Proliferan las propuestas culturales que intentan explicar qué fue la Transición del 78 y qué papel jugaron sus distintos actores en ese momento. Acaba de llegar a las librerías el trabajo de Jordi Gracia Javier Pradera o el poder de la izquierda, en el Reina Sofía aún puede verse Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición, y la producción académica sobre ese momento de nuestra Historia es constante. Se encienden las luces, se despejan algunas sombras y se "presentiza" un pasado reciente, algunas de cuyas claves se proyectan de manera inevitable y con extraordinario impacto sobre el momento actual. De transición a transición, diferentes generaciones se interpretan mutuamente, se miran de reojo y se critican a la recíproca; a veces con particular saña.
Llama la atención que haya pasado tanto tiempo, casi 45 años, para que se elabore de forma colectiva un relato sobre lo que aconteció en esos años. Quizá haya sido la impugnación que algunos jóvenes sectores de la izquierda han hecho a esa Transición lo que ha provocado una reflexión compartida que debería estar destinada a comprender qué pasó y que está pasando.
Entre la generación que realizó esa primera Transición pesa una sombra de fracaso, fundamentalmente en la izquierda. Fracaso no tanto por lo que hubiera podido lograrse en ese momento y no se logró, sea en lo referido a la estructura institucional del Estado –con la continuidad de la Monarquía y la inacabada arquitectura de la organización territorial–, sea en las características de la configuración de un incipiente y frágil Estado de Bienestar. Esa sensación de relativa derrota tiene que ver más bien con la regresión en derechos y libertades básicas, con el ascenso de la extrema derecha, y con el estallido, a veces metafórico y otras no tanto, de conflictos que en aquel momento se dejaron a medias, probablemente por la imposibilidad de llegar a más. Los que trajeron la democracia a España están constatando que nada, ni siquiera lo elemental, es para siempre, y que los valores democráticos que pensaban consolidados ahora son cuestionados por partidos de extrema derecha que al parecer, según las primeras aproximaciones postelectorales, encuentran un notable apoyo en varones jóvenes de menos de 30 años.
Los que entonces eran protagonistas están elaborando su relato de lo que ocurrió, y harían bien en hacerlo de forma colectiva con la generación que ahora ocupa las principales posiciones de poder. Porque más allá del 78, de la movida madrileña que insufló aire fresco a buena parte de España, y de los primeros años de integración en Europa, han sido más de cuatro décadas de práctica democrática en las que apenas se han aportado soluciones a lo que quedó entonces pendiente, y como es sabido, en los asuntos estratégicos, no avanzar es retroceder. Lo que debía haber sido una estación de inicio, se convirtió en destino final.
La crisis de 2008, con todas sus implicaciones, y la forma en que se gestionó, inició un periodo que me gusta caracterizar como una segunda transición. Algunos consensos que habían estado vigentes durante más de tres décadas empezaron a cuestionarse entonces y otros lo han sido en años posteriores, hasta llegar a resquebrajar dos de los acuerdos básicos de la Transición: el Estado social y el Estado de las autonomías. A los políticos se les gritaba desde las plazas "No nos representan", la cohesión social se empezaba a resquebrajar ante un Estado de Bienestar que se batía en retirada e incrementaba, todavía hoy, las desigualdades, y los jóvenes veían truncado el ideal de progreso en que habían sido educados. Los dos principales partidos se ponían de acuerdo, a espaldas de todos, para reformar el artículo 135 de una Constitución que hasta entonces había sido sagrada. La reforma no iba en la dirección de blindar derechos sociales o protección social en momentos de crisis, no. La reforma era precisamente para rendir pleitesía al capital. Merece la pena leer aquí cómo lo vivió el entonces candidato a la presidencia, Alfredo Pérez Rubalcaba. Sólo faltaba que unos años más tarde las tensiones territoriales, que con más o menos intensidad han estado presentes desde la aprobación de la Constitución, alcanzaran su máximo nivel. Que el 10N emergieran con fuerza en el Congreso de los Diputados los representantes de partidos nacionalistas o regionalistas es todo un dato, más allá de Cataluña.
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El bloqueo al que ha estado sometida España estos años, y sobre todo, la repetición electoral ante la imposibilidad de que la izquierda alcanzara un acuerdo, era también un fracaso en términos generacionales. Los actuales líderes políticos, todos ellos en la cuarentena, conforman una nueva generación que, al igual que las anteriores, tendrá que lidiar con situaciones nuevas al tiempo que aportar soluciones a las viejas. Quizá la diferencia es que hoy los nuevos conflictos que estructuran nuestras sociedades son globales, de enorme complejidad, y sobre todo, se desarrollan a gran velocidad. En cualquier caso, a esta generación se le valorará no por lo que diga o critique de la anterior, sino por su capacidad para resolver los problemas que quedaron pendientes en el 78 y que hoy vuelven con fuerza, así como por los nuevos desafíos que los tiempos nos presentan.
En este sentido, el preacuerdo de gobierno entre el PSOE y UP, con todas las cautelas, críticas por su excesiva vacuidad y la prudencia de no darlo por hecho hasta que se recaben los apoyos necesarios, es una excelente noticia en la medida que permita crear un marco político que ayude a la resolución de los conflictos existentes y a la gestión de los grandes retos.
No obstante, en tiempos complejos como los que vivimos, sería una ingenuidad pensar que un gobierno, por sí solo, puede abordar los desafíos presentes y futuros. De ahí que sea necesario fortalecer la sociedad civil para hacer de ella un espacio de deliberación y construcción colectiva de consensos. En ese sentido, iniciativas como el manifiesto Public petition in favor of polítical negotiation on Catalonia promovido por el profesor Jose Luis Martí llamando a un diálogo para resolver el conflicto en y con Cataluña, forman también parte de las obligaciones que, como generación, tenemos en este momento.
Proliferan las propuestas culturales que intentan explicar qué fue la Transición del 78 y qué papel jugaron sus distintos actores en ese momento. Acaba de llegar a las librerías el trabajo de Jordi Gracia Javier Pradera o el poder de la izquierda, en el Reina Sofía aún puede verse Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición, y la producción académica sobre ese momento de nuestra Historia es constante. Se encienden las luces, se despejan algunas sombras y se "presentiza" un pasado reciente, algunas de cuyas claves se proyectan de manera inevitable y con extraordinario impacto sobre el momento actual. De transición a transición, diferentes generaciones se interpretan mutuamente, se miran de reojo y se critican a la recíproca; a veces con particular saña.