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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Los dirigentes del PSOE no saben en qué época viven

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El aspecto más llamativo de la defenestración de Pedro Sánchez es que los autores de la misma no hayan tenido en cuenta ni a la militancia ni a la opinión pública, así como que hayan hecho caso omiso de las exigencias de mayor transparencia y rendición de cuentas que se han impuesto en la política española a raíz de la crisis que ha sufrido el país.

Los enemigos de Sánchez han actuado como si estuvieran en los años 80. No parecen haberse dado cuenta de que ahora hay un competidor real a la izquierda del PSOE que puede superarle en votos en cualquier momento. No han reparado en que una conspiración de las élites del partido resulta profundamente antipática y puede provocar un nuevo abandono de militantes y votantes. No han querido hacerse cargo del problema grave que tiene el PSOE en el electorado más joven, el que representa el futuro, y que con toda seguridad estará espantado tras contemplar cómo se resuelven los conflictos en el partido socialista. Por último, muchos de los participantes en la operación contra Sánchez conservan la ilusión de que el apoyo del grupo PRISA puede compensar la pérdida de imagen que supone actuar como lo han hecho, pero eso, de nuevo, es no haber entendido lo que ha sucedido en estos años en la sociedad española.

Da la impresión de que los enemigos de Sánchez han actuado en contra de las preferencias del electorado progresista. Sólo así se entiende que no hayan querido medir sus fuerzas en la militancia. Optaron primero por un golpe palaciego, que fracasó por su torpe y ridícula ejecución y que alcanzó un momento “sublime” con la comparecencia de Verónica Pérez a las puertas de Ferraz reclamando ser la única autoridad del partido; y, en segunda instancia, por un ajuste de cuentas en el seno del Comité Federal. No les ha importado montar un espectáculo lamentable, del que el PSOE tardará años en recuperarse, para deshacerse de un secretario general elegido por la militancia, si de esta manera sorteaban la derrota segura que les esperaba en caso de someterse al juicio de las bases.

Sabiéndose en una posición minoritaria, ni siquiera se han atrevido a hablar claro. Los opositores a Sánchez no han tenido el valor de defender la necesidad de abstenerse para permitir que gobierne el PP de Rajoy, única alternativa que queda una vez se ha constituido una gestora y no hay candidato para terceras elecciones. Aunque yo no sea favorable a esa tesis, entiendo que es perfectamente legítimo y razonable que haya gente en el PSOE que prefiere quedarse en la oposición antes que gobernar con Podemos y los independentistas. Pero entonces deberían haber dicho lo que piensan y a continuación haber explicado que se oponían a los esfuerzos del secretario general por formar un gobierno alternativo al del PP. A lo mejor hubieran conseguido convencer a buena parte de la opinión pública. Sin embargo, en lugar de eso, han alegado razones de muy poco peso (el trato distante de Sánchez hacia los barones que no eran de su cuerda, la convocatoria de un congreso tras las elecciones gallegas y vascas) que, aun pudiendo ser ciertas (la gestión de Sánchez, ciertamente, ha dejado mucho que desear), no justificarían nunca una solución tan traumática como abrir el partido en canal a la vista de todos.

Los socialistas llevan en caída libre desde 2011. No han abierto un debate serio sobre las causas de su pérdida de votos. Prefieren pensar que el problema es de liderazgo, cuando es mucho más profundo. Explican sus malos resultados apelando a la existencia de Podemos, como si Podemos no fuera en gran medida consecuencia de la decepción de buena parte del electorado progresista con el PSOE. No han querido buscar respuestas, huyendo del problema mediante el expediente de la sucesión de líderes. Piensan que remplazando a Zapatero con Rubalcaba, a Rubalcaba con Pedro Sánchez y, ahora, a Sánchez con Susana Díaz, van a revertir las pérdidas. Y cuando Díaz fracase, por no haber afrontado los verdaderos problemas del PSOE, lo intentarán con otro, hasta que un día el PSOE sea ya un partido pequeño e irrelevante.

La tendencia electoral de la socialdemocracia en los países occidentales es muy negativa. Antes del verano presenté algunos datos sistemáticos en este artículo, mostrando que a partir de los años setenta hay una lenta e inexorable caída de los partidos socialdemócratas, que se acelera con la llegada del siglo XXI. El PSOE, como entonces indiqué, es el partido que más apoyo pierde después del PASOK.

No obstante, los datos muestran que se puede escapar de la tendencia global, como de hecho sucedió en las dos legislaturas de Zapatero. Entre 2004 y 2008 se produjo una fuerte sintonía entre el PSOE y el electorado progresista, hasta el punto de que los votantes recompensaron al partido con un porcentaje mayor de voto en 2008. En el PSOE no han querido entender las razones de esa mejora, atribuyéndola simplemente a las buenas condiciones económicas, pero debe recordarse que las condiciones fueron igualmente buenas entre 1986 y 1989 y eso no impidió que hubiera una huelga general contra el gobierno de Felipe González y que el voto al PSOE continuara descendiendo.

Las fuertes caídas del PSOE siempre se han producido cuando las élites del partido han actuado al margen o en contra de sus bases sociales, poniendo por delante de la ciudadanía al establishment económico y mediático del país o a las instituciones europeas. Refleja una concepción vertical y jerárquica del poder que siempre ha supuesto la ruina electoral del PSOE.

La destitución de Sánchez es un acto de ceguera política, no porque Sánchez fuera mejor o peor dirigente, sino porque ha sido una operación diseñada desde arriba, sin contar con la opinión pública, en un momento histórico en el que muchos ciudadanos han mostrado su hartazgo con esa forma de hacer política.

El aspecto más llamativo de la defenestración de Pedro Sánchez es que los autores de la misma no hayan tenido en cuenta ni a la militancia ni a la opinión pública, así como que hayan hecho caso omiso de las exigencias de mayor transparencia y rendición de cuentas que se han impuesto en la política española a raíz de la crisis que ha sufrido el país.

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