Natalia Junquera: "A pie de fosa un alcalde del PP dice cosas muy diferentes a las de sus jefes en el Congreso"
"Me encantaría que todos los que critican la memoria histórica y dicen barbaridades de las víctimas del franquismo en los micrófonos y las tribunas del Congreso fueran a ver una exhumación. Es imposible verlo y no entenderlo". Aunque sería razonablemente sencillo, pues bastaría con un mínimo de voluntad política, no parece muy probable que este deseo de Natalia Junquera (A Coruña, 1981) vaya a cumplirse a tenor de la sempiterna falta de empatía de todos esos dirigentes de la derecha que llevan demasiado tiempo desdeñando este tipo de necesarias reparaciones.
Por ello, mientras tanto, la periodista, que sí ha estado presente en multitud de exhumaciones de fosas comunes, se pregunta por qué Nunca nos contamos lo que pasó (Suma de Letras, 2024) en una novela con dos pilares fundamentales: el amor al periodismo y la reivindicación de la memoria. Sobre ambos se levanta una idea que es en realidad la conjunción de ambos, pues por encima de todo lo demás está siempre el poder reparador de la verdad. Todo eso y mucho más nos cuenta en esta conversación con infoLibre.
¿Qué es Nunca nos contamos lo que pasó?
Es una novela de periodismo y memoria, básicamente. Yo soy periodista y me dedico en El País a la memoria, por lo que es una novela bastante autobiográfica, pues en muchos momentos soy yo, muy particularmente en un momento concreto, cuando fuimos secuestrados por la incompetencia y el sectarismo y yo me cogí efectivamente una excedencia. Afortunadamente, eso se solucionó con el despido de la banda responsable y por eso digo que la novela es una carta de amor, no amarga, al periodismo.
Una carta de tanto amor al periodismo que nos cuenta que "en el cielo de los periodistas se trabaja". ¿También allí? Vaya...
Digo que es una declaración de amor al oficio recordando las amenazas y los episodios oscuros para que no se nos olvide. Al mismo tiempo, dedicarse a lo que a uno le gusta es una especie de bendición, pero pagas también una penitencia como en todas las vocaciones, por lo que quedas expuesta a la frustración, porque solo puede decepcionarte lo que amas. En el periodismo no existe el aburrimiento y eres periodista las 24 horas del día, lo cual cambia muchas cosas, incluyendo que cuando vas al cielo sigues trabajando (risas).
¿Ha pasado ya el mejor tiempo del periodismo terrenal? Es difícil recordar desde cuando estamos diciendo que está en crisis.
El periodismo está en crisis permanente aparente, y ahora además hay un plan para regenerarnos, lo cual quiere decir que de alguna manera estamos degenerando. Creo que el buen periodismo está siendo atacado y por tanto hay que defenderlo. Creo también que es un ecosistema muy delicado, imprescindible para eso que se ha llamado con un poco de pompa la calidad democrática, porque la gente desinformada siempre es más manipulable que la informada. La gente informada de sus derechos, de su coyuntura, de las circunstancias, tiene más capacidad de exigir y por tanto de mejorar su entorno. Pero, efectivamente, es un momento crítico porque hay mucha gente ensuciando ese paisaje, ese ecosistema. Hay especies invasoras, y no me refiero a quienes no tienen título, sino a la gente que ejerce este trabajo con una agenda particular, espuria, contraria al interés general, y que además se camufla entre nosotros, va a los mismos sitios que nosotros y en apariencia hace el mismo trabajo, pero tienen métodos y misiones totalmente distintas. A esos invasores podemos señalarlos, desgañitarnos desmintiéndolos todos los días, o podemos acordarnos de los buenos referentes y tratar de hacer nuestro trabajo mejor que nunca. Por eso en la novela hay un personaje, Rodrigo Couto, que en mi cabeza es una mezcla de Ramón Lobo, uno de los buenos, y de David Beriain, que fue asesinado hace tres años en Burkina Faso y que era mi mejor amigo, además de la persona a la que yo acudía siempre cuando necesitaba reconciliarme con la profesión.
El periodismo y la literatura son gimnasia para la empatía
¿En esta novela te reconcilias con al periodismo a través de Belén? Esa periodista un tanto autobiográfica que solo quiere escribir buenas historias.
