entre el patricio y el plebeyo, el Estado paternal y la colonia, los viejos usos y la aceptación de los hechos nuevos, entre los ricos y los pobres, reaparece en todos los países y tiempos.
Ralph Waldo Emerson, 1841
Dicen que el eje tradicional izquierda-derecha de la lucha política se ha difuminado a favor de un eje arriba-abajo. Yo no entiendo cómo se puede decir tal cosa. La izquierda siempre fue y será “abajo”, y la derecha siempre fue y será “arriba”. A la derecha del presidente de la Asamblea Nacional francesa, lugar en el que tiene origen la metáfora de los dos lados de la política, se sentaban en 1789 los defensores del Rey. A la izquierda, los defensores de la Revolución. Por supuesto, era algo más que defender al Rey. El Rey representaba la tradición, Dios, la autoridad, los privilegios de los poderosos. Y la Revolución representaba al pueblo libre, el cambio y la innovación, la separación de la Iglesia y el Estado, el cuestionamiento del orden establecido. La distribución se mantiene desde entonces en todo el mundo, con pocas excepciones. En el parlamento español y en el europeo, pero también en casi todas las asambleas legislativas del mundo.
De manera que cuando decimos “izquierda”, en realidad estamos diciendo “abajo”. La izquierda es el pueblo, la gente, el 99 por ciento, los trabajadores que hoy constituyen las clases medias. La izquierda es la eliminación de los privilegios, el compadreo y la opacidad de los de “arriba”, la élite. Al mismo tiempo, la izquierda es la razón frente a los dogmas impuestos por la religión o la tradición; motivo por el cual se la identifica más con la transgresión, la ruptura y la creatividad. En el imaginario de la izquierda están los poetas y pintores de vanguardia, y el rock y el cine más innovadores. También las leyes más igualitarias y las propuestas más niveladoras, como las que permiten que dos hombres o dos mujeres se casen o una mujer decida si quiere o no ser madre sin imposiciones religiosas. Por supuesto, en el imaginario de la izquierda encuentra mejor acomodo la república que la monarquía.
En la derecha, por su parte, está la gente de orden, los conservadores. Prefieren el rigor, la seguridad del camino marcado por la tradición, el respeto por las normas que emanan de las instituciones añejas. En el origen último de esa tradición y esas normas ponen a Dios. Como en el imaginario de la derecha está lo canónico, lo tradicional, lo ordenado, ahí se sitúa el arte más convencional, como la música o el teatro clásicos, las fiestas y representaciones populares, o el rigor en la gestión económica, por poner ejemplos diversos. El objeto más preciado de conservación para los conservadores son “los nuestros”: nuestra nación, nuestra gente. Porque recelan de la igualdad. Un español es distinto de un marroquí. Y si el marroquí quiere vivir aquí tendrá que aceptar nuestras normas. Los conservadores son duros, patriotas y devotos. Naturalmente, en el imaginario de la derecha la monarquía se ve mucho mejor que en el de la izquierda.
Está en nuestros genes, con toda seguridad. Y luego se expresa en nuestras culturas y en nuestras formas políticas. La tensión entre la derecha y la izquierda es la que enfrenta de un lado a la conservación de la tradición, las normas y la defensa de las coaliciones de poder convencionales. Y del otro a quienes prefieren el progreso, el cuestionamiento de las reglas y la defensa del “gobierno de la gente”, aunque finalmente el poder político siempre sea cosa de pocos.
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Cuando las cosas van bien, hay dinero que repartir y la paz social es la norma, la derecha y la izquierda pueden entenderse pacíficamente. Los de “abajo”, es decir, “el 99 por ciento”, se conforman con una vida más o menos acomodada, y entre la izquierda y la derecha se produce una sana tensión entre los intereses de arriba y los intereses de abajo. Esa es la idea práctica de las democracias parlamentarias y lo que saben también los dictadores. Pero cuando hay menos que repartir y abundan la miseria y la angustia, las minorías privilegiadas, las coaliciones de Gobierno, los gobernantes y los reyes, tienen que ponerse a resguardo y navegar las olas de la indignación. Si quieren sobrevivir, tienen básicamente dos opciones: encastillarse confiando en que vengan tiempos mejores, o abordar los cambios que reclaman los de abajo, ahora menesterosos.
El partido central de la izquierda española, que hasta ahora es el PSOE, podría seguir en la primera opción, en la que parece haberse situado, ahí arriba, acompañando al establishment que gusta de las grandes coaliciones, y quizá hasta acierte: “todo esto pasará, esta angustia se aliviará en los próximos años, cuando la economía sonría… Siempre ha habido en situaciones de crisis universitarios revoltosos y manifestantes ansiosos en las calles que terminan por aburrirse y se vuelven a casa… “ En esa idea, de momento, parece estar desangrándose el PSOE cada día un poco más, de manera acelerada, mientras los universitarios revoltosos devoran su espacio como los gusanos empiezan a comerse al cuerpo del animal malherido.
O podría, a mi modo de ver con mayor acierto, ponerse en lo segundo: “la gente, el 99 por ciento, no aguanta más esta verbena obscena de privilegios, arrogancia y componendas. O nos ponemos del lado de la gente ya mismo, exigiendo que desde nuestro futuro Rey hasta el último mono se sometan al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, o nos sacan de aquí a gorrazos. Torres más altas cayeron”.
El partido conservador estableció las jerarquías veneradas y las monarquías del mundo más antiguo. La batalla entre el patricio y el plebeyo, el Estado paternal y la colonia, los viejos usos y la aceptación de los hechos nuevos, entre los ricos y los pobres, reaparece en todos los países y tiempos.