En Transición
La España pandémica (IV): Como si fuera un mal sueño del que despertar
Dicen los que saben que ante una noticia traumática el primer paso es la negación, y tras un tiempo llega el momento de reconocer que sí, que es cierto, que el tremendo acontecimiento ha pasado y hay que afrontarlo. España todavía da signos de estar en la primera fase. Esperando despertar un día del mal sueño y recordar entre risas el susto que se nos metió en el cuerpo.
El invierno de 2020 acabó con la irrupción de la pandemia, el estado de shock, el confinamiento casi absoluto y una sociedad espantada. Conforme la situación iba mejorando y las medidas poco a poco se relajaban, avanzando a trompicones por las distintas fases de la desescalada, se fue creando una sensación de que llegaría el calor, y por mor de las altas temperaturas y de la campaña “salvemos el verano”, el virus desaparecería y se habría creado ya una “nueva normalidad”. Septiembre sería el fin de un mal sueño y el inicio de un nuevo curso con aulas abiertas, bares repletos y la economía emprendiendo aquella famosa recuperación en “V”. No fue así.
La realidad obligó, por el contrario, a mantener algunas de las medidas más duras en muchas comunidades autónomas, a dar un paso adelante y dos atrás en algunas de las restricciones, y a reconocer que quedaba mucho todavía para entender cómo funciona el maldito bicho y qué pautas sigue. No obstante, esto no fue óbice para que se anunciara la operación “salvemos el puente del Pilar” (tres días ideales para el turismo nacional), antesala de la ofensiva “salvemos el puente de la Constitución”, a la que seguiría “salvemos la Navidad”.
Como se suele decir, la realidad no sé si existe, pero insiste. Y cada vez que las medidas se han ido relajando, aunque fuera mínimamente, la curva se ha dado la vuelta –en términos generales, aunque luego haya que ir valorando territorio por territorio– y nos ha obligado a retroceder sobre nuestros pasos. Ahora mismo se puede estar repitiendo algo similar con la llegada de la vacuna. Pese a que científicos como Margarita del Val insisten en que el inicio de la vacunación no significa que vayamos a recuperar la normalidad en unos meses, se vuelve a generar la sensación de que estamos a punto de superar la crisis. Ojalá, pero me temo que no es así. Podemos ver ya la luz al final del túnel, cierto, pero sabemos que queda un tramo enorme por recorrer y que en cualquier momento la salida se puede cegar ante mutaciones disruptivas u otras sorpresas del destino.
Esta ensoñación colectiva que lleva a imaginar salidas rápidas y milagrosas impide dos cosas fundamentales en la gestión de la pandemia: la primera, poder manejar las expectativas con cautela. La segunda, de efectos dramáticos, empeñarnos en reconocer los problemas de fondo sobre los que el virus se ha posado, pero en lugar de afrontarlos, esperar que pase rápido y todo vuelva a ser como antes.
La economía española ha sangrado por muchas de sus costuras. Una estructura económica muy dependiente de actividades netamente presenciales como son el turismo y la hostelería, formada por multitud de microempresas, sin apenas músculo financiero ni cultura de cooperación, con la digitalización como asignatura pendiente y poco apego a la innovación, lo tiene ciertamente complicado. Se conoce el diagnóstico, se sabe más de lo que parece sobre lo que se debe hacer, y ahora habrá recursos para poder dar el giro necesario en muchos de estos asuntos. Sin embargo, el poder de la inercia, de los grupos de presión y de las necesidades a corto, están haciendo peligrar las reformas de calado necesarias. Un deseo subyace: si esto se queda en un mal sueño del que ya casi despertamos, podremos volver a lo de antes sin necesidad de tanto cambio disruptivo... habrá sido un punto y seguido.
Algo parecido ocurre con la política. Cuando se van a cumplir 10 años del nacimiento de la nueva política —habrá tiempo para hacer balance—, el multipartidismo no logra superar el bibloquismo. Además, la entrada de la extrema derecha en las instituciones ha radicalizado el posicionamiento del conjunto de los conservadores, y con ello exacerba las posiciones y el tono del discurso. No es cierto que no se haya llegado a ningún acuerdo —ahí está la subida del SMI, o la creación del IMV sin ningún voto en contra... —, pero tanto PP como Ciudadanos se sienten obligados a escenificar las discrepancias ante la atenta mirada de Vox. Se sabe, como se muestra en este estudio, que la polarización política y la falta de acuerdos son uno de los factores que han dificultado la gestión de la pandemia. Sin embargo, ninguno de los cambios de fondo que se necesitan acometer para acorralar la polarización y mejorar la calidad del debate político se ponen en marcha. También sus señorías sueñan con que esto sea un mal sueño, pase pronto, y se pueda seguir como si nada.
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De igual forma parecen estar esperando despertar de la pesadilla quienes prepararon el discurso de Felipe VI. Como si de un mensaje navideño más se tratara, intentando quitar hierro a la crisis más grave de la corona desde 1978, sin entender que a la sociedad española ya no le vale con un “la justicia es igual para todos”, un “me he equivocado y no volverá a suceder”, o una apelación etérea a la ética. Dando por hecho —en una técnica discursiva muy común— que la ciudadanía culpa al padre pero exculpa al hijo, algo que ningún dato sostiene, por mucho que la valoración de Felipe VI sea mejor que la de Juan Carlos I. Faltaría más... El caso es que también en Zarzuela esperan que el susto pase sin más.
Sería complicado pensar que esto pueda ser así sin una sociedad que, aunque mayoritariamente respeta las normas para parar la pandemia e incluso se muestra partidaria de endurecerlas como señala el estudio del CIS al respecto, tiene muchas dificultades, en cambio, para romper con la crispación y la polarización. La desconfianza en las instituciones y en “los otros” está dificultando enormemente la gestión de la pandemia. Y la sociedad tampoco es capaz de romper esa desconfianza y obligar a quien debe y puede a hacer lo necesario para reconstruirla. De nuevo, un mantra se instala en el imaginario: ojalá esto pase pronto y nuestra vida no dependa de las buenas o malas decisiones políticas de la gestión de la pandemia.
En resumen, existe una enorme tendencia en la sociedad, la política y la economía española a pensar que esto va a ser un mal sueño del que despertaremos en breve y volveremos al lugar donde estábamos el 14 de marzo del año que acaba. No sabemos cómo será el futuro ni soy partidaria de hacer profecías, pero esta actitud esconde el deseo de fondo de continuar con la inercia y evitar encarar de frente todos los desafíos que hoy la pandemia muestra con crudeza. Algunos ya existían antes. Otros, han aparecido por vez primera. O apostamos por una transformación ambiciosa, o el siguiente desafío nos cogerá con estructuras más débiles. Mientras tanto, la orquesta sigue tocando.