Totalmente. Por eso digo que no es una novela amarga, aunque recuerde todas las sombras y amenazas que tiene el periodismo, que es a su vez al final el que salva a Belén, esta periodista frustrada que tiene además una serie de problemas personales... A ella le salva la vocación cuando se pone a investigar una historia de memoria histórica, conoce a personas maravillosas y tiene el privilegio de que le cuenten por primera vez algo que no se ha contado. Y tiene, además, la responsabilidad de compartir eso con una audiencia para ayudar a comprender esas realidades a la gente que está lejos de esas realidades y personas. Para mí, el periodismo y la literatura son gimnasia para la empatía, en la medida en que te llevan a sitios diferentes, personas con vidas muy distintas a la tuya, y así te están ayudando a entender otros entornos. Eso siempre ayuda a la convivencia.
Las fosas se abren, los restos de los fusilados se entregan a sus descendientes y esas heridas se cierran, no se reabren
Hay un momento muy concreto en el que una mujer pasa al lado de una exhumación y dice 'con lo bien que estaban ahí'. Pero pasa del desdén a la comprensión cuando se acerca un poco más y conoce las historias que estaban enterradas.
He utilizado en la novela muchas escenas que he visto en los últimos años en exhumaciones, en actos con víctimas del franquismo. Porque hay muchos mitos y mucha desinformación alrededor de lo que se ha llamado memoria histórica o memoria democrática. El más evidente es decir que es un tema del pasado, lo cual es falso: en España hoy pisamos fosas comunes y las familias de las víctimas del franquismo recuerdan y buscan a los desaparecidos. Otro de los bulos sobre memoria es que reabre heridas, rompe la convivencia y resucita el enfrentamiento entre españoles. Pero la legislación de memoria va a cumplir en diciembre 17 años y, fuera de esos teatros que son los parlamentos, no ha habido enfrentamiento entre familias. Es decir, las fosas se abren, los restos de los fusilados se entregan a sus descendientes y esas heridas se cierran, no se reabren. El bulo cae por su propio peso y, sin embargo, esa campaña contra la memoria parece ser muy rentable para algunas formaciones políticas, porque si insisten en la mentira, supongo que es porque les favorece. Pero cuando bajan a la realidad y a pie de fosa hay un alcalde del PP, suele decir cosas muy diferentes a las que dicen sus jefes en las tribunas del Congreso de los Diputados.
¿Eso es debido a que hay muchos pueblos, como se apunta en la novela, en los que el cementerio a día de hoy es más grande que el propio pueblo?
Claro, es que eso ocurre en esos pueblos de la España vaciada. La guerra dispersó a muchas familias porque, por ejemplo, la viuda no podía asumir el cuidado de sus cuatro o cinco hijos y los tuvo que dividir y mandarlos con parientes. Hubo una dispersión, un vaciamiento de los pueblos. En Cuevas, que es el pueblo ficticio de la novela pero existe de verdad, Cuevas del Valle (Ávila), hubo hace un par de años un acto súper emotivo en el que después de recuperar los cuerpos de una fosa común de varios fusilados del franquismo, los familiares, seguidos por muchos vecinos del pueblo, fueron caminando con los pequeños ataúdes desde el ayuntamiento hasta el cementerio, que era el homenaje que se solía hacer siempre en ese pueblo cuando alguien moría. Se volvió a hacer ochenta años después y fue un acto reparador y pedagógico para todos, que trascendió al propio municipio.
El silencio ha sido especialmente obstinado y cruel en el caso de las mujeres
Nunca nos contamos lo que pasó es una afirmación. Vamos a transformarla en pregunta: ¿por qué nunca nos contamos lo que pasó?
Porque durante muchos años, todos los de la dictadura y más, el silencio obedecía fundamentalmente al miedo. Porque no solamente hubo un plan de exterminio del bando republicano o de la gente que apoyaba la Repúblico, luego hubo un plan para sepultar totalmente a esa gente y se perseguían las ideas, no los actos. Esa gente que tuvo que estar callada durante cuarenta años, cuando llega la democracia, va perdiendo muy poco a poco el miedo a hablar. El presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Emilio Silva, suele contar que, al principio, cuando iba a casas de ancianos a hablar de este tema, ya en democracia, muchos cerraban las persianas y hablaban en susurros. Luego, el silencio ha sido especialmente obstinado y cruel en el caso de las mujeres, porque su represión estuvo doblemente oculta, con los eufemismos de las violaciones, las torturas con el aceite de ricino, raparlas la cabeza y hacerlas pasear así por sus pueblos para humillarlas... todo eso quedó más oculto todavía. Tuve la suerte de poder hablar con varias de estas mujeres represaliadas, y una cosa que me impactó mucho es que habían decidido callar para ahorrarles ese dolor a sus familias. Lo asumieron solas y creo que es bueno que ahora lo compartan y que todos sepamos la magnitud de la represión, tanto dentro como fuera de las fosas.
