Sólo lo común nos salvará a todos: política (honesta) frente al odio Jesús Maraña
La comparecencia de Sánchez olvida que no sólo la muerte es grave
Yo tampoco he conseguido entender el sentido de la declaración del presidente del Gobierno este domingo a las 11 de la mañana. La única explicación que encuentro es que Sánchez haya querido poner en valor la vacunación y cerrar el paso al discurso escéptico anti-vacunas que empieza a emerger en algunos sectores, los que creyeron que con los pinchazos reglamentarios esto había terminado. Hacer entender que la vacuna evita la gravedad pero no el contagio no es fácil, y el desánimo y frustración tras casi dos años de pandemia pueden crecer como la espuma. En efecto, esta es una pregunta trascendente que debemos hacernos: ¿cómo estaríamos hoy si la vacunación no hubiera sido el éxito que ha sido gracias a todos? No es poca cosa, desde luego.
Ahora bien, una comparecencia de un presidente del Gobierno en medio de un subidón de contagios genera miedo y expectativa. El primero, el temor a medidas restrictivas que se intuyen y cuya mejor gestión consiste en concretarlas lo antes posible para despejar fantasmas peores. Por su parte, la expectativa viene dada por una comparecencia, la del presidente, reservada para los anuncios más importantes. Para el resto están los responsables técnicos y la ministra. Todo esto habrá llevado a millones de españoles a encender la tele esperando encontrar una respuesta a millones de situaciones personales pendientes del anuncio presidencial, para comprobar después que no hay anuncio alguno, que el único anuncio es que anunciará, y que ha convocado para decir que convoca.
Es decir, que hace una comparecencia para anunciar lo ya sabido, que el próximo miércoles se celebrará la Conferencia de Presidentes. A 48 horas de Nochebuena. ¿Por qué esperar tres días cuando estamos viendo la curva de contagios disparada? Y lo que es peor, ¿qué presidente/a autonómico va a tomar medida alguna en esas fechas? A lo sumo, una hoja de ruta de qué hacer en función de cómo evolucione la pandemia. Pero, ¿no es ya demasiado tarde para esto? ¿Para qué, entonces, la declaración institucional del presidente? Quizá una rueda de prensa con preguntas de los medios se hubiera entendido más.
Una explicación racional y plausible es que se quieren evitar medidas drásticas que acabarían con viajes, cenas, regalos y gastos varios para la Nochebuena, lo que supondría un importante revés económico. Efectivamente, de haber convocado a los presidentes autonómicos este mismo fin de semana, esto podría haber sido así. Pero, ¿qué situación de incertidumbre se crea ahora para las familias que, pendientes de un viaje o de un encuentro, van a mantenerse en vilo hasta unas horas antes de la Nochebuena sin saber si habrá requisitos para volver a España, para viajar de una comunidad autonóma a otra, o para reunirse a cenar en la misma casa 6, 8 o hasta 10 personas?
Otra interpretación pone el foco en el papel de coordinación y liderazgo que Sánchez acaba de asumir con esta comparecencia ante la Conferencia de Presidentes. Coordinación y liderazgo que en un presidente del Gobierno se deberían dar por hechos; pero, así y todo, la forma de preparar esa Conferencia para que sea efectiva no es una comparecencia pública, sino conversaciones discretas con unas y otros para ir acercando posturas y coordinando criterios. Ojalá sea así y esto ya se esté haciendo. El miércoles lo veremos.
El cansancio acumulado tras dos años de sufrimiento e incertidumbre, la impotencia ante lo que parece interminable, y también —cómo no— las repercusiones económicas que esto tiene obligan a tomar medidas contundentes cuanto antes
En cualquier caso, esta sexta ola —séptima en algunas comunidades— tiene características diferentes a las anteriores; cada ola ha sido distinta. Más contagios, pero menos graves, menos hospitalizaciones y menos muertes. Esto plantea una nueva discusión: ¿sólo consideramos que algo es grave cuando genera cientos de muertos diarios? El miedo al contagio está agravando la sensación de angustia de una parte importante de la población, especialmente quienes son más sensibles por cuestiones de salud mental, que podemos ser todos en cualquier momento. Por otro lado, el contagio o el contacto directo con una persona contagiada implica días de confinamiento en los que, aunque la enfermedad no se desarrolle, se detiene la actividad laboral, se retrae el consumo —sobre todo el asociado con la hostelería y los viajes, propios de estas fiestas— y empieza a pesar sobre el país, como una losa, la sensación de que la pesadilla no va a terminar nunca. Y todo ello, no se olvide, en un contexto de dura pugna política e ideológica, donde la propia pandemia ha sido utilizada por las derechas como un ariete lanzado contra la estabilidad del Gobierno al que ya consideraban ilegítimo antes de que el coronavirus hiciese acto de presencia.
Aunque las cifras de muertos y hospitalizados, gracias a la vacuna, no sean las que veíamos en las olas anteriores, no por ello esta vez deja de ser grave. El cansancio acumulado tras dos años de sufrimiento e incertidumbre, la impotencia ante lo que parece interminable, y también —cómo no— las repercusiones económicas que esto tiene obligan a tomar medidas contundentes cuanto antes. Como en el dicho “más vale ponerte una vez colorado que ciento amarillo”, cuanto antes se consiga controlar el subidón de contagios antes podremos emprender la nueva recuperación. No es casualidad que la palabra “resiliencia” se haya puesto de moda en los últimos tiempos.
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