En Transición
Nadie ha guardado los chalecos en la guantera
Acostumbrados como estamos a vivir a fuerza de escándalos y declaraciones grandilocuentes, solemos dar por olvidado aquello que desaparece de los primeros titulares. Hace unas semanas permanecíamos atentos a todas las noticias que llegaban de Francia. Hoy, parece como si de repente la furia hubiera desaparecido. Nada más lejos.
Conviene recapitular lo conseguido por los chalecos amarillos. En primer lugar, dos rectificaciones de Macron. La primera, una marcha atrás en los impuestos al diésel. La segunda, el paquete de medidas destinadas a incrementar el poder adquisitivo y que supone ceder sobre el incremento de la Contribución Social Garantizada aprobado en enero de 2018, y el anuncio de la subida de 100 euros del SMIC (SMI) –aunque se trata más bien de un incremento de la prima de actividad a cargo de las y los contribuyentes–. Estas medidas, no ajenas a las críticas como se argumenta en este artículo de la revista Viento Sur, supondrán al presupuesto público francés en torno a 10.000 millones de euros, y harán que el déficit presupuestario supere en 2019 el límite europeo del 3%, según las previsiones. ¿Cómo reaccionará ahora la Unión Europea cuando es el sistémico Macron el que se salta las reglas de la austeridad?
Por otro lado, la movilización ha obligado a Macron a tener, al menos, un gesto de humildad. El tiempo dirá si ha surtido más o menos efecto, pero hace un mes era impensable que Júpiter –como lo llaman popularmente en Francia por su personalidad– se rebajara a poner un mensaje en Change.org, la plataforma que difundió el primer llamamiento a la movilización, para decirles a los chalecos amarillos: “He entendido el mensaje. Os contesto directamente: tenéis razón”.
Además de estos efectos concretos, el movimiento de los chalecos amarillos ha impactado en otros aspectos, como pasa siempre con los movimientos sociales, que más allá de sus logros y consecuencias inmediatas generan cambios sobre otros aspectos aunque no se vea una relación directa causa-efecto o no se compruebe de forma instantánea. Entre estos impactos destacan dos que, a mi juicio, sitúan a los Gilets Jaunes en la estela de los movimientos de los indignados. La primera es la confluencia de sensibilidades y descontentos que se dan cita en la movilización. A los chalecos amarillos que protestaban –entre otras cosas– por la subida del diésel, se unieron después estudiantes, los chalecos rojos de la CGT y la marcha verde que pedía un acuerdo ambicioso contra el cambio climático en la cumbre de Katowice, entre otros. Toda una amalgama de malestares.
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El segundo de estos impactos es la constatación de una crisis de representación y la apuesta por una mayor implicación de la ciudadanía en los asuntos públicos. En este caso, una de las reivindicaciones que ha decantado a partir de las movilizaciones de estas semanas es la de un “Referéndum de Iniciativa Ciudadana”, es decir, una especie de mecanismo ciudadano que permita presentar leyes, remover candidatos o hacer cambios en la Constitución, al que, como argumentan desde Mediapart, todos los partidos se han querido adherir con propuestas más o menos coincidentes, porque nadie desea quedarse fuera. No quiere decir que la movilización como tal, ni siquiera que la propuesta en sí misma, suponga una solución a la crisis de representación ni a las vías de agua que se le han abierto a la democracia liberal, ni mucho menos, pero diagnostica el problema de fondo y lo pone en la agenda, que en definitiva es la principal misión de los movimientos sociales.
Si se mira en perspectiva, dos son los malestares básicos de los chalecos amarillos que conectan con el resto de movimientos indignados que han ido estallando en Occidente en los últimos años: la desigualdad económica que llevan aparejada las políticas neoliberales y las carencias manifiestas de una democracia liberal representativa que se queda estrecha para los tiempos que corren.
En definitiva, los chalecos están lejos de ser plegados y metidos en la guantera, y el fantasma de la indignación sigue recorriendo Europa. Sigamos atentos, porque las consecuencias ni se ven a corto ni están escritas, pero serán múltiples y posiblemente contradictorias.