"Nos derrotaron el día que nos dejaron sin palabras", dice uno de los personajes. ¿El silencio fue un arma especialmente eficaz para el franquismo?
Así es, y el silencio sigue en muchas familias. A día de hoy, cuando se abre una fosa común hay familiares que se llevan contentísimos los restos de su padre o de su abuelo, aunque hay otros restos que no encuentran dueño porque, por un lado, a veces las familias lo desconocen, pero también hay otras que no quieren saber nada. Hay un personaje en la novela, Ampelio, que lleva muchos años buscando un esqueleto con un reloj porque se acuerda de que la madrugada que se llevaron de casa a su padre él fue a despedirle a darle un beso a la cama y vio el brillo de la esfera de ese reloj. Él iba por las exhumaciones del franquismo buscando ese esqueleto con reloj. Estuvo muchísimo tiempo, tardó años hasta que finalmente en una de esas fosas aparecieron los restos de su padre. Por eso, él decía que no entendía cómo se quedaban a veces esqueletos sin dueño. Esto también habla, por un lado, del silencio de esos cuarenta años de dictadura, así como de la campaña desinformativa que ha habido a continuación por parte de la derecha y la extrema derecha contra todo lo que se ha llamado recuperación de la memoria.
Pero la memoria no se puede reprimir y termina estallando.
Es así y es así en todos los países, porque España no es un caso único. Ha habido muchos países con un pasado traumático y todos han tenido dificultades para afrontarlo. El caso más paradigmático de esta comparación es Argentina, donde son abuelas buscando a nietos, mientras que aquí ahora son fundamentalmente nietos buscando a sus abuelos. En Argentina también les costó y tuvieron pasos atrás como la ‘Ley del punto final’. Esto ha sido muy complicado en todos los países donde ha pasado, pero con voluntad política se puede hacer. También es falso ese otro mito de la memoria histórica que asegura que esto es una voladura de la transición, que es el argumento favorito del PP y de Vox. Pero en los dos textos de las leyes los primeros párrafos son una loa a la transición. Además, en cualquier caso, que en la transición no fuera posible hacer determinadas cosas inmediatamente después de la dictadura no quiere decir que no se puedan hacer después.
¿Cómo es el momento justo en el que alguien da con ese reloj que buscaba? ¿Qué se siente ahí? ¿Se abre el cielo? Cuesta imaginarlo, pero esta novela intenta transmitir lo que ahí se siente en ese preciso instante.
Todo lo que ocurre alrededor de la exhumación de una fosa común es emocionantísimo. Me encantaría que todos los que critican la memoria histórica y dicen barbaridades de las víctimas del franquismo en los micrófonos y las tribunas del Congreso fueran a verlo, porque estoy convencida de que, bueno, podríamos tener algún recalcitrante que mantuviera su postura, pero es imposible ir, verlo y no entenderlo. Porque allí lo que ocurre es que hay un hijo, una hija, un nieto o una nieta, de una persona que ha sido víctima de un crimen. Y ves las pruebas del crimen, porque están los casquillos de bala, los cráneos agujereados con orificio de entrada y de salida, las manos atadas por alambres... es el escenario de un crimen con las pruebas de un crimen, y alrededor de una exhumación no estalla el rencor, no hay gritos de 'a por ellos', sino que lo que se ve es sobre todo gratitud. Cuando el forense le explica a la hija de un fusilado cómo murieron y cómo les enterraron, los familiares solo sienten gratitud porque saben que se van a poder llevar los restos a un cementerio o donde quieran con su nombre y apellidos y van a poder llevarle flores.
¿Por eso "la verdadera patria es el afecto"?
Paco Cerdá: “Franco utilizó el entierro de Primo de Rivera para instaurar el miedo en la gente”
Ver más
Totalmente. Y además está muy estudiado que el trauma se hereda. Se ha estudiado mucho con el holocausto. Ese trauma se va heredando, el dolor se hereda, y si ves que tu abuela se pone a llorar cada vez que le preguntas por tu abuelo, te genera un impacto. Y si termina un día contándote que se lo llevaron de casa y no lo volvió a ver más y cree que le arrojaron a una fosa común, claro que vas a hacer lo posible para recuperar los restos y poder enterrarlo dignamente.
¿Los muertos nos hablan? Igual solo es cuestión de aprender a escucharles un poquito.
Los huesos hablan. En la exhumación, el forense habla por los huesos, que son capaces de decir si sus dueños murieron de frente o de espaldas, si fueron torturados, si los mataron allí o los llevaron después de matarlos en otro sitio. Los huesos, efectivamente hablan.